Chile

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Las gradas estaban llenas. Los gritos se escuchaban desde el portón a la arena. Notaba la brisa en mis pies, que ya estaban manchados de barro. Las paredes blanquecinas y deterioradas, con su tono amarillento, me mostraban la antigüedad del lugar. No me importaba, pero aún así era suficiente para darme miedo. Pronto estaría cara a cara con una amenaza más poderosa que muchas de las antes vistas.

Pero antes volvamos a la furgoneta, ya nos estamos adelantando.

La luz era tenue en la pequeña sala trasera de la furgoneta. No entraba demasiado frío pero se notaba en el ambiente. Abrí un poco la puerta para que entrase un poco de aire a la sala, el suelo de la plaza estaba lleno de cadáveres pero el cielo estaba despejado y todo tenía una iluminación viva y hermosa.

La furgoneta estaba organizada con una camilla en medio y algunas cajas y estanterías en los laterales. No podía estar seguro pero parecía más grande que de normal, como una pequeña sala de hospital.

Puerro estaba acostado con cara de muerto, pero vivo.

—He encontrado esto...—Dijo Luz con su suave voz.—Parece ser un circuito electrónico, pero no sé de qué. Los cables se dirigían al cerebro profundo, conseguí cortarlos pero seguro que hay algunos más dentro del cráneo. Había placas en el cerebro...

César agarró los trozos y se los llevó a una mesilla. Con una luz y una especie de microscopio las examinó poco a poco, poniendo muecas de enfado cada segundo.

Me di cuenta que César llevaba un auricular en el oído con la música bastante alta, ya que se escuchaba un poco desde el puf.

Tras unos minutos de silencio incómodo, César se dio la vuelta y nos dijo:

—Necesito una lente nueva. La que estoy usando está demasiado desgastada.

—En serio?—Naiarita no se lo creía.

—¿Queréis saber qué mierda es esta cosa? Pues corred a la fortaleza y encontradme algo que sirva. Estos tipos sobrevivían aquí, así que tendrán cosas de utilidad.

—Argh, vale. Pero a la próxima sales tú, puto vago.—Dijo Naiarita.—Venga, Piojo, arrea.

—Espera, ¡¿yo tengo que ir también?!

—Sí, vago, levanta o te reviento el cráneo.

—Que sí, co. Que dejes ya de presumir de tu martillito. Que de fuerza no tienes nada.

Entonces Naiarita me agarró de las antenas y me arrastró con tanta fuerza que abrí directamente la puerta de la furgoneta y salí disparado hasta una de las paredes de la plaza. Esta misma se agrietó y por mi impacto creé un agujero en ella.

—Dos por uno.—Dijo Naiairta.

—Sí, tú eres dos subnormales en una misma persona, metro y medio.

Naiairta me ignoró y entró a la fortaleza por el agujero que había creado. Ni siquiera me dirigió una mirada.

Me levanté y la seguí.

Aquel lugar era bastante malrollero. Entraba un poco de luz blanca como la nieve entre las grietas de los gigantescos ladrillos color gris oscuro. Los pasos resonaban por los pasillos y había pequeñas salas que se adaptaban a las paredes curvadas.

Naiarita iba mirando rápidamente las salas. No parecía haber nadie más que nosotros por allí.

Las habitaciones eran bastante variadas. Había salas con bancos de piedra que se utilizarían para dormir. Había estanterías de piedra y algunas mesas con manuscritos ilegibles. Otras habitaciones eran oficinas de piedra llenas de papeles y libros viejos con pieles de oso reptiliano como alfombras. Había muchas habitaciones más, pero no recuerdo la mayoría.

La alucipante aventura sin sentido.zipDonde viven las historias. Descúbrelo ahora