[17] Abrazo de nueve años

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[El tiempo es relativo, pero a tu lado se vuelve inexistente]

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17 𝓬𝓲𝓽𝓪𝓼 𝓬𝓸𝓷 𝓮𝓵 𝓮𝓷𝓮𝓶𝓲𝓰𝓸
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—Ryohei, pásame esas tijeras— pidió Natsuko extendiendo su mano hacia su hijo, éste parecía ensimismado en sus pensamientos y lo hizo de forma mecánica. Le tendió las tijeras a su madre y volvió a arrancar la maleza en el mismo sector.

Llevaba así alrededor de treinta minutos, su madre le había pedido ayuda con el pequeño huerto de mandarinas que tenía en el patio de la casa. Claro que Ryohei aceptó, Natsuko le dio una tarea fácil y era cortar la maleza, al principio su hijo lo llevaba haciendo de maravilla y solo se quejaba por el sol abrasador de la mañana.

Pero de un momento a otro se quedó callado, como si haya recordado algo y no volvió a decir comentario alguno. Ni siquiera se había dado cuenta que ya no había maleza en la zona donde estaba, a ese paso terminaría matando a las pobres mandarinas de su madre.

Y es que Pehyan cayó en lo profundo de sus pensamientos al recordar a cierta azabache, las mandarinas no eran sus frutas favoritas. Él lo recordaba, Yasuda era ligeramente alérgica a los cítricos. Ese pequeño dato de aquella mujer; logró sumirlo en una habitación mental donde solo estaba bombardeándose a si mismo con escenarios imposibles. Si las cosas hubieran sido distintas en el pasado, ¿ellos habrían podido ser una pareja?

En uno de sus tantos sueños despierto, se imaginó a sí mismo estando casado compartiendo su vida con Yasuda. Si hubieran sido una pareja desde adolescentes, de seguro y tendrían dos años de casados, tal vez una casa, alguna mascota con nombre chistoso a la que querrían como un hijo...

Sin embargo, también cabía la posibilidad de que su romance fracasara, es decir, ambos eran polos opuestos, puede que de adolescentes su relación durara algunos meses y nada más; cada uno seguiría con su vida y no volverían a verse.

Existían muchas realidades alternas derivadas de un simple «Si hubiera...»

Pero ya no podía ser, Ryohei no podía viajar en el tiempo.

Estaba estancado en su presente, uno donde era un adulto de veintiséis años que disfrutaba ver partidos de béisbol en ropa en interior con sus amigos en su apartamento. Ryohei era un simple hombre, común y corriente.

Por mucho que deseara cambiar la historia, no podía hacerlo por qué era eso; un humano como cualquier otro.

Se torturaba a sí mismo pensando en alguna realidad donde Yasuda no haya tenido que sufrir, en la cual ambos pudieran terminar juntos. O al menos intentarlo.

«—Lo que nos gobierna de forma omnipotente, Dios, alguna deidad alienígena, el universo o lo que sea no da segundas oportunidades. Si ella está en tu vida otra vez, ¿No crees que es alguna señal de que no la dejes ir de nuevo?» Esas fueron las palabras de Inupi cuando fue al minimarket en busca de respuestas a sus intermitentes sentimientos.

¿Le gusta Yasuda?

Claro que le gustaba, pero ¿cuál de ellas era la que prefería?

¿A la Yasuda adolescente y risueña que conoció hace nueve años, o, la Yasuda adulta fría y llena de grietas?

—¡Vas a matar a mis bebés!— el coscorrón que le dio su madre pudo traerlo de vuelta a la realidad, parpadeó un par de veces al sentirse desconcertado y miró sus manos —¡Por poco y la asesinas!— Ryohei no fue consciente de que había estado arrancando las hojas de un pobre árbol de mandarinas.

17 citas con el enemigo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora