01. Raizel | La jaula de hierro.

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01.
LA JAULA DE HIERRO.

«Es deber de un buen ciudadano, mantenerse dentro de los valores inocuos, inalterables y unificados que rigen nuestra comunidad, así lo establece nuestra ley pristina».

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Folclore, mitología, leyendas, podrías ponerle el nombre que quisieras, todas coincidían en el mismo punto: los dioses no debían vivir entre nosotros.
Quizás esa fuese la razón por la que ellos cayeron, y por la que leerás esta historia.

Empezaré, como es una costumbre, por el principio, y para eso intentaré encontrar uno.

Para que se logre entender esta historia quizás deba contarse un poco más de mí, quizás deberías saber que nací en una Gex al sur de Senylia con una población de seis mil habitantes.

Quisiera hablarte sobre la germinación de una guerrera, de una antisistema o revolucionaria, pero mentiría.

Tal vez fuera porque fui criada bajo las leyes estrictas de Alta Relisia, porque fui educada para obedecer y servir a una raza superior a mí, pero nunca tuve la necesidad de romper ningún esquema.

La primera vez que puse un pie en la encandilante Senylia, solo supe que era el mejor lugar que había visto nunca, que estaba a kilómetros de la prisión asfixiante y rústica de la granja en la que fui criada.
Y que lo único que quería era pertenecer.

Y nadie pertenecía mejor a la sociedad de Senylia que los infames Karravarath, dueños de una fortuna longeva y el respeto fiel que solo consigue el miedo.

Ellos eran mi pase para dejar atrás una vida que en contraste me pareció triste y opaca.

Quizás por eso fingía no ver el desagrado que sentía por mí el mayor de ellos, Constantino Karravarath, así que pretendía no ser consciente del continúo escrutinio de su mirada severa.

Quizás por eso no me repelía ante el sadismo que divertía al a veces cruel, a veces cínico, Caín Karravarath.

Quizás, por esa misma razón, dejaba pasar una a una todas las veces en las que mi novio, Cassio Karravarath, posaba su atención en una nueva señorita, muy poco importado en viejas convenciones como la fidelidad y el buen gusto.

Ocasiones como la de la misma noche en la que empieza esta historia.

Contemplé como Cassio Karravarath sonreía a la despampanante pelirroja frente a él.

La música retumbaba como un rumor en los pisos inferiores, aun así los tortolitos no parecían percatarse de su inoportuno entorno, estaban muy bien resguardados contra la oscuridad de un rincón.

Me detuve a mitad de las escaleras, agradeciendo la habilidad que tuve siempre para ser imperceptible.

El rubor, supe, subió por mis mejillas cuando escuché sus risas cómplices burbujeando por los pasillos, inspiré con fuerza antes de bajar un par de escalones.

Los suficientes para darme fuerza, y luego volví a subir.

──Cas ──Su nombre salió como algo ensayado.

Gracias a todas las veces en las que nos habíamos encontrado repitiendo la misma escena, ya tenía el libreto bien memorizado.

Como lo había supuesto, ellos estaban separados para el momento en que llegué a la cima de las escaleras. Cas escondía su fastidio detrás de una mueca que parecía imitar una sonrisa.

──¿Dónde estabas, bonita? ──preguntó con zalamería.

La repulsión se revolvió en mi estómago antes de ser sofocada, quise rodar los ojos, en su lugar extendí mi mano y él dejó un beso en el dorso.

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