59. Raizel.

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59.

Estaba sentada en la cocina, leyendo un libro que encontré en la colección del profesor Asier, una reliquia impresionante sobre la fauna y botánica que se podía encontrar en el planeta antes de que ocurriera el proceso de Instauración.

Era bastante impresionante creer que, por ejemplo, alguna vez hubo felinos mucho más grandes que los gatos o que los animales salvajes hacían avistamientos incluso en ciudades pobladas.

──¿No vas a tomar tu día libre?

Una de mis compañeras en la casona se llamaba Vera, una joven alegre y simpática, bastante dispersa pero servicial y cálida, llevaba trabajando ahí ya diez años desde que salió del Internado y no parecía afectada por el hecho de que sus días se reducían a la vieja casona Asier.

Suponía que tampoco le daba por hacerlo cuando eso ponía comida sobre su mesa y un techo cálido bajo el que cobijarse.

──Estoy pensando en hacer una llamada ──salté del taburete para lavar mi taza en la bacha──. Los fines de semana mis padres pueden ir al pueblo y desde ahí hablar con el teléfono de la posada.

Entonces don Santino mandaría a avisar que llamaba y tenía unos diez o quince minutos antes de que se pusieran al teléfono.

──Ayer me avisaron que nadie de mi familia se acercó en unos días, parece que el doctor de la comunidad estuvo de visita en mi casa… ──Creí pensar en voz alta──. Pero quizás hoy, al menos uno de mis hermanos podría atender…

──No te preocupes, la vida en las Gex es mucho más sana que aquí, el aire por lo menos ──intentó animarme──. Y, de todos modos, ya te dijo tu madre el fin de semana pasado que todo marchaba bien.

Porque era lo único que siempre me decía, sabía que ella no quería molestarme, ninguno de los dos, pero eran personas grandes, pronto ambos cumplirían sesenta años y seguir obedeciendo a las exigencias de las Gex sería cada vez más cuesta arriba.

El sonido del teléfono interrumpió mis pensamientos.

Ven a verme, te estoy esperando donde siempre.
Cavale, 17:38.

──¿Llamó el hombre de los pedidos?

La vieja Margo entró por la puerta trasera, dejando una bolsa de víveres sobre la gran isla de nogal, que seguía el mismo estilo rústico y cálido del resto de la cocina.

Usualmente ella nunca hacía las compras, pero los sábados eran libres para todos y la mayoría de los empleados lo aprovechaban fuera de la mansión.

Vera se apresuró a ayudarla a acomodar las cosas, le expliqué que el mensaje era de un amigo mío, y le recordé también que ya había quedado con el tipo de los pedidos para pasar el martes.

──¿Es ese amigo tuyo que durmió en tu cuarto la otra noche?

Vera soltó una risotada ante el tono sugerente de Margo.

──Estaba muy mal entonces, él solo me cuidó ──respondí con toda la dignidad que pude.

──Porque estaba ebria ──canturreó Vera.

Trono de Cuervos Donde viven las historias. Descúbrelo ahora