Capítulo 2

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Entre escenas, risas arruinando las tomas más simples, tiempos libres y la claqueta siendo cerrada una y otra vez, fue como se pasaron los primeros días de grabación. Ah, y entre tics nerviosos en el ojo por parte de Viktor también. El pobre actor se había pasado su poco tiempo libre intentando crear, ensayar y memorizar su disculpa y estaba claro que los resultados que estaba obteniendo no eran del todo satisfactorios. Volkov comenzaba a sentirse un robot por lo monótono que sonaba lo que había planeado. Por cosas como esta se había hecho actor y no escritor. Ya ni hablaba con sus nuevos compañeros, los intentaba evitar para no auto castigarse constantemente por el hecho de haberlos tratado mal y esto era algo que no había pasado desapercibido para Jack, que solo veía como con cada día alejado de los muchachos, el peligris se ganaba una peor reputación. 

Una vez el golpe de la claqueta sonaba, indicando que la escena había terminado, el ambiente volvía a llenarse de tensión otra vez más y el soviético lograba percibir las miradas casi penetrantes de ambos jóvenes sobre su persona, no haciendo otra cosa que hacerle sentir peor por el actuar que tuvo los primeros días con ellos. Además que el hecho de que Jack lograba llevarse tan bien con ambos chicos, le hacía sentirse dejado de lado y no ayudaba a quitarle aquel pensamiento de que a él, tener una relación tan simple como aquella, le costaba demasiado. Le había tomado dos películas y una serie para llegar a tener con Conway la amistad que tenían ahora. Es por eso que confiaba en que su amigo le ayudaría a dar el primer paso a ser un poco más sociable, y disculparse con Horacio y Gustabo era ese paso. Sobre todo con el moreno, pues al rubio parecía importarle poco y nada si lograban llevarse bien, aunque curiosamente era Gustabo quien lo veía con más cara de pocos amigos. 

«Debe ser muy sobreprotector» se dijo Viktor para sus adentros.

—Tienes que comenzar a dejar tu arco de redención y empezar a actuar, porque lo único que estás logrando al dejar que los días pasen sin disculparte, es que te odien más. — Dijo directo el ojinegro, sacándolo de sus pensamientos. Solo quería un grupo de trabajo en el que todos se sintieran cómodos, ¿eso era mucho pedir? 

—¿Me odian? — Golpe bajo para los sentimientos del ruso.

—Pues- ugh… — Se pasó una mano por la cara, intentando quitar su frustración sobre la situación. —¿No te habías dado cuenta, tío?

—Sabía- sabía que no les agradaba pero no que me odiaban. 

—Viktor, cuando alguien no te agrada y el tiempo pasa, normalmente eso lleva al odio o a un desagrado casi parecido al odio. — Explicaba gesticulando con sus manos. —Tienes treinta y dos años, tío, ¿cómo no lo sabes? 

—Claro que lo sé, sólo quería verte desesperarte al creer que no lo sabía. — Sonrió burlón. Momentos tan tontos como ese junto a Conway, eran de los pocos que le ayudaban a olvidar el hecho que su relación con Horacio y Gustabo (o cualquier otra persona en general) no quedaría en algo más que de puro profesionalismo si no dejaba de sobrepensar las cosas.

Mucho planear, poco hacer. 

Desde que se había puesto la meta de disculparse con ambos chicos e intentar llegar a formar una amistad o algo más que un simple trato entre compañeros, el peligris no había logrado pegar un ojo en todas las noches que habían pasado. Suerte que los maquilladores ayudaron bastante a ocultar sus ojeras. 

—Es que eres tonto, así que te ayude otro, a mi no me vengas a pedir nada. — Contestó con enojo, tomando su libreto y alejándose de su amigo. 

Viktor rió, sabía que aquello era puro drama, pero lo siguió, dando un par de pasos hasta lograr alcanzarlo. Ventajas de tener piernas largas. —Anda… que tampoco es para que te pongas así. — Decía sonriendo, pero el otro treintañero no respondía, intentando que su falso acto de molestia pareciera legítimo. —Vamos, Jack… — Volkov comenzaba a preocuparse, pues empezaba a tragarse la mentira. —Joder, lo siento, ¿si? 

—¡Muy bien! — Le felicitó el mayor girándose abruptamente sobre su eje, quedando cara a cara con el soviético. —Ahora dile eso mismo a esos dos. — Le señaló disimuladamente al par de muchachos que entraban riendo al set. 

—Eres de lo que no hay. — Le miró mal, dolido por tal engaño. 

—Tú la iniciaste, yo solo estaba siguiéndola… — Se excusó sonriendo, logrando robarle otro de esos gestos a su amigo. —Ahora ve, te disculpas y todos felices y comiendo perdices, ¿qué te parece? 

Antes de que el más alto pudiera responder, los más jóvenes se acercaron a ellos, Gustabo utilizando aquella extraña chaqueta roja que impresionantemente combinaba con la cresta carmesí del moreno. Viktor y Jack no sabían si aquello era una extraña casualidad o lo hacían apropósito. 

—Buenos días. — Comentó el rubio con una sonrisa mientras se sacaba sus lentes de sol.

—Pero bueno… ¿ya te has acostumbrado a la fama, señor incógnito? — Dijo burlón el pelinegro. 

—Ja, ja… — Se rió sarcástico. —Ya te gustaría tener la facha que manejo. — Los dos mayores ahora sabían de dónde había salido el egocentrismo de su personaje.

—Así no se le habla al superintendente, capullo. — Insultó falsamente el mayor, entrando en personaje y logrando robarle una sonrisa a los dos menores. 

—Serás nuestro superintendente cuando te conozcamos en escena, papu. — Le apodó Horacio, pues ya los cuatro tenían una pequeña idea de cómo serían las relaciones entre sus personajes. —Y que yo sepa, eso no pasa hasta el próximo capítulo. — Le guiñó rápidamente un ojo y se fue con su hermano hasta el camarín que compartían para cambiarse y dejar sus cosas. 

—¿Ves? Así se entabla una conversación como la gente normal. — Le molestó Conway a su compañero, quién no tardó en mirarle con cara de pocos amigos.

—отъебись. (Vete a la mierda.)

—No se ruso, pero todos estos años junto a ti me dieron el poder de darme cuenta cuando me insultas, maldito comunista. 

Aunque se estaba intentando hacer el enojado, Viktor no pudo evitar sonreír. Hace tiempo que extrañaba estos momentos de puras molestias con Jack, pues normalmente no interactuaban a menos que fueran a trabajar juntos, pero la pasaban muy bien en compañía del otro. Una amistad donde podían molestar y ser molestados sabiendo que al final del día todo era en modo de broma.

Entre ellos se entendían, pero ahora Volkov debía comenzar a entenderse (o al menos crear una relación ligeramente más cercana) con Horacio y Gustabo, y eso significaba otras cuantas noches sin dormir para terminar de planear su disculpa.

𝟹, 𝟸, 𝟷... ¡𝙲𝚘𝚛𝚝𝚎!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora