Capítulo 8

2.7K 321 170
                                    

Solo podían esperar. El tiempo diría si May estaba realmente embarazada. La expresión de May se había vuelto triste y melancólica desde entonces. Por más que Beth intentara animarla o hacerla pensar en otra cosa, May no podía evitar sentirse desgraciada. Tan absorta estaba que ni siquiera se acordaba ya de Kendrick o de las emociones que le hacía experimentar. La verdad era que el pelirrojo tampoco le prestaba gran atención, se mostraba esquivo y distante. De modo que May pasaba los días sumida en la rutina y en la desilusión.

Beth pensó que hacer algo nuevo le vendría bien a May, decidió llevarla al lago de las hadas. La joven estaba realmente maravillada por la espesura del bosque que rodeaba los dominios del castillo. La naturaleza era impactante, los arboles eran frondosos y de un verde muy intenso, el cantar de los pájaros le aportaba un toque mágico al conjunto.

Llegaron a un lago, no muy grande pero si profundo. El agua estaba clara en la orilla, se volvía más oscura a medida que avanzaba hacia su centro, haciendo evidente la profundidad del lago. Estaba rodeado por grandes rocas revestidas de espesa vegetación. Era un lugar sacado de un cuento.

—Es precioso. —musitó May sobrecogida por tanta belleza.

—Aquí es donde viven las hadas. —le dijo la pelirroja mientras se sentaba en una roca.

—¿Hadas? —cuestionó May. Beth asintió.

—Son pequeñas mujeres de coloridas y hermosas alas que revolotean por doquier. —May la miró incrédula, no esperaba que Beth creyeran en esos cuentos. Lo cierto era que los escoceses eran muy dados a creer en mitos y leyendas. —Aunque no las veas, ellas están aquí. —insistió Beth— Solo los más afortunados tienen oportunidad de verlas. —May rió.

—¿Y qué hacen todas esas pequeñas mujercitas aladas?

—Conceden deseos. —contestó Beth.

—¿Te han concedido alguno? —preguntó sin tener mucha fe en las hadas.

—Sí—contestó melancólica— una vez desee que Calem me besara. —May abrió los ojos estupefacta. —Y así fue, aunque no como yo hubiera imaginado.

—Creo que las hadas no pueden concederme mi deseo. —dijo triste llevándose las manos al vientre ante la duda de estar en cinta.

—Solo tienes que volcar todas tus fuerzas en la petición. —May no quiso llevarle la contraria a su supersticiosa amiga.

—Está bien. —dijo cerrando los ojos y deseando con todas sus fuerzas que si en verdad existían las hadas, alguna se apiadara de ella.

Desde aquel día, Beth siempre intentaba hacer algo nuevo con May. Una tarde se decidió a enseñarla a montar. Tomaron las dos yeguas más mansas del establo y salieron al campo a practicar.

—Beth ni siquiera sé cómo subirme. —dijo como excusa ante el temor que le producía estar encima del animal. Beth hacía rato que estaba sobre su montura.

—Me has visto hacerlo. —la regañó con cariño. —No tengas miedo. — la animó. Resignada May se subió torpemente al caballo. El animal bufó ante su poca sutileza. — deja de temblar o acabaras asustando a la pobre yegua. —dijo entre risas.

—Es fácil decirlo cuando no tienes miedo de caer. —se quejó May.

En ese momento, vieron a Calem llegar al trote sobre su montura gris. Lo cierto era que lucía muy apuesto, su porte regio y gallardo parecían augurar que pronto sería el Laird. A pesar de que May creía que Calem era el joven más apuesto del castillo, su presencia no le producía ninguna sensación en el cuerpo. Eso la confundía, ¿Por qué no con el apuesto rubio y sí con el tozudo pelirrojo? No se podía decir lo mismo de Beth, la joven ya tenía las mejillas teñidas por el rubor. El muchacho las miró con curiosidad. Posicionó su caballo junto al de la pelirroja.

Tierra Salvaje | Saga Salvaje I Donde viven las historias. Descúbrelo ahora