Capítulo 20

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La noche de aquel mismo día fue aprovechada por Horacio y Viktor para cenar en casa del moreno, ya que Gustabo otra vez se encontraría fuera. Al moreno ya comenzaba a parecerle extraño las escapadas que su hermano se hacía. Nunca le comentaba nada, ni con quién iba, ni a dónde y mucho menos dónde pasaba la noche, cosa que le sorprendía demasiado, pues el rubio solía contarle todo lo que hacía con sus amigos cuando salía, sobre todo si terminaba borracho y tenía videos sobre todas sus payasadas. Pero bueno tampoco se quejaba, ahora podía pasar más tiempo con su novio fuera del set.

La velada de ambos actores se pasó entre sonrisas bobas y besos robados, abrazos y mimos, simplemente disfrutando de la cercanía del otro, de aquel sentimiento de calidez y cariño que solo el otro podía darles. 

—Si sabes que no tienes que lavar los platos, ¿no? — Comentó Horacio abrazando al ruso por detrás y apoyando su mejilla contra su espalda. 

—Lo sé, pero quiero hacerlo.

—¿Quieres o sientes que debes hacerlo porque crees que Gustabo se va a dar cuenta que hay dos platos en el fregadero? — El silencio dado por el ruso confirmó su verdadera respuesta. —Viktor… Gustabo llega a casa y mira para todos lados menos al jodido fregadero, no ha lavado un plato en su vida y menos se va a poner a revisar cuántos hay para lavar. — Sin soltar su abrazo le dió la vuelta al mayor y cerró el grifo bajo la atenta mirada del peligris. —Vamos a dormiiir… — Pidió viendo hacia arriba y haciendo un pequeño puchero.

Volkov se tensó ante aquella propuesta. —Quieres- ¿quieres que duerma aquí? — Sabía que Horacio no lo decía con segundas intenciones pero era la primera vez que haría algo así.

—¿No quieres? 

—¡No, no, sí quiero! — Se apresuró a responder. 

—Entonces vamos. — Sonrió el moreno, tomando la mano de su pareja para dirigirlo a su habitación. —Ponte cómodo, yo voy al baño. — Un pequeño beso fue depositado en la mejilla del ruso antes de ir a hacer lo que dijo. 

Viktor le vió irse, no sabiendo realmente qué hacer en aquella recámara él solo, por lo que se dedicó a investigar y curiosear entre las pertenencias de Horacio, encontrando bastantes fotos de él y Gustabo de pequeños y algún que otro juguete que su novio seguro solo tocaba cada tanto, como un solitario cubo de Rubik sin armar o una bola ocho que supuestamente son usadas para “predecir el futuro”. 

—¿Ya terminaste de investigarme? — Preguntó juguetón el menor que de un momento a otro ya se encontraba a su lado. 

—Más o menos… — El mismo tono fue utilizado por el peligris, sonriéndole.

—Ajá… ¿y qué descubrió, comisario bombón? — Caminó con tranquilidad hasta la cama. acostándose en ella y palmeando su lado, dejándole implícito su pedido al contrario que se sume a él, cosa que hizo sin rechistar pero con un notorio sonrojo en las mejillas. 

—Bueno… te llamas Horacio Pérez. — Volkov se recostó sobre su costado, quedando frente a frente a su novio.

—Ajá… — El menor cerró los ojos al sentir la mano del peligris acariciar su brazo, subiendo lentamente hasta su mejilla.

—Tienes un hermano llamado Gustabo García y… ambos son castaños naturalmente. — Pérez rió levemente, dibujando una dulce sonrisa en los labios del ganador del Oscar al oír esa hermosa melodía. —Y que… eres alguien… — Los ojos del peliazul se abrieron para verle, dejando que sus miradas se conecten. —Amable, chistoso… caótico y distraído, — Los labios de Horacio formaron un pequeño puchero que hizo sonreír aún más al mayor. —Pero totalmente dedicado y talentoso. 

La vista del ruso se paseó por toda la cara de Horacio, queriendo memorizar cada detalle de ésta. Desde las incontables pecas que formaban miles de constelaciones por descubrir y nombrar, pasando por el perfecto corte hecho en su ceja derecha, hasta aquella bicolor mirada que centelleaba con cariño cada vez que se encontraba con la suya. 
Sus rostros fueron acercándose poco a poco, perdidos en la complicidad y secretismo de aquella pequeña habitación. Sus narices se rozaban y sus alientos lentamente se mezclaban. La distancia era mínima, tanto, que podían sentir el deleitante perfume del otro inundar por completo su sentido olfativo. Un hermoso aroma que encajaba a la perfección con ellos.

—¿Y sabes qué descubrí también? — Susurró, sabiendo que ningún decibel más era necesario para que el chico de cresta pudiera oírlo.

—¿Qué?

—Que te quiero… — Confesó uniendo sus labios con suavidad y sintiendo como aquel toque era inmediatamente correspondido por Horacio. 

Ambos adoraban ese tipo de besos, donde dejaban que sus bocas danzaran con suavidad y lentitud, teniendo todo el tiempo del mundo para probar una y otra vez aquel adictivo sabor que les hacía tocar el cielo. 

Se separaron segundos después, pero no alejándose demasiado. Aún querían sentirse cerca. —Yo también te quiero.

Aquello no era algo que fuera un misterio para ninguno de los dos, pero jamás se habían atrevido a decirlo y es por eso que tan solo dar ese paso, hacía de toda la velada que habían tenido, mil veces más especial. Tan solo esas dos palabras habían logrado dibujar embobadas sonrisas en los rostros de la pareja, quiénes no tardaron en compartir otro beso antes de que Horacio decida abrazarse al torso del mayor y usar su pecho como almohada mientras los dedos del ruso proporcionaban delicadas caricias en su azulado cabello que le arrastraban inevitablemente al mundo de los sueños, dejándose llevar sin ningún tipo de problema. Viktor lo acompañó tan solo unos minutos después, acabando por dormir envueltos en la calidez del otro.

Pero lamentablemente, el tiempo se pasa mucho más rápido cuando dormimos, aunque claro, aquel tiempo se alarga una vez descartas no una ni dos, sino cinco alarmas, cosa que hizo Horacio entre sueños, quejándose por el molesto ruido que estaba programado para sonar cada quince minutos, pero callándose por completo la quinta vez que fue eliminada, dando por hecho que aquel moreno no quería ni iba a levantarse a la hora que tenía planeado hacerlo, girándose una vez más para abrazar el cuerpo de su novio, colocando una pierna por encima de una del soviético. 

Pero ninguno contaba con que, una hora más tarde, su celular volviera a sonar, esta vez con el tono de llamada que Horacio había elegido para su hermano y que de tanta insistencia había logrado despertar a Volkov, quién molesto tomó el aparato y atendió la llamada medio dormido. 

—¿Priviet? — Saludó con los ojos cerrados.

—¿Ruso? — Gustabo estaba demasiado confundido. 

Solo bastó aquel apodo para quitar todo rastro de sueño del cuerpo del mayor, sentándose rápidamente en la cama y haciendo que, por consecuencia, Pérez comenzara a quejarse por el haber sido obligado a soltarle. 

—¿Hola? — Repitió el rubio del otro lado de la línea, aún no entendiendo porque Viktor Volkov había atendido una llamada desde el teléfono de su hermano.

—Eh, si, si… que- ¿qué ocurre? — Intentó sonar lo más natural posible, tapando la boca de su novio con la mano libre para acallar sus quejidos y pedidos de que se vuelva a acostar.

—¿Por qué tienes el teléfono de Horacio?

—Bueno… vinimos a- a desayunar y Horacio fue al baño y se ha dejado el móvil en la mesa.

Silencio hubo por unos cuantos segundos desde ambos extremos de la llamada, García analizando cada palabra dicha por el peligris y Volkov rezando internamente porque el ojiazul se creyera la peor mentira que se había inventado nunca.

—Vale, pues dile que se apure porque llega tarde a la sesión de fotos. 

Un suspiro silencioso de alivió salió de la boca del mayor. —Tranquilo, yo le aviso. Nos vemos. — Viktor cortó la llamada y se giró a ver a Horacio, quién, aún con la mano en la boca, se había dignado en volver a dormirse. —Horacio, despierta. — Le movió suavemente. —Que llamó Gustabo, llegas tarde a la sesión de fotos. 

Y solo fueron necesarias aquellas últimas tres palabras para que el crestudo abriera los ojos rápidamente y casi en pánico al ver la hora.

—¡Joder, la sesión de fotos!

𝟹, 𝟸, 𝟷... ¡𝙲𝚘𝚛𝚝𝚎!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora