Capítulo XXXV

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SAMANTHA

Salí detrás de Mike. El camarero había interrumpido mi abrazo con Joao en los vestuarios, para avisarme que había un matrimonio que insistía en hablar conmigo. En esta profesión es relativamente habitual que los clientes soliciten hablar con el Chef, en la mayoría de los casos para felicitarle por algún plato y, en menos ocasiones, para criticar algún otro. Por suerte, aún no habíamos implantado ningún cambio en la carta, tal y como Aleksei tenía previsto hacer en breve, con lo cual, supuse que el requerimiento de mi presencia sería positivo.

—Es el matrimonio que está en la mesa ocho.

—Gracias, Mike. Ahora voy.

Contesté a mi compañero mientras miraba a mi alrededor para comprobar si Aleksei había llegado ya.
Nada.
Ni rastro del rubio por ningún lado. Ya me estaba empezando a preocupar. Me hubiese avisado si no hubiese podido venir por algún compromiso. Me lo hubiera dicho anoche, ¿no? Era rarísimo que aún no hubiese llegado al restaurante, un día cualquiera llevaría aquí cuatro o cinco horas. Quizá debería llamarle o por lo menos revisar si en mi móvil tenía algún mensaje o llamada.

—Mike, dile a ese matrimonio que me den cinco minutos, por favor.

Volví sobre mis pasos y entré de nuevo en los vestuarios.

Sin mensajes.

La pantalla de mi móvil tan solo marcaba la hora. Era lo habitual, mi teléfono vivía bastante bien porque no trabajaba prácticamente nada. Sólo lo utilizaba los jueves para hablar con Vladimir o alguna vez que Estela me mandaba algún mensaje chorra, pero poco más. Busqué su número en mi escasa lista de contactos. Debería ser de los primeros por orden alfabético, sin embargo, desde hacía muchos años tenía su teléfono grabado en la L. Yo había cambiado mi número de teléfono cuando hui de París, no obstante, volví a grabar de nuevo su teléfono en mi nuevo terminal. Aunque no pensaba volver a verle, tenía una extraña sensación de seguridad sabiendo que en cualquier momento podría hablar con él si le necesitase.
Me mordí el labio de lado con mi dedo a escasos centímetros del icono con el teléfono verde. ¿Por qué me daba vergüenza llamarle? Era Aleksei, mi Lobito, y después de la maravillosa noche que habíamos pasado juntos, era absurdo que dudara a la hora de llamarle. Miré al techo mientras soltaba el aire de mis pulmones y pulsé.

Un tono, dos tonos, tres tonos....

Mierda, no tenía que haber llamado.

Cuatro tonos, cinco tonos...

Será mejor colgar.

Seis tonos, siete tonos...

¿Y si le ha pasado algo?

Mi corazón bombeó con fuerza cuando saltó el buzón de voz. Le dejé un tímido mensaje de voz diciéndole que solo quería saber si todo iba bien y preguntándole si vendría hoy por el restaurante.

Colgué y me quedé mirando el móvil. Por primera vez comprendía por qué la gente era tan dependiente de este aparatejo. No podía separarme de él y dejarle aquí encerrado en mi bolso sin saber si Aleksei me contestaba o no. Sonreí mientras me lo metía en el bolsillo trasero de mi pantalón. Me hacía gracia, y era algo triste al mismo tiempo, que algo tan simple como esperar a que alguien te devuelva una llamada me hiciera sentir más normal y no un bicho raro que tiene el móvil por puro costumbrismo social.

Un pitido y la vibración en mi pompis me avisó de la recepción de un mensaje cuando salí del vestuario. Con ansia miré la pantalla y sonreí al ver que era de él.

Mensaje de Lobito:
Estoy en la comisaría de policía, ya casi estoy acabando. En un rato voy al restaurante y te cuento ;)

Arrugué el ceño y volví a leer. ¿En la comisaría?

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