Odisea - 13.

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I D E A     D E L   A M O R

Ariadne

Cuando era niña, tenía una idea del amor gracias al matrimonio de mis padres. Era lo más cercano que había tenido y mi referencia de devoción, respeto y admiración hacia tu pareja. Sin embargo, cuando crecí, la idea del amor cambió totalmente gracias a un gran Dios de rizos marrones y ojos esmeralda. Entendí que el amor no es egoísta, el amor no humilla ni engaña. Entendí que el sometimiento que mi padre tenía sobre mi madre no era amor y el dejarla en ridículo delante de sus compañeros de trabajo nunca lo sería.

Siempre supe que Harry era superior a mí, siempre tuve presente que debía respetar sus decisiones y voluntades porque era un Dios sagrado que había tenido la compasión de enamorarse de mi. Tomó solo semanas que Harry se diera cuenta de mis actitudes hacia él, y con todo el amor y la paciencia del mundo, me explicó que éramos iguales ¿Se imaginan? Un Dios comparándose con una simple mortal, reí tanto cuando se comparó conmigo, él me mostró enojo y yo decidí callar. Mi pobre amor perdió su lucha contra mis pensamientos pero con el tiempo, yo misma me di cuenta como era nuestra relación. Jamás hubo sometimiento ni menos rangos, para él, éramos iguales, él me trataba como su igual, como su futura esposa. Con Harry entendí que el amor que tenía como concepto se encontraba bastante alejado del verdadero.

Su forma de amar, su manera de demostrarlo y su devoción hacia mi aunque no fuera nadie a quien él debía venerar me hacía creer que algo había hecho bien para merecerlo. Describir a Harry era describir la perfección, amor y lealtad que nunca esperé de nadie y sin embargo el cielo me premió con algo tan grande. Siempre lo admiré, y como no. Era fuerte, amable, amoroso y bondadoso, sabía lo que las personas buscaban, era extremadamente guapo y tenía un corazón tan grande como el universo.

Y era mío.

Nunca me sentí tan culpable de amarlo.

Hasta ahora.

Nunca pensé que estaría condenado de por vida, por mi.

Nunca pensé encontrarme aquí, de rodillas ante Zeus y Hera, sin siquiera atreverme a levantar la cabeza.

Estaba feliz, iba a decir que sí, íbamos a tener todo lo que siempre habíamos querido. Nos íbamos a casar. Pero a veces la vida solo te da un momentito de felicidad para luego arrebatartela para siempre. Pero un rayo cayó en medio de los dos y derrepente me sentí desmayada. Cuando desperté, me encontraba de rodillas en un lugar desconocido para mí. Volteé mi cabeza ligeramente y vi dorado, todo era dorado, todo brillaba, menos al hombre que tenía a mi izquierda.

El Olimpo.

Ese lugar mítico con el que había crecido, como un lugar al que nunca asistiría estaba delante de mis ojos. Sabía que habían muchas personas a mi alrededor pero solo veía destellos salir de ellos, eran los mismos destellos que le brotaban a Apolo antes.

Eran más Dioses.

He oído que había un acorde secreto.
Que Apolo tocó y le gustó al señor.

Tenía ante mis ojos todo lo que nunca pensé ver, empezando por mi amado de rodillas, sin brillo, débil y arrepentido.

Tú fe es fuerte pero necesitabas pruebas.
La viste bañandose en el tejado.
Su belleza y la luz de la luna, te derrotaron.

—Cuando pensé que no podías cometer más delitos ni arriesgarnos más, me sorprendes —la voz de Zeus sonaba mucho más enojada que la última vez que lo escuché.

Apolo [H.S]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora