POV: Naiarita Pottermax 77

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Soy una loli kawaii. Esa maldita frase me ha jodido la vida. Desde que la dije todo el mundo me la repite con tono de burla, acabé siendo abogada y luego jueza. Mi vida ha ido siempre como un show de marionetas, manejando para que todo salga como la gente quiere. Y ahora tenía que colaborar con el Diefo ese. Un hijo de puta total, no tenía modales, no tenía carisma, ni siquiera tenía un poco de amabilidad.

Ahora sigo con la historia...

Estábamos todos juntos en un pequeño ascensor dorado. No todos como tal, solamente Jay, César, el piojo y yo. Jay se retocaba el pelo mirándose al espejo, César tarareaba una canción seriamente y el piojo suspiraba.

Por ahora no vemos nada desde arriba, cómo váis?—Dijo Airín desde el walkie talkie.

—Nos acercamos al objetivo...—Contestó César.—Si no contestamos en 30 minutos, venid a por nosotros.

Recibido. Corto.

César guardó el dispositivo y se preparó para el combate, menudo pringao.

Yo estaba frente a la puerta, preparada para partirle la cara a quién nos tocaba capturar.

Las puertas se abrieron junto a un sonido de ascensor.

Una gran sala con luz amarillenta y dos filas de columnas que llevaban a un trono dorado se mostraba ante nosotros. Entre las columnas había grandes vidrieras que dejaban ver un cielo estrellado a través de ellas. El suelo era una cuadrícula de adoquines de oro y piedra oscura y las columnas tenían pedestales lisos que les daban una hermosa armonía. En resumen, una secta.

Había cierta tensión en el ambiente pero se cortó cuando César me empujó para que saliera del ascensor. Por qué tenía que ir yo primero?! Caminé un poco hacia delante, con miedo. Los pasos resonaban por toda la sala.

Miré hacia el frente. Sentado en el trono estaba un chico joven, serio, con pelo largo y despeinado. Sus ojos estaban vacíos y de ellos caían marcas de tres líneas hacia abajo. Su cara estaba oscurecida por la sombra del pelo pero sus ojos muertos podían destacar entre la penumbra. Vestía una túnica negra, con ojos dorados por las mangas y el torso. Su cuerpo estaba cubierto por un uniforme armado negro, con medallones de ojos y calaveras. Bajo las protecciones había un traje de vendas y en los pies unos zapatos con puntas de metal. Su postura era una pose sentada de soberbia.

Su expresión cambió a ser sonriente y malévola nada más me vió.

Él era...

P U E R R O

Ostia, casi no había cambiado. Seguía con la misma cara de idiota que siempre. Su sonrisa era muy... Rara. Daba golpecitos con sus dedos a uno de los laterales del trono.

Miré hacia atrás y César me indico que fuese a hablar con él. Intenté negarme pero ya era demasiado tarde, todos confiaban en mí, no quería fracasar. Empecé a caminar. Cada vez me acercaba más y su mirada me seguía mientras tanto. Tenía miedo.

Paso a paso pasaba las columnas hasta llegar a una distancia media con él. Lo miré fijamente.

En ese mismo momento mi visión de la sala cambió. Puerro estaba más pequeño. O eso parecía.

Miré hacia detrás y vi el ascensor y a mis compañeros indicando que me acercase. Había retrocedido al inicio.

Saqué mi reloj, el de la muñeca (El de pared lo llevaba César). Eran las 2 de la mañana. Tenía que comprobar qué estaba pasando.

Caminé de nuevo hacia Puerro, más enfadada que antes. No le había visto en muchos años, pero ya me estaba enfadando. Esta vez sí que iba a luchar en serio.

La alucipante aventura sin sentido.zipDonde viven las historias. Descúbrelo ahora