Tap tap. Flop flip. Ausumsujumatic-
Sí, es una onomatopeya. ¿Algún problema?
Si ese es el caso, mejor que no lo sea. Como te vea... ¡¡¡TE DOY!!!
Caminaba un sábado 30 de febrero por las calles de mi ciudad. Ustedes pensarán que nada tiene sentido, pero aquí todo lo tiene. Pensad que nos encontramos en la mente de alguien escribiendo en una página de historias... Aquí todo puede pasar.
Bueno, caminaba por las calles de mi ciudad, no voy a decir el nombre. Las farolas emitían una luz intensa y a veces parpadeante. Las calles se sumían en el silencio más ruidoso que jamás existió en mi vida. Todo el mundo caminaba sin decir nada, ni los pasos sonaban. Miles de aparatos tecnológicos arrasaban las calles y la gente los admiraba sin cuidado. Los tocaban, los manoseaban, los lamían, les hacían cosas inapropiadas, los golpeaban con farolas de gominola y mucho, mucho más. De ahí salía todo el caos en la ciudad, de ese comportamiento, que sería extraño para vosotros, pero yo ya me he acostumbrado.
Las calles se habían llenado de nuevos aparatos. La gente había cambiado y ahora nada era igual. Era una especie de distorsión del espacio tiempo basada en el cerebro de un alguien.
Aquel día, el elefante celestial decidió vomitar nada más yo salí de mi casa. Por eso mismo, tras terminar de cruzar la calle, llevaba los pies asquerosos de vómito.
Recordad, que lo que para vosotros no tiene sentido, para mí es el día a día.
Por las calles miraba a la gente, con asco. Sí, yo era raro, pero no tanto como el comportamiento de las personas que hacían de todo por reprimir sus instintos.
Miré a un chico que estaba intentando comerse un engranaje. El chico estaba concentrado en el objeto hasta que se dio cuenta de mi presencia. Me miró mientras seguía lamiendo el engranaje. Le escupí y seguí caminando.
Tras un rato llegué al bar, el único bar en 10 kilómetros cúbicos. Sí, también había escasez de comercio.
Cuando estuve frente a la puerta intenté abrirla. Empujé un poco pero no pasaba nada. Saqué un ariete y con impulso empujé la puerta. El golpe consiguió balancearla y abrirla.
La gente de dentro no se dio cuenta de mi presencia. Ni siquiera el camarero me miró.
Entré, y bajé las escaleras hasta la barra. El bar era un pequeño local de madera y ladrillos de piedra, bastante acogedor. Había unas ventanas naranjas y alargadas que alumbraban un poco por las farolas del exterior y los pequeños faroles del techo también alumbraban de manera acogedora.
Apoyé mi codo en la barra y con desgana llamé al camarero.
—¡Camarero! ¡Póngame lo de siempre!—Grité.
—¡Gilipollas! ¡Si no has pedido nada aquí en toda tu vida!—El camarero giró su cabeza con seriedad y molestia.
—¿¡Pero qué dices subnormal!?—Dije, enfadado, golpeando mi puño con el mostrador.
Ahí es cuando recordé que hace unos días, el camarero se dio un fuerte golpe contra un yunque. Al ser golpeado, los recuerdos salieron de su cabeza, cayendo al suelo, y haciéndole olvidar muchas cosas. Es más, yo le quité algunos de los recuerdos que cayeron y los utilicé para ganarme un dinero vendiéndolos.
Volvamos a la historia.
Suspiré.
—Póngame un vaso de sangre con pelos y un poco de cuero cabelludo. —El camarero inclinó la cabeza y golpeó un poco por el lado superior.
—Perdone, pero no nos queda más sangre. ¿Le gustaría pedir otra cosa?
—Oh, sí. —Respondí.—Póngame un poco de cerveza de arce.
—En seguida...
El camarero se dio la vuelta para ir a por una jarra y llenarla hasta que la espuma rebosase. La cebada se acabó hace años... Igual meses... No lo sé, ya nada es igual, nada. Ni siquiera la palabra nada tiene la misma definición que hace siglos.
—¡Camarero! ¡Póngame también nada de calamares! —Dije antes de que se fuese.
—Enseguida. —Sacó el bote de calamares y empezó a contar. —Uno, dos y... Listo, aquí tienes nada calamares. Oh, tome también la cerveza. Serán 4.50 Kit-Kat de té verde.
Dejé el pago en la barra. Agarré la comida y me di la vuelta para dirigirme hacia la mesa más próxima a la barra, donde me solía sentar. Por el camino me di cuenta que la mesa estaba ocupada por unos perros jugando póker. Los miré enfadado y me acerqué para espantarlos del lugar.
—Eh, fuera de aquí, esta mesa la tengo permanentemente reservada. —Me inventé. —COMO NO OS VAYÁIS DE AQUÍ...
Me dio un espasmo, es normal en mí. Los animales se giraron hacia mí y me miraron furiosos. De repente uno de los animales me contestó:
—Calla, fan de Kunno.
—¿Se supone que me tengo que reír?—Contesté.—¡Eh! ¡Camarero! Tenemos una panda de Pue-
Entonces, a lo lejos, vi que había sentado en una de las mesas un hombre vestido totalmente de negro. Estaba vestido por un uniforme oscuro militar. Aquel hombre me miraba a través de su máscara uniforme, también negra, que no dejaba que se viese ninguna parte de su piel. Además, el hombre llevaba una pistola en su mano que apretaba al mirarme.
Todo se empezaba a volver oscuro. Mi mirada se perdía en aquel ser aterrorizante.
Decidí cambiar mis palabras.
—Tenemos unos furrys aquí, parece que no se quieren ir...—Me corregí.
El camarero les llamó y les dijo que había una mesa a la derecha del bar que podrían usar, se fueron sin decir nada. Uno me saco el dedo, creo, a ver, tienen pezuñas, ni idea. Cuando se fueron yo me senté en la mesa, solo, como siempre.
Puse la comida y la bebida y empecé a beber y comer, toda la noche.
Aquel ser de negro seguía en mi mente. ¿Por qué yo? ¿Qué había hecho?... Tenía... ¿Miedo? Bro, ni que fuese un cagao. Pero... ¿Por qué se había fijado en mí? ¿Me quería matar acaso?
Miles de pensamientos recorrieron mi cabeza. Pensamientos tristes, del pasado, pensamientos en la cabeza de un piojo reshulón.
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La alucipante aventura sin sentido.zip
AdventureAkdjajdwaodoj Esta va a ser la historia mas rara que leeréis. Antes de nada decir que esto cambiará todo los estándares que tenéis de un libro. Un piojo junto a una enana, un tipo con muchas sustancias de dudosa procedencia, una chica un poco rarit...