56. Esen.

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56.

Constantino me llamó diez veces después de que salimos del edificio. No atendí ninguna de ellas.

«¿En dónde te ves de acá a diez años?», todavía podía escuchar la voz de la periodista embotada en mi cabeza.

Bastó solo una pregunta para caer en cuenta de que no sabía qué rumbo tenía mi vida. En absoluto.

Siempre había creído que ir a la deriva me daba la cuota de adrenalina que necesitaba, la emoción de lo inesperado, lo salvaje, la expectativa de lo desconocido.

Toda mi vida me sentí como si fuera en un barco navegando a la deriva, pero más como un pirata en busca de un tesoro, con la promesa de un gran botín para tomar.

Pero la recompensa no llega sin un buen plan, nada se encuentra sin un mapa, y al fin caí en cuenta que todo el tiempo fui un náufrago con una leve promesa de salvación, pero esa isla no aparecía en el horizonte y no necesitaba ahondar mucho más en mi metáfora para entender cómo terminaría.

Mi único objetivo era venir aquí y conseguir un mejor nivel de vida para Frey, para Seth, para mí, compartir con Raizel cuando fuera una personalidad importante y saliéramos los cuatro a fiestas y a darnos la gran vida.

Pero Frey no existía, Raizel no confiaba en mí para nada y Seth seguía engañado pretendiendo que todo era exactamente igual que siempre; y entonces me di cuenta que lo que tenía no era un objetivo o un plan, era un sueño medio lejano, algo que me inventé para no admitir que me pasaría todos los años de mi vida para pudrirme en Val Trael.

¿Por qué tenía que hacer esa estúpida pregunta?

Decidí entonces hacer lo que debería haber hecho el mismo día que pisé la mansión de los Karravarath, me dirigí a mi supuesta habitación, guardé la suficiente ropa para un tiempo, lo necesario hasta que encontrara algún lugar donde asentarme.

Luego tomé algunos collares y anillos, joyería de valor que me habían cedido para completar la imagen de la novia perfecta.

Observé la cadenita que Constantino me había obsequiado lo que parecía una vida antes, pero decidí dejarla, no queriendo nada más de él.

No quería nada que me recordara que él tampoco me tomó en serio, y durante todo esos meses no fue capaz de verme más que como un medio para un fin.

Me veía como su propiedad, y estaba herido en el orgullo porque alguien más la había tocado.
No había más que eso.

Pensar en Constantino me dolió más de lo que debería haberlo hecho y entendí que de los dos era la única que había perdido la noche que decidimos sellar el pacto.

Me obligué a ponerme en marcha.

Hubiera, en otra ocasión, decidido cambiarme por una ropa más cómoda, pero todo segundo contaba y era mejor salir de ahí cuanto antes.

Me cargué la mochila al hombro antes de bajar las escaleras, solo se escuchó el eco de mis zapatos, por lo que fue claro cuando una voz me llamó desde el salón.

Dudé entre ir o no, pero sabía que solo levantaría más sospechas.

Tiré la mochila en un rincón antes de entrar a la sala.

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