Capítulo 3

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- ¡Hemos llegado! - anunció Beau, haciendo sonar el claxon una y otra vez -. ¡Vamos, despierta!

Melody apartó la oreja de la fría ventanilla y abrió los ojos. A primera vista, el vecindario parecía estar cubierto de algodón. Pero su visión se agudizó como una Polaroid en pleno revelado en cuanto sus ojos se ajustaron a la brumosa luz matinal.

Los dos camiones de mudanzas bloqueaban el acceso al camino de entrada circular y tapaban la vista de la casa. Lo único que Melody distinguía era la mitad de un porche que rodeaba la vivienda y su inevitable columpio; ambos parecían estar construidos con troncos de juguete de tamaño natural. Se trataba de una imagen que Melody no olvidaría jamás. O tal vez fueran las emociones que la imagen conjuraba: esperanza, entusiasmo y miedo a lo desconocido, todo ello estrechamente ligado, creando una cuarta emoción imposible de definir. Ahora tenía una segunda oportunidad para ser feliz, y le hacía cosquillas por dentro como si se hubiera tragado cincuenta orugas peludas.

¡Bip bip bip bip!

Un fornido hombre de montaña vestido con jeans y un chaleco acolchado marrón asintió con la cabeza a modo de saludo mientras sacaba del camión el sofá modular color berenjena de Calvin Klein.

- Basta ya de tocar el claxon, cariño. Aún es temprano - Glory dio una palmada a su marido en plan de broma -. Los vecinos nos van a tomar por lunáticos.

El olor a café y a vasos desechables de cartón provocó que el estómago vacío de Melody se encogiera.

- Sí, papá, para ya - protestó Candace, cuya cabeza aún reposaba sobre su bolso metálico de Tory Burch -. Estás despertando a la única persona agradable de todo Salem.

Beau se desabrochó el cinturón de seguridad y se giró para mirar a su hija.

- ¿Y se puede saber quién es?

- Yoooo - Candace se estiró; Coco y Chloe se elevaron y luego, como boyas en un mar agitado, se hundieron bajo la camiseta sin mangas azul celeste. Debía de haberse quedado dormida sobre su puño furioso, crispado, porque en la mejilla llevaba la marca del corazón de su nueva sortija, la que sus llorosas mejores amigas le habían dado como regalo de despedida.

Melody, desesperada por ahorrarse la ráfaga de ametralladora al estilo << echo-de-menos-a-mis-amigas >> que Candace, sin duda alguna, dispararía tan pronto como se fijara en su mejilla, fue la primera en abrir la puerta del BMW y pisar la serpenteante calle.

Había dejado de llover y el sol empezaba a salir. Una capa de neblina de tono rojo púrpura envolvía al vecindario como un pañuelo fucsia sobre la pantalla de una lámpara, arrojando un resplandor mágico sobre Radcliffe Way, sus amplios terrenos particulares y su arquitectura heterogénea. Empapado y reluciente, el vecindario despedía un olor a lombrices y a hierba mojada.

- Melly, aspira este aire - Beau se golpeó sus pulmones cubiertos de franela y, con gesto solemne, levantó la cabeza al cielo teñido a retazos.

- Sí, papá - Melody abrazó los marcados abdominales de su padre -. Ya puedo respirar - le aseguró, en parte porque quería que él supiera que agradecía su sacrificio, pero sobre todo porque, en efecto, respiraba con menos dificultad. Era como si le hubieran quitado del pecho un saco de arena.

- Tienes que salir a percibir el ambiente - insistió Beau, dando golpecitos en la ventanilla de su mujer con su anillo de oro con iniciales.

Glory, impaciente, levantó un dedo y giró la cabeza en dirección a Candace, en el asiento posterior, para dar a entender que estaba ocupándose de otro cataclismo.

Monster High - LISI HARRISONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora