Capítulo XIV

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ALEKSEI

Decidí irme al agua un instante antes de estallar.

Escuchar como Caterina hablaba con Joao sobre Samantha de manera despectiva podía conmigo.

Caterina era muy buena y generosa conmigo, pero también podía llegar a ser cruel cuando alguien no le caía bien. Y por alguna extraña razón, no había que ser muy listo para saber que Samantha no era de su agrado.

La conversación que me hizo enojar fue tal que así:

– ¿Y esas marcas de Sam? – preguntó con asco Caterina cuando la pelirroja se alejaba hacia la orilla.

Yo estaba tumbado boca abajo pero sabía muy bien a qué marcas se refería.

– Se cayó de espaldas sobre un montón de rosales cuando era muy pequeña y le hizo esas horribles heridas.

– Joder, horribles es poco decir. Son repugnantes.

Su novio rio. Juro que se rió. ¿Quién se ríe de que digan algo así de tu novia?

Me incorporé sentándome sobre mi toalla y miré al mar. Samantha estaba metiendo el pie en el agua. A mi me había costado la misma vida meterme en esa agua tan fría. Sin embargo, ella lo hacía sin parecer inmutarse. Era valiente.

Estos dos no tenían ni idea de lo que ella había tenido que pasar en su vida.

Ellos lo habían tenido todo desde que nacieron. Se criaron en buenas familias, fueron a buenos colegios y sus padres les pagaron todo, cuando decidieron irse a vivir a Londres con sus amiguitos. No tenían ni idea de lo que era tener una vida dura en la que todo lo que tienes te lo tienes que ganar por ti mismo, sin que te regalen nada. Una vida horrible en la que hasta las personas que más te deberían querer te abandonan. Y aún más horrible si te abandona en el mismísimo infierno.

– Mañana no va a poder ni andar. – se burlaba su novio mientras miraba al mar y mi novia reía– Está roja como una gamba.

– Hay que juzgar a un ser humano según su infierno. – escupí en alto antes de levantarme e ir a la orilla.

Esa era una gran fase de mi abuelo y estaba muy orgulloso de acordarme siempre de ella cuando escuchaba a gente criticar a otra. Mi abuelo siempre nos la decía cuando nos escuchaba criticar a algún otro niño.

– ¿Qué significa esa frase, abuelo? – le pregunté yo la primera vez que la escuché.

– Significa que no se debe hablar mal de nadie y menos sin saber lo que ha pasado esa persona o cómo es su vida. Os habéis reído de ese niño porque tiene sus pantalones rotos, pero lo que no sabéis es si es porque sus papás no tienen dinero para comprarle unos nuevos.

Mi abuelo siempre nos daba ese tipo de lecciones. Era un trabajador del campo sin estudios pero era superdotado en inteligencia emocional. Pasar los veranos en aquella aldea del interior de Bielorrusia, forjó mis valores y me siento muy orgullosos de ellos.

Cuando llegué a la orilla observo a Samantha. La pelirroja está tumbada sobre el agua y el mar mece su cuerpo. Es inevitable para mí recordar aquellos días en la playa de Dieppe.

Era un domingo de esos en los que hacíamos sesión de cine en mi casa. Acabábamos de ver Náufrago y nos pusimos los tres a fantasear sobre qué haríamos cada uno de nosotros solos en una isla desierta.  Una cosa llevó a la otra, y dos hora y media después llegábamos a Dieppe de madrugada. Por aquel entonces yo aun salía con Patricia pero no fue hasta ese fin de semana cuando me dí cuenta de lo mucho que me gustaba Smantha.

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