07. Cavale.

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07.

El único día que el sistema de seguridad de los Karravarath falló, se llevó a toda mi familia y me dejó huérfano en un mundo de depredadores.

Tenía cinco años y recuerdos muy dispersos cuando fui elegido del refugio por Venicio Lessar.

Él me llevó hasta su mansión como si fuera un animal muy exótico y esperó que su ejército de sirvientes me criaran.

En aquel momento no tenía idea de cómo encajaba en ese mundo de seres inmortales, perfectos y superiores.

Los únicos humanos que conocía eran los sirvientes que apenas me dirigían la palabra, entonces encontré refugio en donde pude, en las viejas películas y libros que coleccionaba Lessar, historias que me hablaban de tiempos pasados donde yo podría haber sido uno más y no una mascota extravagante que a mi tutor le gustara presumir.

A veces anhelaba pensar cómo sería vivir en esa versión cinematográfica del pasado, un mundo de cientos de naciones, de bosques espesos y no contaminados, de animales no extintos y poblaciones de millones de personas.

Un mundo de guerras y otro tipo de divisiones políticas, eso también lo tenía en claro.

Algunas veces pensaba en eso, otras solo me preguntaba, si el mundo ya se había extinguido una vez, ¿por qué no podía volver el apocalipsis para hacer un trabajo más completo y llevarse a los Karravarath?

Mi puño todavía hormigueaba, había quedado con los nudillos en carne viva, sangrando, mientras ese imbécil apenas tenía algún rasguño ─si es que tenía.

Apoyé mi frente contra la ventanilla del auto, cerrando los ojos para evitar ver al frente, Venicio Lessar fingía mucho mejor.

Siempre había sido así.

Luego del altercado en la facultad, tuvo que interceder por mí, no tuve el privilegio de participar en la charla que decidiría mi futuro, él y el decano llegaron a un acuerdo a puertas cerradas.

──¿No quieres saber de qué se trata ese acuerdo?

Fingí que no, él no parecía más interesado, aún con el periódico entre sus manos captando todo su interés.

──Bájame aquí.

──Iremos a curarte esas heridas, llamaré a...

──¿Por qué no te vas a la mierda?

Solo entonces cambió su expresión soberbia, una ligera curva en su comisura derecha, sonrió con la calidez de un león hambriento.

──Ah, la tierna rebeldía de la juventud ──se mofó.

──Como si recordaras algo sobre serlo.

Rebusqué en el bolsillo de mi pantalón hasta encontrar la caja de cigarrillos y el encendedor antiguo.
Di una larga bocanada antes de expirar el aire.

Por efecto placebo, una relajación se extendió como una ola hasta mis nervios.

Fue incluso mejor cuando noté el hastío de Venicio Forset Lessar, realizó esa mueca aristocrática, antes de presionar el botón que deslizó la ventanilla hacia abajo.

Él era un hombre de estatura bastante promedio, pero se las ingeniaba para lucir intimidante, de ojos café y pelo castaño que lucía peinado hacia atrás.
Había algo en su apariencia, quizás una apatía cordial, que lo hacía lucir peligroso.

No había muchas cosas que lo fastidiaran, pero cuando algo lo hacía, se volvía un hito.

La segunda calada fue mucho más satisfactoria.

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