Rubén estuvo todo el día con Amira. No hablaron mucho, solo estuvo junto a ella, acompañándola en silencio. Un silencio para nada incómodo.
Al atardecer, Amira decidió contactarse con su familia, para que fueran a verla. Eso también incluía a su marido.
-Bueno, llegarán en unos veinte minutos. Será mejor que me vaya -dijo Rubén cuando la chica cortó su celular.
-Rubius, espera -dijo la chica- gracias por todo. Por estar conmigo.
Amira tomó las manos de Rubén con suavidad. El chico sonrió.
-Ya debo irme, Amira.
Ella asintió con la cabeza y soltó las manos de Rubén. Mientras él se alejaba, Amira tenía un terrible conflicto interno. Por un lado, estaba la tristeza de haber perdido a su hijo. Por otro, se sentía casi alegre por haber estado tantas horas con Rubius. Casi, porque la circunstancia no fue la mejor. Y a la vez se sentía culpable por sentirse bien junto a Rubén. No podía ser. Ella estaba casada, pero ya desde un tiempo que Rubén... que no lo veía solo como un amigo... le agradaba estar con él, se sentía protegida, querida, incluso más que con Elea...
-¡No! -dijo Amira en voz alta. Luego se tomó la cabeza con ambas manos. No podía pensar eso. Debía seguir con su marido, no podía pensar tanto en Rubén, porque cada vez que lo hacía, sonreía involuntariamente... y eso no era apropiado para una mujer casada. No.
Amira miró al techo, apoyando las manos sobre sus piernas. ¿Qué debería hacer? Seguir con Eleazar implicaba no ser feliz. Y lo sabía, porque con su marido no era feliz. Aunque quizás también era su culpa. Quizás ella era poco atenta, quizás le demostraba poco cariño. Quizás si Eleazar fuese más como Rubén...
-¡Ay, sal de mi mente, por favor! -dijo Amira cerrando los ojos.
No. No podía dejar de pensar en Rubén. Pero no podía abandonar a su marido. Quizás lo mejor era apartarse del chico. Le dolía tan solo pensarlo. Hacia tanto tiempo que no era tan feliz como cuando estaba con Rubius. Aunque quizás solo estaba ilusionada por lo bien que la trataba, y porque sabía lo que el chico sentía por ella. Lo que quería dejar de sentir por ella.
-Pero es un mujeriego- se dijo, recordando aquella vez que lo vio con una chica en su apartamento. Y quizás con cuántas chicas más habría estado. Quizás lo único que quería Rubén era acostarse con ella y desecharla como a esa chica que nunca más volvió a ver. Amira apretó las manos. No tenía derecho a enojarse. Ella estaba casada, Rubén podía hacer lo que quisiera, con las mujeres que quisiera. Aunque no debería tratar a las mujeres como objetos, para usarlas y desecharlas. No. No le podía gustar un hombre que trataba así a las mujeres. ¿Pero en qué estaba pensando? ¡No podía gustarle ningún otro hombre que fuese su marido!
Eso. Esa era la solución. Debía obligarse a estar enamorada nuevamente de Eleazar. O bueno, de enamorarse de él. A pesar de todo, era un buen hombre, un buen judío.
En ese momento se abrió la puerta de su habitación, y entraron sus padres junto a Eleazar. Su marido fue inmediatamente a su lado para abrazarla.
-¿Qué te pasó, Amira? ¿Cómo estás? -preguntó su esposo.
-Yo estoy... -pero no pudo decir que estaba bien. Sin querer, volvió a llorar, y entre lágrimas le dijo a Eleazar que había perdido a su hijo. Él la miró con tristeza, sin dejar de abrazarla.
-No te preocupes, Amira. Más adelante podremos tener nuestro hijo -le dijo su marido acariciándole la espalda.
La chica asintió con la cabeza. No era la primera ni la última mujer en perder un hijo. Era doloroso, sí, pero quizás más adelante podría por fin tener un hijo entre sus brazos, un hijo que mejorara su matrimonio. Mientras tanto, ya se mentalizaba en ser una mejor esposa para Eleazar. Aunque en una parte de su mente y corazón, la imagen de Rubén seguía sonriéndole.
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La vecina del Rubius [Finalizada]
FanfictionRubén Doblas, más conocido como el Rubius se cambia a un nuevo departamento en el centro de Madrid. Allí conoce a Aleph Amira, su joven vecina judía, que además es pianista, de la cual, sin quererlo y poco a poco, Rubius se enamora. Pero hay un gran...