Chapter 13: Salido del infierno

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David adoraba desplazarse en su forma de dragón galés verde. Desde muy niño, había mostrado una capacidad innata para las transformaciones animórficas; tanto así, que sus padres se habían visto obligados a inscribirlo, antes con antes, en el Registro de Animagos del Ministerio de Magia, antes incluso de que pudiese comenzar su formación mágica en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. Tuvieron que enseñarle a marchas forzadas a controlar al salvaje dragón que llevaba dentro, - único animal en que siempre le había gustado convertirse, desde que vio uno durante una visita familiar al parque zoológico para magos, de Londres, a pesar de tener la facultad de poder hacerlo en muchos otros – para que ningún muggle pudiese morir de un ataque de pánico al cruzarse con una bestia salvaje suelta en pleno centro de la capital inglesa.

Sonrió para sus adentros. La suave brisa acariciaba sus moteadas escamas del color de la hierba más fresca, trayéndole infinidad de olores y alertándole de que, si todo salía bien, dentro de nada le ofrecería también el inconfundible aroma de la enorme bestia a la que estaban aguardando para poder capturar. En su forma animórfica, sus sentidos humanos se agudizaban bastante: podía ver mejor en la noche, y más lejos, oía frecuencias que no era capaz de detectar en forma humana, y también su velocidad crecía de forma notable, y también su fuerza, e incluso podía volar… pero jamás se habían incrementado al mismo nivel en que, al parecer, podía lograrlo Carmichael. Según Harry, la fuerza de aquel hombre no crecía con el cambio a su forma de lobo, sino que se multiplicaba de forma exponencial. Aquello le desconcertaba sobremanera, y por ello se sentía inquieto.

Sacudiendo su reptiliana cabeza para desterrar funestos pensamientos, volvió a centrarse en escuchar desde su atalaya en uno de los árboles más altos y vetustos de aquel pequeño bosque, como llevaba haciendo ya durante media hora; en otear hasta donde podía alcanzarle la vista, en oler en todas direcciones: todo en calma.

Recostó su barbilla en sus recias y potentes patas para acabar de serenarse, y aguardó. De pronto, una niebla cada vez más espesa, más confusa, se adueñó de su visión y su cerebro, sumiéndolo en un desvanecimiento que se vio totalmente incapaz de controlar. La sangre comenzó a chorrear desde su cornada cabeza, allí donde un contundente golpe lo había alcanzado sin piedad. Herido, débil e inerme, aquel fabuloso cuerpo animal emprendió una vertiginosa carrera sin freno hacia el duro suelo, donde todos sus huesos fueron a parar con un golpe sordo y seco, casi imperceptible en la soledad de la noche. Y allí se quedó.

A varios metros sobre el suelo, una fantasmagórica sombra se dio el inmenso placer de observar su asesina obra durante un momento, esbozó una extraña mueca con los labios, que habría podido ser una macabra sonrisa de no pertenecer a un animal, sin la capacidad de sonreír, y salió disparado a la carrera.

"Primer objetivo: cumplido – una oscura y sádica mente se abrió paso entre aquella maraña de instintos salvajes, guiando al humano que llevaba dentro. – Segundo objetivo: en marcha. Aquello se estaba convirtiendo en un fácil y divertido juego – pensó – Qué pena que fuese a acabarse tan pronto".

~~O&o&O~~

Aby y Edward llegaron caminando a un hermoso paraje situado en la parte oeste del pueblo, justo a las afueras. Protegido por un pequeño y bello bosque a su derecha y por una osada colina a su izquierda, un manantial de cristalinas aguas cobijaba en su seno la pálida luz de la luna, cual vitrina de un bello diamante en exposición. Soñar al pie de aquellas aguas resultaba tan fácil, que cualquiera que se acercase lo suficiente a aquel idílico paraje, inmediatamente quedaría prendado de él para siempre, deseando regresar una y otra vez, para ser acogido y arropado por aquellos apacibles brazos.

A pesar del temor que la embargaba, Aby iba cogida del brazo del chico, como si hacerlo resultase para ella lo más habitual del mundo; mientras los pasos de él eran cautos y tímidos, delatando aquellos malditos pensamientos que le hacían sentirse zafio al lado de un ángel como lo era, para él, la joven rubia. Ni siquiera bajo aquellas extremas circunstancias hubiera podido creer que algún día sucedería lo que justamente estaba sucediendo en aquél momento: ella caminando a su lado, confiada y cariñosa, con mil promesas de amor en sus dulces ojos, que siempre lo habían llevado por la calle de la amargura.

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