Capítulo 1 - Cuando me haya ido

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Jimin extendió la manta sobre la colina, bajo un árbol y arregló sus provisiones.

Una nota de suicidio sellada en una bolsa de plástico con una roca dentro para evitar que se volara. Listo.

Una pistola cargada. Listo.

Un teléfono celular. Listo.

Una mochila vacía. Listo.

Se sentó en la manta y se recostó contra el tronco del árbol para mirar el atardecer sobre Busan por última vez. Esa belleza siempre reconfortaba su alma. Llevó sus rodillas a la barbilla y las abrazó, temblando un poco por el aire húmedo y frío. El sol poniente pintaba las nubes del horizonte de un rojo ardiente, con bordes color púrpura. Cerrando sus ojos, saboreó el sonido de las olas, el llanto de las gaviotas y el olor de la brisa del mar. Fue allí donde había sido muy feliz. Y parece que justo ahí debía terminar.

Una última vez, recordó la otra lista en su cabeza, asegurándose de que no había dejado nada por hacer. Había limpiado su apartamento así que sus padres no tendrían que hacerlo. Él les había dicho que se mudaría a un lugar mejor después de que el trimestre terminara, lo que se suponía era técnicamente cierto. Con esa excusa, había logrado deshacerse de todas sus pertenencias, dándolas a la caridad en vez de "empacarlas para almacenarse", dejando unas pocas cosas que quería que sus padres tuvieran con ellos como "recuerdo". Su gato se lo había dado a la señorita Han al final del pasillo, y sabía que iba a tener un buen hogar allí.

Todos los servicios habían sido desconectados y los estados de cuenta pagados. La deserción de la universidad había sido el último paso, arreglando el resto de las cosas. Él no quería que las cuentas fueran una carga para sus padres después de que se fuera; él les pondría el dinero suficiente. Incluso hubo un par de cientos de wons que dejó en su cuenta de banco para pagar la cremación sin servicios especificados en su voluntad. No quería hacer pasar a sus padres a través del dolor y los gastos de un funeral al que nadie asistiría.

Ya era hora. El sol se había deslizado por debajo del horizonte, la última astilla de color naranja desapareció detrás de las olas. Jimin tomó la mochila y la pistola. Algo le llamó la atención y miró hacía la línea de árboles. El aire parecía brillar como un espejismo en pleno verano y luego apareció una puerta. La mandíbula de Jimin cayó al piso. Y su mente brincó al Show de Truman y por un bizarro instante, se preguntó si el mundo alrededor de él había sido un juego todo el tiempo.

Una mujer salió de la puerta, sus ojos barriendo alrededor, hasta que se topó con Jimin.

—Oh, bien —, ella dijo. —Lo hicimos a tiempo —. Levantó la mano, sosteniendo algo como un pequeño control remoto, señaló a Jimin y el mundo se volvió negro.

Jimin luchó por abrir los ojos. Sus párpados se sentían como si hubieran estado pegados y su boca estaba seca como papel. Su cabeza le dolía ligeramente, como si él hubiera bebido mucho la noche anterior, pero no lo recordaba. Se sentó y miró al rededor con desconcierto total. Esa no era su habitación. Simples paredes blancas, piso marrón cubierto con algo que parecía linóleo, una cama muy estrecha con sábanas blancas.

La pared se abrió, a pesar de que Jimin no podía ver la silueta de una puerta. Una mujer entró y de repente Jimin recordó haber estado en un parque y ver a esa misma mujer abrir una puerta en el aire. Sintió el indefenso rechazo que aflige de cerca a quién ve lo imposible, queriendo sobre todo, una explicación que permita poner todo el mundo en su lugar.

—Hola Jimin — dijo la mujer con un tono alegre y simpático, pero le pareció ligeramente falso, como una azafata que se forzó a sonreír con tanta frecuencia que ninguna sonrisa parecía sincera. Usaba una túnica larga hasta el piso de color plata, que se abría debajo de la cintura para revelar unas mallas negras. Su cabello era casi del mismo color que el de Jimin, un delicioso castaño caoba, sus ojos eran casi del mismo tono. Le resultaba vagamente familiar, pero Jimin no podía ubicarla.

Mikrokosmo - KookminDonde viven las historias. Descúbrelo ahora