CAPÍTULO 10

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Me desperté a causa del maldito despertador que Kate me había obligado a tener. Giré sobre el colchón y estiré mi mano para apagarlo. Volví a girar para mirar al techo. Mi cabeza se estaba partiendo, si no me equivoco logré dormir lo mismo que nada. Toda la noche mi conciencia se encargó de que mi persona se sintiera verdaderamente mal.
Me levanté y me dirigí al baño. Me di una ducha rápida y salí para cambiarme. Tomé un poco de café y salí en mi moto para otro maldito día en ese infierno. Recordé que hoy es la maldita fiesta de mi padre. ¡Demonios, nada podía ser peor!
Llegué y me encontré con Thor y Kate esperándome para entrar. Sin quitarme las gafas me acerqué a ellos. El rubio me miró bien.
—Uuuh, esa es cara de haber tenido mal sexo —aseguró el rubio.
—Te equivocas truenito, esa es cara de no haber llegado a nada de nada —dijo Kate.
Me quité las gafas y los miré asesinamente, para luego gruñirles por lo bajo. No estaba de humor para soportar sus teorías y burlas.
—Creo que si las miradas mataran, ya estaríamos muertos flechitas —dijo Thor
Los volví a fulminar con la mirada. Si seguían provocándome no iban a terminar bien. Kate se acercó a él y colocó una de sus manos sobre su hombro. Comenzamos a caminar hacia las malditas clases, me adelante un poco, pero podía escucharlos perfectamente.
—Amigo, ¿recuerdas que Natasha perteneció al equipo de artes marciales y de lucha en la secundaria? —le preguntó Bishop por lo bajo.
—Si —se limitó a decir el rubio.
—También, ¿recuerdas cuando peleaba en los bares?
—Aja —respondió truenitos.
—¿Y recuerdas que peleó con Drax y lo venció limpiamente?
Giré un poco la cabeza para mirarlos y Thor miró nervioso a Kate.
—Si, lo recuerdo.
—Entonces no insistamos más, ciertamente no somos Drax. No creo que tengamos tanta suerte si continuamos —dijo ella. Llegamos al salón y era una de las pocas veces en las que llegábamos temprano.
Miré a mí alrededor y Vanessa no estaba. Gracias a dios no estaba. Me senté en la última fila y logré hacer que mi cabeza se fuera de aquel lugar. La clase de Historia Universal comenzó, era tan tediosa aquella clase.
La puerta del salón se abrió y ella entró. Me senté derecha para mirarla, y a mi cabeza vino lo de ayer. Habérmela imaginado mientras estaba con otra era algo poco común en mí.
—Lo siento, se me ha hecho tarde —se disculpó.
La profesora la disculpó y ella miró a su alrededor para buscar un asiento. Él único lugar que quedaba era el que estaba a mi lado. Intentó buscar otro lugar, pero nada la salvaría de sentarse conmigo. Se acercó y con cuidado se sentó.
—Buen día —me saludó por lo bajo.
—Ojalá pudiera decir lo mismo —le dije. Se giró a verme.
—Uuuuh, ¿no dormiste bien anoche? —me preguntó.
—Exacto —dije.
Ella sacó un cuaderno y comenzó a escribir lo que la profesora estaba diciendo. Miré con detenimiento cada movimiento que hacía su nariz al escribir. Llevó la punta de la lapicera a su boca para morder levemente la punta.
¡Oh dios, yo tengo que hacer algo para poder estar con esta chica!
Se giró a verme, y me encontró mirándola fijamente.
—¿Qué sucede? —me preguntó.
—Nada, solo te miraba —contesté.
—Después puedo prestarte un poco de corrector de ojeras, si quieres —me dijo algo divertida.
—Oh, que considerada que eres brujita.
—Lo sé —dijo orgullosa de ella misma y volvió a concentrarse en escribir.
La clase se me hizo lenta e interminable. Wanda contribuía a ello, totalmente concentrada en lo que decían o escribían.
—Podemos salir mañana brujita —le hablé. Se giró a verme.
—¿Mañana? —preguntó.
—Si, ¿Por qué no?
—¿Es necesario?
—¿Cuál es el problema?
—El problema Natasha, es que... no quiero problemas —dijo divertida.
—¿Problemas?
—Ya sabes de quien te estoy hablando. Danvers.
—Oh, Carol —dije frustrada.
—De verdad tendrías que hablar con ella, esta obsesionada contigo. Por un lado le tengo lástima, debe ser horrible enamorarse de alguien que solo piensa en si misma.
—Juro que yo jamás le di motivos para que se enamorara —me defendí.
—Natasha... chicas como ella se enamoran fácilmente de personas como tú.
—¿Personas como yo?
—De pura palabra, pero cero compromisos —me dijo.
—¿Y chicas como tú? ¿Qué clase personas buscan? —le pregunté.
Me miró fijo a los ojos y luego sonrió levemente.
—Chicas como yo buscan constantemente alguien que no sea posesivo y este dispuesto a entregarse a una relación divertida y sana. Una persona con la que puedas hablar de cualquier cosa y sentirte cómoda —me dijo.
—¿Barnes no podía hacer eso?
—Al principio si, pero luego se volvió insoportable.
—Yo soy una persona con la que perfectamente puedes hablar —dije. Volvió a sonreír.
—Si, lo imagino —dijo sarcástica —Eres la persona imposible de transformar en un buen material para cualquier situación.
El timbre sonó y todos comenzaron a salir. Ella se puso de pie y antes de salir del todo se giró a verme.
—Por eso se enamoran ti, creen que pueden cambiarte —me dijo. La miré fijo —Pero eso, esta totalmente fuera del alcance de sus manos.
Salió de allí dejándome sola con mis pensamientos. ¡Oh mierda! ¿Qué es lo que pasa conmigo? Yo no puedo sentirme mal por las palabras de una mujer poco común.
Poco común, eso es. Ella es diferente a las demás, o así la veo yo. Tal vez si le encuentro el parecido ya no voy a sentirme así.
La noche llegó y con ella la maldita fiesta. Terminé de vestirme en un costoso vestido que me trajo mi padre de Paris. Parada frente al espejo me arreglé bien para el evento.
—¿Ves? Así es como se hace mi amor —ella tomó mi vestido y comenzó a cacomodarlo bien.
—¿Así mami? —le pregunté.
—Uno para arriba, luego lo doblas por aquí y un tirón para abajo.
—¿Cómo me veo?
—Perfecta, te ves hermosa.
Sacudí mi cabeza mientras dejaba que aquel recuerdo me atormentara. Volví mi vista al espejo y ya estaba lista. Tomé la crema de peinar y terminé de acomodar mi risos delicadamente.
De verdad no podía hacerme cargo de que todas estuvieran muertas por mi. La verdad de todo está a la vista. Yo no soy el problema. El problema son todas ellas.
El timbre de mi casa sonó, de seguro ese era papá. Salí del cuarto y me dirigí a atender. Abrí y el me miró bien.
—¿Estas lista? —preguntó.
—Si —contesté.
Salimos de allí, nos subimos a uno de sus costosos coches, y partimos hacia otro de mis calvarios. Pronto llegamos, en todo el viaje no habíamos cruzado palabra. Mi relación con mi padre era así, solo hablábamos lo necesario.
Nos bajamos y entramos al gran salón. Miré a mi alrededor y toda la clase alta de la cuidad estaba allí. Empresarios, contadores, abogados, políticos, médicos, ingenieros y demás. Era hora de sacar mi faceta profesional y moralista. Nos acercamos a un grupo y mi padre comenzó a presentarme.
—Ella es Natasha, mi primogénita y futura heredera—habló sobre mí.
—Buenas noches, señores —saludé.
Pronto comenzó la charla de negocios, puse mi mejor cara de atención e intenté hacerlo.
Pero mi mirada se distrajo por la silueta de una pequeña mujer. Estaba de espaldas con un elegante vestido rojo, que dejaba a la vista la piel de su espalda. Tenía el cabello recogido, pero algunas mechas caían por los costados de su rostro. Y cuando giró, de verdad no pensé que era ella. Comenzó a caminar del brazo de un hombre bien vestido de unos 50 años. Estoy seguro que ese es su padre.
—Con permiso señores, enseguida regreso —me disculpé.
La seguí con cuidado, observándola de cerca. De alguna forma, que no sea presentándome yo misma, tenía que hacer que ella me viera. Divisé como sonreía cordialmente a las personas que, el hombre con el que estaba, le presentaba.
Se veía condenadamente hermosa en ese vestido, rojo pasión. Largo hasta el suelo, marcaba con claridad las bellas curvas de su cuerpo. Y ver su espalda al descubierto, era una tentación en vivo y en directo.
Gracias a mis tontas compañeras de Universidad ya había logrado verla en ropa interior. Pero la idea de desnudes que me provocaba su vestido era aun mayor de lo que yo había visto. La vi alejarse de aquel hombre y entonces me acerqué a él.
—Perdón, ¿usted es el señor Stark? —le pregunte. Se giró a verme.
—Si, soy yo. Mucho gusto ¿usted es? —me preguntó.
—Mi nombre es Natasha Romanoff—me presenté.
—¿Puede ser que tu padre sea Dreykov Romanoff? —dijo frunciendo el ceño.
—El mismo —dije. Sonrió y estiró su mano para que la tomara.
—Es un gusto conocerte, hija. He escuchado muchas cosas sobre tu padre, se que es un muy buen abogado.
—Si lo es, y es mi gran ejemplo a seguir. Espero algún día poder llegar a ser tan grande como él. —dije mintiendo descaradamente.
—Si tienes potencial y carisma, estoy seguro de que lo lograras —dijo divertido.
—Eso espero señor, ya que en algún futuro me tocara tomar mando del bufete de mi padre.
—¿Tú padre está aquí? —me preguntó.
—Si señor, se encuentra por allí —dije y lo señalé.
Giró y lo miró, volvió a mirarme.
—Oh, espera un segundo que voy a llamar a mi hija para que la conozcas —dijo.
¡Bingo! dije para mi fuero interno.
—Wanda, hija —la llamó.
Ella se encontraba de espaldas hablando con otra mujer. Se giró a verlo y cuando me divisó frunzo el ceño con gesto de asombro. Se despidió de la mujer y se acercó a nosotros. Hice todo lo posible por parecer sorprendida.
—Hija, quiero que conozcas a la señorita Natasha Romanoff—me presentó —Natasha, ella es mi bella hija Wanda.
—Es un gusto señorita —dije y tomé su mano para estrecharla cordialmente.
Ella no dijo nada, solo me miraba sin poder creerlo aún.
—Bueno, las dejo un segundo. Iré a hablar con tu padre Natasha —me dijo.
—Vaya tranquilo señor Stark, yo cuidó de su hija.
Sonrió y palmeó suavemente mi espalda para luego irse. Clavé mis ojos en Wanda, y ella me miró de arriba a bajo analizándome detenidamente.
—¿Dónde quedó la persona libertina y rebelde? —me preguntó. Solté una leve carcajada —¿Se puede saber que haces aquí?
—Aquí es donde vengo siempre que necesito pensar —le dije. Me miró acusadoramente —Bueno, en realidad vengo porque mi padre tiene amigos importantes y siempre necesita de mi ayuda.
—O sea que era esto lo que tenías que hacer hoy —me dijo.
—Al parecer las dos teníamos que hacerlo —dije y la miré de los pies a la cabeza —Se ve muy bella esta noche señorita Stark-Maximoff.
—Oh —dijo ella soltando una sonrisa —¿Ahora eres toda una dama?
—Siempre lo soy, ¿no lo cree?
—En realidad creo que te favorece el cabello de esa manera. Se tiene mayor percepción del color de tus ojos.
—¿Le gustan mis ojos? —pregunté sonriéndole levemente.
—Señorita Romanoff, creo que a pesar de que este vestida de gala, lo rebelde y libertina no se le va con nada del mundo.
—Podríamos fingir que acabamos de conocernos —dije y me di la vuelta para luego volver a mirarla —Buenas noches señorita.
Tomé su mano para estrecharla de nuevo. Ella rió por lo bajo.
—Buenas noches señorita... —dejó de hablar para seguirme el juego.
—Romanoff, o puede decirme Tasha, Nat.

PELIGROSA OBSESIÓN (WANDANAT VERSION)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora