Capítulo 13

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Lauren

—Qué demonios es eso? 

Alzo la mirada de mi papeleo del viernes para ver a Camila en la entrada de mi oficina, con el rostro pálido y ojos sorprendidos.  La confusión me atraviesa. Bajo los ojos para ver que me he olvidado de guardar mi pistola calibre 45, la cual se halla sobre mi escritorio.  Oh, mierda. 

—Yo… uh… —No estoy segura de qué decirle. Esta pistola es mi bebé.

Papá me la dio cuando tenía quince años. Sin embargo, no me dejaba usarla. Era sólo por protección. Solamente para ser usada en situaciones de vida o muerte. Lo primero que me enseñó fue que nunca apuntes la pistola a alguien en quien no planees usarla. No estoy diciendo que no la haya usado alguna vez. Lo he hecho.  Es una pistola regular semiautomática con carcasa de acero. El mango, sin embargo, es de madera con oro macizo María Magdalena en el lado derecho. Es una obra de arte. Esta fue el arma que papá trajo de Rusia. Me enseñó cómo usarla. Es mi única conexión con mi padre aparte de nuestro bebé, el piano de cola.  Decido actuar con calma. Puedo confiar en Camila.  Se acerca hacia mí con lentitud, obviamente todavía petrificada por el objeto sobre mi escritorio y dice en voz baja: 

—Por favor, dime que tienes permiso para eso. 

Sonrío y sacudo la cabeza. No en una manera “de ninguna manera”, sino en una “Nahhhh, eres tan linda”.  Le sonrío.

—¿Quieres sostenerla? 

Jadea, su cuerpo retrocede, y mete las manos debajo de sus axilas pareciendo como a punto de hacer el baile del pollo, entonces se inclina hacia delante y susurra con fiereza: 

—¡No quiero mis huellas sobre eso! 

Me desternillo de la risa. Dios mío, es una tonta.  Tomando la pistola, me pongo de pie y la pongo en el cajón superior del archivero de la esquina antes de cerrarlo con llave. Me acerco a Camila, pongo mis manos en sus hombros y le aseguro: 

—No hay nada de qué preocuparse, cariño. Es sólo por protección. 

Todavía desconfiada, me mira a los ojos e intenta bromear. 

—Debes tener grandes enemigos.

Me inclino hacia abajo y la beso en la frente. 

—No tienes idea —susurro. Camila no lo sabe pero hablaba muy en serio cuando dije eso.  Suena ansiosa cuando pregunta: 

—¿De quién necesitas protección? 

Prometo: 

—Te lo explicaré un día, nena. Lo prometo —Camila no parece menos cautelosa pero asiente.  Buena chica. Elige sus batallas.  Pregunto: 

—¿Necesitabas algo, pequeña? —Tiro de un mechón de su sedoso cabello castaño.  Su rostro se ilumina cuando recuerda para qué ha venido. Dice: 

—¡Sí! Quería ir por un submarino de pavo para el almuerzo a Silvio’s así que vine a ver si querías uno también.

Mi estómago ruge y respondo:

—Sería estupendo. Tengo un montón de trabajo que terminar con un plazo de las 1pm, así que eso sería perfecto. 

Cuando alcanzo mi billetera, la traviesa chica sale corriendo por la puerta y grita: 

—¡Me hago cargo!

Me pongo de pie y rodeo mi escritorio en un segundo con un billete de veinte dólares en la mano. La veo intentando abrir la pesada puerta de seguridad con rapidez pero nada sucede. Tiene un segundo seguro. Mientras más sacude, más se cierra la cerradura. Voltea la cabeza y me ve ir tras ella. Sus ojos se agrandan al tamaño de platillos. Mira a la izquierda, luego a la derecha intentando encontrar una vía de escape, sus cejas se levantan incluso más y veo una idea formarse en su cabeza. Arremete hacia el elevador y presiona el botón una y otra vez. Me río internamente.  Sigue haciendo eso, cariño.  El elevador no funciona sin una tarjeta magnética. Está presionando el botón a una milla por segundo diciendo: 

Siempre Tu (g!p)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora