Odisea - 12.

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L A    C A S I    P L E N I T U D

Harry. 

Amo ser humano.

Sí, no lo van a creerlo, pero lo amo.

Amo ser tan libre, amo poder equivocarme, amo poder llorar, amo poder sentir, amo poder llevar mi propio ritmo de vida.

Lo amo.

Y es que en el mes que tengo siendo un mortal lo único que he hecho ha sido darme cuenta de la gran creación que son. Sí, son idiotas y son inútiles muchas veces, pero otras veces se ayudan entre ellos mismos para poder salir adelante. Algunos son egoístas y otros mentirosos, pero existen las personas bondadosas y sinceras que te hacen creer que el mundo humano no está completamente perdido después de todo.

Comparten y pasan tiempo juntos en diversas actividades. Ser humano me mostró las debilidades que pensaba, era incapaz de tener. Me enseñó a ser frágil y sentirme vulnerable ante algunas circunstancias. Nunca me había sentido tan vivo como ahora, y es algo completamente irónico que un humano me haya demostrado lo que era vivir, me había demostrado más que mi vida como Dios.

Soy débil, de carne y hueso, de mi cuerpo brotan lágrimas saladas y mis ojos se cansan pidiendo dormir. Mi estómago suena cuando necesita comida y mis pensamientos solo son míos, no le pertenecen a nadie más. 

Ser humano junto a ella era otra historia. Podría decir que he conocido a muchas mujeres realmente poderosas y Ariadne entra en el prototipo de mujer valiente. Es decidida y madura, sabe lo que quiere y ha aprendido a sobrellevar mis arranques de ex Dios frustrado cuando algo no daba frutos. Antes de cerrar los ojos todas las noches agradece al cielo por haberle regalado esta vida, la abrazo y rio cuando en realidad el que debería estar agradecido soy yo. 

Amo a Ariadne.

Y amo la vida que estoy teniendo con ella.

—¿Por qué siempre me miras así? —me mira a través del gran espejo mientras termina de colocarse una de sus aretes de perlas.

Abro la boca pero ella me corta.

—No me halagues más por favor, me volveré una creída como tú —juega dándose la vuelta.

El vestido celeste de seda cae por todo su cuerpo y la miro embobado.

Nuestra vida había mejorado, dejé de ser un obrero y ahora soy el jefe de todos ellos. Incluso, me ofrecí a enseñarle música a los hijos de nuestros vecinos en el templo local. Todos nos conocían y siempre nos recibían con una sonrisa a donde llegáramos. Aportábamos a la comunidad a la que pertenecíamos. 

Pertenecíamos. Ambos pertenecíamos a algo.

Ella no era más la chica acosada y llena de prejuicios por su condición social y yo no era más el Dios arrogante y flojo que odia trabajar. Porque habíamos empezado de cero, y habíamos encontrado nuestro lugar. 

Un lugar para ambos donde podíamos ser nosotros y felices.

Por otro lado, debo admitir que la gran acogida se debe a Ariadne, su bondad y amabilidad. Ella se hizo amiga de las mujeres mientras compraba en el mercadillo y yo era jefe de sus esposos, sin embargo, cuando debía meter mis manos para picar piedra, lo hacía. Un verdadero líder no se sube al carro que arrastra el equipo, un jefe ayuda a arrastrarlo.

Pero lo que más me agradaba de todo esto es que mi bello amor tenía amigas sinceras, amigas que la habían empezado a aceptar, mujeres que no la humillaban, la trataban como su igual.

—¿Planeas ir así a la fiesta? —ella me escanea con los brazos en la cintura.

—¿Si? —realmente no creía que tuviera que cambiar mi atuendo.

Apolo [H.S]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora