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Camin a la reclusión


1985; Venecia, Italia.

        Recuerdo ese día con perfecta nitidez, el día en que observé por primera vez cómo se derrumbaba todo lo que había construido con gran esfuerzo. Derrumbar en partes pequeñas, se fragmentaba como un espejo al impactar contra la madera del piso, y aún con el pasar de los días, de los meses, la escena sigue ahí, sin poder mudarse de mi cabeza, ese momento lo llevo impregnado en mi memoria como la tinta en la piel al hacerte un tatuaje.

Los árboles moviéndose al compás del aire, cubriendo las diez hectáreas de la nada que nos rodeaba y al frente, el único camino de tierra que conducía hacia mi reclusión.

En ese momento no tenía ni idea de que me acercaba justo para entrar a la boca del lobo.

Mamá sentada en el asiento de copiloto lloraba como magdalena, haciéndole alusión a su nombre, su recogido cotidiano se encontraba inexistente, podría decir que lucia desaliñada debido a su pelo suelto. Papá por su parte, mostraba la misma mirada indiferente de todos los días, de vez en cuando me brindaba atención y me observaba por el retrovisor, de ves en cuando.

Siempre había sido así, criado con el amor y cariño de mi madre y con la rigidez y dictadura de mi padre. Sin embargo, no era tan malo como se escucha, a ambos los quería por igual.

El auto siguió avanzando y avanzando, hasta perderse completamente en el bosque. No fue hasta ese momento en que vi ese lugar: Academia para adolescentes problemáticos. Para mi eso sonaba a algo más como: "Cárcel para jóvenes incomprendidos"

Un lugar para chicos a los que sus padres prácticamente habían abandonado para seguir con sus vidas cotidianas porque un juez lo había dictado. En mi caso, eso era una larga historia.

—Nuestras instalaciones se manejan a la antigua—escuche hablar al señor "bigotitos", como le había apodado yo desde que lo vi parado en la reja de la entrada esperando nuestra llegada—Nada de alarmas o sistemas, sólo yo poseo las llaves. Ninguna puerta puede ser abierta si la otra no ha cerrado. La seguridad está a cargo de policías, hay enfermeros certificados e institutrices verdaderamente capaces de darles una gran educación.

Ese era el rector: Ignacio Masini. ¿Cómo podría describirle sin dar un discurso lo bastante extenso? Un verdadero despreciable hijo de puta, si. Lo supe desde que hicimos contacto visual por primera vez; él y yo no nos llevaríamos para nada bien.

—¿Por cuánto tiempo tiene que estar mi hijo aquí?—preguntó mamá—Denos un aproximado.

—Al menos hasta que el juez evalúe su comportamiento y apruebe su libertad. Es culpable, a menos que se demuestre lo contrario.

—Oh Dios mío—espetó soltándose a llorar nuevamente, llevándose el pañuelo a la punta de su roja nariz.

—Ya, mamá, calma—dije tomándole de la mano.

—¡¿Cómo me pides que me calme Kook?!—espetó otra vez sollozando.

—Ya, bájale tres rayitas al dramatismo mujer—habló ahora la cabeza de la familia entre dientes, brindándole un pañuelo limpio—Esto fue su culpa, debe hacerse responsable de sus actos. Es un Jeon después de todo.

Porque si el L⃨O⃨B⃨O⃨ aparece...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora