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Llegó el esperado miércoles. Entre las clases, la reunión de los lunes y que el maestro se esforzó por mantenerse ocupado, había estado relativamente tranquilo a la hora de salir a la calle. Se esforzaba más que nunca en evitar las calles mal iluminadas y los lugares sin gente, pero a parte de esos paranoicos detalles, la vida del profesor seguía con normalidad y nerviosismo por la cita que tenía con el famoso sensei que ahora ocupaba la lista de los números uno en su mente.

A primera hora de la mañana una inusual situación se presenta ante su mesa mientras terminaba de mirar el programa del día y sus alumnos iban entrando a la clase. Una de sus mejores y más calladas alumnas le deja algo sobre la mesa.

―Luna, ¿qué sucede?

―Baji-sensei me ha dicho que te diera esto para que pudieras entrar al gimnasio ―otra vez la dichosa tarjeta dorada, el maestro la agarró y pudo ver que esta vez tenía grabado su nombre y un número que antes no tenía.

―Muchas gracias, Luna.

―No soy la mensajera de ustedes, solo lo hice porque es evidente que la tonta de Mana iba a olvidarse ―dijo mientras señalaba a su hermana.

―No insultes a tus compañeras o tendrás que quedarte en clase durante el recreo, ya lo sabes.

―Lo siento.

Después de las clases, una comida con los compañeros y una reunión en la sala de profesores, Kazutora al fin había salido del colegio para encaminarse hacia su piso.

Muy bien, hoy he salido antes de lo previsto, así que tengo tiempo para cambiarme y ¿debería ducharme antes de ir? Lo más probable es que sude, porque estaré haciendo ejercicio, por otra parte, es mejor que vaya oliendo bien, entonces debería ducharme antes y después, pero dicen que eso no es bueno para la piel... Ah... mejor me ducho antes y después, sí. Y ahora que lo pienso, no tengo ni idea de qué ropa llevar, en la clase que vi todos llevaban ropas negras como de kárate, pero no tengo ni idea. ¿Debí comprarme uno de esos? Estoy demasiado nervioso, llevaré un chándal normal y luego ya me dirá él qué ropa comprarme.

Dicho y hecho, Kazutora llegó a su apartamento, donde se dio una buena ducha y se vistió con una camiseta negra de manga corta y unos pantalones de chándal grises con elástico por los tobillos. Antes de marcharse metió en su antigua bolsa de deportes una camiseta de repuesto, desodorante, gel de ducha y una toalla, por si tenía que ducharse allí.

Ya estaba listo y preparado para dejarse instruir por el sensei. No podía quitarse de su cabeza el día que había ido a verlo. Con su traje de ninja, sus pies descalzos, tan recto, firme, con las manos a la espalda recorriendo toda la sala corrigiendo eficazmente los movimientos de sus alumnos.

También recordaba que en el traje que llevaban la parte superior iba atada con un cinturón, lo que dejaba ver levemente la clavícula. Cada vez que Baji llevaba a cabo una maniobra de demostración, sus movimientos provocaban que se le abriera un poco y dejara a la vista parte de su pecho, que ahora recordaba que lo poco que pudo apreciar no tenía ni un pelo. Podía notarse, que aunque el sensei era delgado, tenía músculos, no era un palillo debilucho, y tenía sentido, ya que se dedicaba a las artes marciales.

Kazutora bajó a la calle a buscar su coche. Lo aparcaba en la calle porque un aparcamiento era algo que realmente no necesitaba, nadie se molestaría en robar un Toyota Yaris de hace diez años y de segunda o tercera mano, y si se lo robaban sería la excusa perfecta que necesitaba el maestro para comprarse un coche nuevo.

Le resultó más complicado de lo que esperaba encontrar aparcamiento cerca del gimnasio. Tuvo que aparcar tres calles más abajo, lo que de por sí aumentó los nervios que ya traía el profesor, menos mal que se había echado el desodorante bueno.

teacher's; bajitora Donde viven las historias. Descúbrelo ahora