47. Esen | La medianoche del clan.

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47.
LA MEDIANOCHE

DEL CLAN.

Esos meses me habían sumido en un extraño letargo, tenía una cantidad de tiempo libre y comodidad que me eran absolutamente ajenas.
Mis días se resumían en vagar por la mansión, asistir a las lecciones de protocolo de Lucian o hacer de muñeca para Gala y Mirna, luego ir a los eventos de la mano de Constantino como una linda y adorable novia.

El último tiempo había decidido mudarme a su habitación, él dormía conmigo y cuando no lo hacía me escabullía a su cama en el medio de la noche.
No pocos días podía convencerlo de ir a su departamento después de las galas y eventos, una vez ahí sí era más fácil persuadirlo de pasar un par de días los dos solos.

Ese día cuando desperté, Constantino ya no estaba en la cama, pero me dejó una nota diciendo que almorzaría conmigo.

Mirna y su séquito me prepararon para una gran gala, como siempre, diciendo que era imperioso que me adelantara a las tendencias de la moda.

Una vez terminaron, observé a Freya en el jardín, se la veía aburrida, leyendo uno de sus libros mientras el hombre a su lado vigilaba lo que hacía.
Me llamó la atención la presencia de la joven junto a ella, pálida y alta, con un extraño pelo blanquecino cayendo más allá de su cintura.

Decidí bajar con ellas.

Un hombre me restringía la entrada al jardín, pero me las arreglé para hacer notar que Constantino no vería bien que le diera algún destrato a su novia.

A regañadientes, el tipo se alejó de las puertas.

Freya, pese a que estaba segura que se había percatado de mi presencia desde que crucé el umbral, no alzó la vista del ejemplar de Carmilla en sus manos.

──¿Con cuál de los dos nombres debo llamarte? ──exigí.

Ella se humedeció los labios, claramente hastiada.

──Evanert, ve a dar un paseo.

El hombre obedeció, con mucha más sumisión de lo que me mostró el guardia de la entrada.

Dirigí una mirada a la chica de cabello blanco, ella me sonrió de forma tenue, muy recatada y propia en sus maneras.

──Es un gusto, Esen ──se despidió de forma cordial, volvió al interior de la casa ante la mirada escrutadora de Freya.

──Es un experimento de mi padre ──escupió la hermana de Constantino──. Una chica que creó en su laboratorio.

Parpadeé varias veces, antes de darle sentido a sus palabras.
Me senté junto a ella.

No podía entender cómo me tomó tanto tiempo unir las piezas del parentesco entre Freya y los Karravarath, incluso con las lentillas tendría que haberlo visto.
Ahora sin ellas, las pruebas eran avasallantes, ella tenía la piel del mismo tono oliva de Constantino, que hacía relucir el violeta hechizante de su mirada profunda, incluso compartían las ondas azabaches que caían suaves a los costados de un rostro de rasgos duros y perfectos.

Suspiré.

──Necesito que me digas lo que sucede, o voy a volverme loca.

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