Capítulo 35

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El color anaranjado del pronto atardecer comienza a hacerse presente colándose a través de los vidrios del auto de Dominic por más que estén polarizados

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El color anaranjado del pronto atardecer comienza a hacerse presente colándose a través de los vidrios del auto de Dominic por más que estén polarizados. La palma de mi mano no es suficiente para sostener todo el peso de mi cabeza, así que también tengo que apoyar mi frente contra dicha ventanilla. Mis ojos se abren y cierran con pesadez, aunque no pueda terminar de conciliar el sueño. Como sea, ya podré dormir en el avión. O al menos eso espero. Mi fiesta de despedida se alargó hasta altas horas de la noche y además no pude dormir casi nada. Nunca logro hacerlo bien antes de un viaje, y menos cuando se trata de uno tan importante.

—¿Isla?

—Mhm.

—¿Qué le dijiste a Rebecca anoche? —pregunta mi amigo alternando su vista entre el camino y mi cuerpo desplomado en el asiento de al lado.

—Nada.

—¿Estás segura? Estuvo actuando raro, mirándome con ojos de perro mojado y llenándome de besos y abrazos.

—Eso no es raro, Dominic. Es lo que haría cualquier novia enamorada, supongo.

Ya me olvidé lo que es ser una novia enamorada. Suspiro y abro los ojos de nuevo para mirar el camino hasta que recuerdo la conversación que mi amiga y yo tuvimos en el balcón.

—Ahora que lo pienso sí le dije algo. Le pedí que te cuide porque te gusta hacerte el pecho peludo, pero adentro tuyo solo hay suavidad de conejito.

La cara de horror de Dom me hace estallar de risa, aunque a él parece no causarle ni un poco de gracia.

—¡Isla!

—¡¿Qué?! No tiene nada de malo.

—Arruinas mi reputación de macho alfa.

—Por Dios, Dominic. Te la arruinaste solito hace rato desde que pusiste a Rebecca en un pedestal. Y está perfecto que lo hayas hecho, mi amiga es una reina y merece ser tratada como tal.

Finalmente, Dom acepta su responsabilidad y el hecho de que es, según él en secreto, muy adorable. Continúa manejando concentrado en el camino y al cabo de media hora arribamos en el aeropuerto JFK donde voy a tomarme el avión que cambiará mi vida. En un silencio cargado de melancolía tomamos mis cosas que descansaban en el asiento trasero del auto y caminamos hacia la entrada.

Por suerte no hay tanta gente en el aeropuerto hoy, lo que lo hace ver más grande todavía. Mi amigo se pone a rondar los estantes de una tienda de recuerdos llena de camisetas y miniaturas de Nueva York, entre otros suvenires, mientras yo realizo todos los trámites previos a abordar el avión.

Cuando los termino noto que estuve aguantando el aire durante todo el proceso. Me dejo caer con pesadez en uno de los incómodos asientos metálicos aguardando a Dom que ahora parece estar comprando golosinas.

Cierro mis ojos e inclino la cabeza un poco hacia atrás empujando la angustia hacia adentro. Quiero pensar en otra cosa, lo que sea menos en mi partida. Pero resulta claramente inevitable. Ésta ciudad sí que es mágica. Si pude adaptarme en Nueva York, podré hacerlo en París, ¿verdad? No puede ser tan difícil. Aunque allí no tengo a Dominic para hacerme un té a las cinco de la mañana cuando las penas pesan demasiado. O a Becca y Boris para quejarnos luego de un día laboral interminable. Y tampoco tendré al amor más real que conocí en mi vida.

Crème Brûlée-Un sueño entre sabores | ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora