[25] Distancia

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[Mientras más me alejo; te siento más cerca de mi]

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17 𝓬𝓲𝓽𝓪𝓼 𝓬𝓸𝓷 𝓮𝓵 𝓮𝓷𝓮𝓶𝓲𝓰𝓸
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—¡Odio las mudanzas!— exclamaba Emma mientras colocaba otra caja de cartón en el suelo —¿Por qué tuvimos que cambiar de lugar?

—Porque el alquiler nos iba a dejar sin sueldo— respondió Naoto llevando en sus brazos otras dos cajas más pesadas, la rubia hizo un puchero y siguió transportando toda la indumentaria de la tienda.

Yasuda observaba todo con un café frío en su mano, desde que volvió todo era un caos. El alquiler estaba acabando con el sueldo de sus trabajadores, habían subido mucho la taza de impuestos y eso desfavorecía a todos. Por lo que, de improvisto tuvo que buscar un nuevo lugar para abrir su tienda, ya no en la zona más comercial de Shibuya, sino mucho más alejada de la metrópolis. Casi al otro lado de Tokio, en un pequeño barrio residencial donde no acontecía gran cosa.

Sus empleados la siguieron con los ojos cerrados, no dudaron en ayudarla, sin embargo los gastos improvistos eran muchos. No podían cubrir un servicio de mudanzas, por lo que les tocaba hacerlo por si mismos. Llevaban así alrededor de dos semanas, todas las cajas estaban ya en la nueva tienda, no obstante, había que ordenar absolutamente todo.

Sumado a las remodelaciones que hizo para los vestidores, baños y área común; todo estaba costándole un ojo de la cara.

Yuzuha se había encargado de la tienda muy bien, no cabía duda que era una mujer increíble. Pero el pago de deudas y sueldos; era algo de la dueña del negocio. No podía seguir dejándole esa carga a su pobre empleada.

—Tomemos un descanso— sugirió la azabache secándose el sudor de la frente, llevaba moviendo maniquíes de un lado a otro. Ya era pasado el mediodía, lo más probable era que todos ya tuvieran hambre, le dio dinero a Senju y les dejó libre la hora del almuerzo para que fuesen a alguna cafetería cercana.

Ella aún no tenía hambre, tener una agenda ajetreada no le abría el apetito. Se despidió de sus empleados y subió hasta a la qué sería su oficina, todas sus cosas estaban en el suelo, las sillas se encontraban abajo y le daba mucha flojera traer una. Se acomodó en una esquina, apoyó su espalda en la pared y bebió un poco de agua.

Soltó un suspiro e inconscientemente sus dedos viajaron a la alianza que descansaba en su mano izquierda, su corazón dolió y los recuerdos la inundaron.

Había dejado a su amado en una camilla de hospital.

Cualquier persona pensaría que ella era la novia más desalmada del planeta.

No obstante, nadie sabía lo que habitaba en su mente. Nadie conocía el dolor que le provocaba verlo inconsciente, con aparatos conectados a su cuerpo. Ninguna persona estaba en sus zapatos para ver lo mucho que sufría al no poder escuchar su voz.

La gente no podía juzgarla por lo que hizo, puesto que era ella misma quien se condenaba por su decisión.

Muchas noches se despertaba en medio de la madrugada, tratando de volver al pueblo de Natsuko para estar junto a él. Mil veces estuvo de pie frente a la boletería de la terminal debatiéndose si comprar un boleto o no. Lloraba todos los días, extrañándolo, sin embargo ¿qué podía hacer por él?

Absolutamente nada.

Ella no era Dios, no hacía milagros, no podía despertarlo con solo tronar los dedos. No tenía ningún don mágico.

Solo era una cobarde que no soportó ver a su novio en ese estado, una mujer sin agallas que se culpa día y noche por lo ocurrido.

Las lágrimas nublaron sus ojos una vez más, se había prometido dejar de llorar pero le era imposible; ¿cuál era el problema del destino con ellos dos?

17 citas con el enemigo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora