Odisea - 04.

477 34 25
                                    

E L  O R Á C U L O

Harry.

Sibila.

Mi pitonisa me miraba hecha un pequeño caos a mis pies.

Ella había cometido un error, ella debía remendarlo.

—¡Mi Rey, perdóneme! Sabe que cuando una consulta es dirigida hacia mí, la respuesta sale de mi boca sin poder controlarlo, no ha sido mi intención...

—¡Silencio, eres una incompetente! —mi golpe suena seco contra mi trono de mármol haciendo que Sibila tema más. —¡No debiste responder! —mi rugido sale prácticamente haciendola piedra y mis manos comienzan a destilar humo negro, estaba enojado.

Tener a Gemma detrás mío con la misma maldita advertencia diaria solo me recordaba la incompetencia de Sibila. Quería desaparecerla y matarla, sin embargo, si ella desaparecía yo sería el nuevo encargado y claramente no quería hacerlo.

—Desaparece de mi vista y diles a todos que el templo está cerrado el día de hoy —digo levantándome de mi lugar. —Avisa a ninfas y musas, el Parnaso está prohibido y no quiero ver a nadie.

Porque lo que me dijo Gemma era realmente grave, Ariadne no podía ser mi Pandora, no podía serlo. ¿Saben que podría significar eso? Zeus enojado, y aunque sea el segundo Dios más temido por los mortales, tenía un superior y ese era mi padre, cuya ira siempre había sido contenida por Hera, pero cuando se entere que su hijo está enamorado de una humana, ni la misma Diosa de la Familia podrá aplacar su furia.

Sibila asiente rápidamente y escucho como sus pasitos salen de mi gran templo.

Mierda, estaba preocupado y no podía negarlo, no podía.

Me observé en esa gran estatua de piedra ¿Se suponía que era yo? ¿Fuera de esa gran piedra me veía tan imponente y daba tanto miedo? ¿Los humanos me temían? No está más guapo que yo ¿O si? Carajo. No podía negar que de alguna o de otra forma, amaba este templo, era como mi segundo hogar y como no, era mi lugar protegido. Las paredes eran del mejor mármol que puedas imaginar, el oro resplandecía junto a las piedras preciosas. En todo el contorno había escenas mías, cazando, tocando la lira, en el carro del sol, con mis caballos, era yo en quinientas posiciones defendiendo a mi pueblo.

Miro las canastas en el suelo, frutos, telares, cobre, espejos de oro, carneros, ciervos, un sinfín de cosas que realmente no quiero ni necesito pero que los débiles mortales cargan hasta la cima del monte para agradecerme. Pienso en que los humanos me veneran mientras yo creo que solo son un grupo de incompetentes que se quejan de todo y le lloran a mi padre para que los ayude. Bueno, los quiero, en el fondo no me parecían tan inútiles como siempre decía.

Estaba seguro que podría cambiar el rumbo del futuro, simplemente debía saber cómo. Ariadne no iba a traer la guerra al mundo, yo, el Dios más poderoso, me encargaría de eso.

.

.

.

El sol se iba poniendo en el Oeste y el mundo iba oscureciendo. Cuando la noche cae, he terminado mis tareas el día de hoy y eso significa que soy libre.

El cielo se encuentra despejado, cuando quiero salir de aquí, me detengo.

—¿A dónde te diriges, hermano? —Ares se planta delante mío.

No podía decir que Zayn era mi hermano más cercano, definitivamente su vehemencia por la guerra y las ganas de matar a alguien siempre me hacían mantenerme alejado de él, sin embargo, lo amaba, como amaba a cada uno de mis hermanos. 

Apolo [H.S]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora