Ilíada - 03.

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P A R I S   Y   H E L E N A

Ariadne.

Me sentía tan fuera de lugar aquí.

Paris me había invitado a un día en la ciudad. Un carruaje nos había llevado hasta allá y fue inevitable no ver la cantidad de miradas que nos cayeron encima.

Sobre todo a mi.

El sentimiento de sentirme insignificante volvió y Sophia con su clan apareció para mirarme de arriba a abajo como si fuera de todo, menos digna de un príncipe.

Estaba segura de que tenían razón.

—¿Te gustan? —unas cobras se mueven al ritmo de una flauta. 

La feria venida de la India es tradicional, cada año trae nuevas sedas, especias, y ahora, animales.

—Siento decir que me da lástima como torturan al animal —mis hombros se encogen.

Salgo de ahí al ver cómo estos animales son sometidos a hacer estos espectáculos y no quiero pensar que hubiera hecho mi Harry si estuviera aquí conmigo. Ambos odiabamos que las personas se aprovechen así de seres indefensos.

—¿Todo bien? —Paris aparece a mi costado.

No me encuentro de muy buen humor, por lo que detengo mis pasos pero siento como mi espalda choca contra una pared. Cierro los ojos y suspiro frustrada al saber que los guardias del príncipe deben estar en todo momento a su lado.

—Si, sigamos caminando.

El busca mi mirada pero la evito todo el tiempo, el tema del compromiso sé que está presente en su cabeza mientras que la mía solo se encuentra extrañando a mi ex Dios del Sol.

Mis ideas logran disiparse solo un poco con los puestos de joyas y vestidos ante mis ojos. Pero nuevamente las lágrimas amenazan al salir cuando me detengo frente a la señora que nos obsequió mi vestido de seda.

—¡Jovencita! —dice emocionada.

—¿Cómo se encuentra? —ella toma mis manos y me da una mirada dulce.

Sus ojos se oscurecen cuando ve al príncipe a mi derecha, sin entender.

—Paris, ella es una linda señora que me obsequió un vestido hace un tiempo atrás.

—Un gusto conocerla —ambos se estrechan las manos pero veo en los ojos de la viejita, desconfianza y curiosidad.

—Ari, pruébate los vestidos que quieras —me voltea hacia él. —No se preocupe, señora —habla esta vez hacia ella. —Le pagaremos todos los que mi prometida quiera.

Me atoro con la saliva y con el afan de salir de ahí, asiento y corro hacia él especie de vestidor que ya conocía. Una tela divide la vista hacia afuera, y cuando por fin nos encontramos solas, ella se atreve a hablarme.

—¿Te vas a casar con ese muchacho? ¿Y el otro jovencito del que te veías tan enamorada? —mis mejillas se ven bañadas por agua salada y ella toma mis manos.

—Lo extraño mucho —susurro.

—No siempre nos casamos con el amor de nuestras vidas —admite con lastima. —Pero te deseo la mejor de las suertes, Ariadne.

La miro sin entender cómo sabe mi nombre, y antes de que pudiera preguntárselo, ella prosigue.

—Estás destinada a grandes cosas, pequeña, no temas, el gran amor de tu vida sigue esperando por ti. Él hara hasta lo imposible para estar a tu lado, lo se muy bien yo, que lo conozco tanto —me quedo helada y veo en sus ojos destellos dorados que ya conocía.

Apolo [H.S]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora