Tres meses después
La alarma de mi reloj despertador suena igual que un maldito taladro. Sin quitar mi cabeza de abajo de la almohada comienzo a dar manotazos en el aire hasta que por fin encuentro el aparato para hacerlo callar. Intento levantarme y de forma instantánea bostezo sin poder abrir los ojos todavía.
El sol ni siquiera ha salido, pero es hora de empezar mi día. En el nuevo restaurante nunca faltan ingredientes y todo lo que pido es comprado sin chistar, pero amo ir una vez por semana al mercado de productos frescos y orgánicos de la zona, y para eso me he despertado tan temprano en esta ocasión.
Si hay algo que he descubierto en mis tres meses viviendo en París es que los franceses son bastante más quisquillosos con la comida que en Estados Unidos. He tenido que elevar mi nivel de perfeccionamiento y exigencia para cumplir las expectativas parisinas. Tienen un paladar muy refinado, casi demasiado diría yo.
Sin embargo, no es que me pueda quejar demasiado. El restaurante ha abierto hace un mes y desde entonces tenemos las mesas llenas noche tras noche. Incluso se forman filas en la puerta y el teléfono suena constantemente con personas que quieren hacer una reserva. El hecho de que abramos sólo por la noche lo vuelve más solicitado. Y si hay algo que funciona muy bien en esta ciudad es el boca en boca. La apuesta de Dai Na por el talento joven no es algo que haya pasado desapercibido. De hecho, han hablado maravillas de esa decisión en los blogs de cocina de internet.
Debo confesar que el nombre que eligió Dai Na también logra llamar mucho la atención. Mi jefa decidió ir por algo osado y sensual, poniéndole al restaurante La petite mort. La traducción literal sería "La pequeña muerte", pero además es el término que los franceses usan para referirse al orgasmo femenino por la breve pérdida del total estado de consciencia que se produce en esa situación.
La justificación de Dai Na fue el objetivo de intentar hacer alcanzar a nuestros comensales el mismo nivel de placer que se generaría en un encuentro sexual a través de la comida. No tardó nada en parecerme una idea brillante. La química que ella y yo mantenemos me hace acordar constantemente a la de Ron y Henri, algo que me hace sonreír sin falta.
Me pongo de pie y de manera automática me dirijo hacia el baño para tomar una ducha y cepillar mis dientes. El edificio donde vivo es antiguo y pequeño, pero acogedor, perfecto para mí. No tardé casi nada en enamorarme de la arquitectura de esta ciudad. La perilla del agua caliente siempre chilla cuando se cierra, no hay ascensor, el empapelado de la pared de la habitación no es para nada moderno y se está saliendo en una de las esquinas. Aun así, despertarme en este lugar todas las mañanas me sigue fascinando.
Cuando estoy lista bajo apurada las escaleras. Al salir camino hacia la diminuta, aunque adorable pâtisserie que se encuentra en la esquina. La atienden sus propios dueños, dos ancianos casados hace una eternidad que juran aún amarse como el primer día.
—Bonjour, Issa— saluda Agnès al verme entrar, su voz siempre es pausada y pronuncia mal mi nombre todos los días.
—Isla, Agnès, es Isssslaaaa—reprocho risueña acercándome a la barra—. Lo mismo de siempre, por favor.
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Crème Brûlée-Un sueño entre sabores | ✓
Chick-LitDesde pequeña Isla tuvo una sola pasión, cocinar. Al terminar sus estudios y convertirse en chef decide irse de Argentina para probar suerte en Nueva York con un objetivo en mente, ser una de las cocineras más reconocidas a nivel mundial. Y está dis...