Chapter 11: Trío de ases

231 8 0
                                    

Harry salió de la casa sin ser visto; necesitaba meditar a solas, no sólo sobre la conversación mantenida con Ron hacía unas horas, durante la que su mejor amigo le había confesado el engaño "piadoso" a que estaba sometiendo a la temperamental Hermione. Tampoco sobre su propio secreto, al mantener aún oculto el hecho de que el piso que había ocupado su adorada pelirroja hasta hacía bien poco, ahora era totalmente de su propiedad, gracias – o desgracias, aunque desde lo más hondo de su alma, esperaba que no lo fuesen - a él. Todo aquello le inquietaba, pero lo que más desazón le había causado, era el hecho de que Snow le había negado categóricamente algo que, hasta el momento, él había tenido bien claro: que Aby era hija de Oswal Carmichael.

Para el joven auror, aquellos ojos grandes y profundos, grises como el cielo encapotado, y tan bellos, eran inconfundibles, tanto en Oswal como en Aby. Sin embargo, Snow le había dejado bien claro que el pueblo entero se empeñaba en afirmar que la joven rubia no era sino hija del que, por otro lado, había jurado votos de castidad al convertirse en sacerdote: Ben Campbell, y que a su modo de ver, en nada a ella se parecía. Para aquel enigma, él sólo tenía una respuesta: que la misma Romilda Carlyle hubiese fomentado esa creencia; o que al menos, no la hubiese negado. ¿Pero porqué? ¿Por qué una mujer como ella, evidentemente querida y respetada en la villa, necesitaría mantener semejante mentira? También le constaba que Romilda había estado casada hasta hace unos pocos años, en que su esposo falleció. ¿Qué papel había jugado aquel hombre en todo el asunto? Demasiadas preguntas, y una sola mujer para responderlas.

Pero lo más intrigante del asunto, era que no sólo en la joven rubia y en el Jefe local de Aurores había podido observar aquellos rasgos tan majestuosos y distintivos, por otro lado llenos de secretos; el inmenso lobo que le había atacado tan sólo hacía unas cuantas noches, mostraba también los mismos ojos, la misma mirada, perdida el la profundidad del recóndito enigma que había supuesto para Harry, desde el mismo momento en que lo vio.

La pregunta era obvia: ¿Cuál era la conexión, el nexo de unión, entre los tres? O quizá, como él temía desde que el enigmático lobo los salvó, a sus compañeros y a él, en la catastrófica cueva, no era correcto hablar de tres, sino de dos. Quizá, y su corazón le aseguraba que no se estaba equivocando, Oswal Carmichael y el descomunal lobo eran una única persona, o una única bestia… Y de tener razón en su creencia: ¿Romilda Carlyle lo sabía? ¿Estaba al corriente de lo que era, o en lo que se había convertido el padre de su hija?

Aquel pensamiento terminó de decidirle. Era cierto que había dado el día libre a todos sus compañeros, y que había prometido a Ron no intentar concluir la misión hasta que él se hubiese repuesto, para que pudiese ayudarles, a no ser que algún peligro inminente precipitase los acontecimientos. Y cumpliría su palabra. Pero también era cierto que nada iba a impedirle plantar las cosas bien claras a la dueña del hostal. No sabía qué le sacaba más de quicio: si que le engañasen, o que le tomasen por idiota. Y sentía que en aquel lugar, desde el mismísimo momento en que había puesto un pie en él, ambas cosas estaban sucediendo por igual. Y no iba a permitirlo ni por un segundo más.

Sin darse cuenta, sus erráticos pasos le habían llevado a las afueras del pueblo. Era hora de volver, entrar en el hostal y encontrar a Romilda, a quien debía inmensa gratitud por lo bien que los estaba tratando a él y a todos sus amigos, pero que no por ello iba a librarse del peso de la ley. Era hora de que ambos hablasen a solas, de que él esgrimiese todas sus preguntas cual una varita a la que sólo podría atar el yugo de la verdad.

Bruscamente, dio media vuelta para encaminar sus pasos hacia el lugar elegido, topándose de frente, por ello, con la que le pareció la misma mujer que, durante su primer día de estancia allí, le había advertido sobre la amenazadora presencia de la bestia. Temió golpearla con toda su fuerza por el encontronazo, e hizo lo posible y lo imposible por evitarlo; pero estaba tan cerca de su pequeña figura, le quedaba tan poco tiempo de reacción, que su cuerpo se abalanzó al encontronazo sin remisión. Al menos, ya se había preparado para atraparla entre sus brazos cuando su propio cuerpo, mucho más joven, más alto y robusto que el de ella, la lanzase contra el suelo, evitándole la caída.

El secreto Donde viven las historias. Descúbrelo ahora