Odisea - 14.

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E L   F I N 

Cuando Apolo llegó al Hades todos los sirvientes se encontraban delante de él

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Cuando Apolo llegó al Hades todos los sirvientes se encontraban delante de él. Los ojos del nuevo Rey de los Muertos estaban brillantes, demostrando a todos su fragilidad.

Pero tenía suerte.

Nadie lo miraba, todos observaban al piso y se encontraban arrodillados ante él, haciéndole una reverencia.

Con dolor y pesar, se fue dejando a la multitud de lacayos arrodillados. Mareado y tambaleante caminaba entre los pasillos del palacio, las paredes negras y el ambiente frío ayudaban a mantenerlo en la realidad.

Su nueva realidad.

Con poca fuerza y como pudo, llegó hasta el gran salón rojo. En medio, se encontraba un trono tan rojo como el mismo fuego. Con miedo y sin ningún cuidado, se arrastró hasta ahí haciendo que tan imponente lugar estuviera a centímetros del ex Dios del Sol.

Ahí se dió cuenta de lo que le había ocurrido. Ya no sería nunca más un Dios, ni un humano. Ahora era Hades, el Rey de los Muertos y el todo del Inframundo. Nunca más vería la luz de su Sol, nunca más vería a su familia, bastante claro lo había dejado su padre, pero lo que más le dolía, es que nunca más volvería a ver a su amor.

Las lágrimas seguían cayendo cuando él cerró los ojos para intentar sentir a su Ariadne. Su sonrisa apareció en la oscuridad de su memoria y el sonido de su risa retumbó en toda su cabeza, podía sentir su aroma y su tacto, sus ojos celestes brillaban y su cabello caía sobre sus hombres. 

Pero abrió los ojos.

Y no la vio más.

Y sabiendo que esta sería su miserable vida de ahora en adelante, se dejó caer en su nuevo trono soltando un sollozo desde lo más profundo de su corazón.

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Las huellas en la arena eran borradas por el fuerte viento del desierto. Con su poco abrigo, Ariadne caminaba como si el aire se encargara de arrastrarla por el lugar. Sus débiles pasos hacían que no se hundiera sobre tanta arena suelta y el sol ni siquiera brillaba tan fuerte como para ahogarla de calor.

De hecho, el sol no brillaba. Se encontraba ahí, en el cielo, puesto para cumplir su trabajo pero sin ese brillo característico de su ex dueño.

Él Sol no sería lo mismo sin Apolo, y Ariadne tampoco.

Sabía que no podía dejarse morir, aunque fuera lo único que quisiera, porque el castigo que le dio Zeus era suficientemente claro  como para que ella lo intentara.

No moriría hasta que fuera su momento.

Y Ariadne estaba segura que sería dentro de muchos largos y agonizantes años más.

Muchos años más sin él.

Sus lágrimas podían ahogar a todo el desierto y si por ella fuera, ni siquiera se hubiera dado el trabajo de emprender camino hacia algún destino.

Ella estaba perdida.

Perdida sin él.

Caminó por horas. La noche amenazaba con hacerse presente y el frío la obligaba a temblar tan fuerte que creía que podía morir, sin embargo, sabía que eso no pasaría. En todo el camino la única plegaria que mencionó fue a su amor, Apolo, rogando porque estuviera bien ahí abajo.

El en pecho el corazón se le estrujaba de pensar el enorme castigo que le habían dado solo por amarla, la culpa y el auto odio que sentía por ella misma eran tan grandes como una galaxia.

Rendida y con tantos sentimientos agobiantes encima de ella, se dejó caer para llorar contra la arena en medio de la nada.

Y se durmió, con el corazón triste y su alma en pedazos.

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El sol hizo su trabajo y se colocó haciendo que la luz volviera al mundo.

El galope iba a tanta velocidad que el desierto se sintía pequeño. El hombre encima de el caballo necesitaba llegar a Grecia de inmediato, le urgía.

Todo su horizonte era arena y entendía que aún le quedaba camino por recorrer. Sin embargo, mientras avanzaba la arena plana empezó a teñirse de algunos colores y el hombre pareció extrañarse.

Ordenó que su caballo se detuviera para cuando a pocos centímetros, el bulto se movía y temblaba.

—Tranquilo —mencionó acariciando al animal.

Delante de él, una mujer desmayada temblaba. Rápidamente se bajó del caballo y levantó la tela haciendo que su rostro apareciera ante sus ojos.

Era preciosa, sus ojos nunca habían visto una mujer tan bonita.

Sus ojos estaban hinchados y su respiración era muy rápida, ella ardía.

Y como pudo, la levantó subiendola a su caballo y galopando tan rápido como su vehículo lo permitiera.

Cuando llegó a Grecia y sin saber qué hacer con la muchacha, la llevó entre sus brazos hasta el curandero del lugar.

Después de preguntar mucho, dio con la casa del médico y ahí, ante su sorpresa, una ola de gente empezó a correr.

Conocían a la muchacha.

Y en menos de cinco minutos, una pareja corrió hacia ella para empezar a llorar y rogarle al médico que la salvara.

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Sus ojos se acostumbraron a la luz poco a poco. Por un minuto olvidó todo lo que había pasado, pero cuando recobró la memoria, solo llamaba a su amado.

—Harry —susurró rogando que aquella silueta detrás de la puerta, fuera su amor.

Sin embargo, la expresión de Ariadne cambió cuando un hombre muy alto y muy rubio entró por la puerta.

—Despertaste —su voz era grave y sus músculos eran enormes. —Me alegro que estés bien, Ari.

¿Por qué sabe mi nombre? ¿En dónde estoy? ¿Quién es él?

—¿Quién eres? —preguntó con miedo.

—Soy Paris, príncipe de Troya.

Continuará…

🌻🌻🌻

¡Hola bebes!
Con este último capítulo acabamos Odisea, que rápido 😭

La segunda parte será mas cortita pero traerá muchas sorpresas.

¿Creen que Paris vaya a ser un gran problema? 🤭

Y otra cosita..

¿VIERON A HARRY EN COACHELLA?
Es que las dos nuevas canciones y las trompetas! Opd, fue demasiado para mi!

Espero disfruten el capítulo y nos estamos leyendo prontito ♡

- Clau.

Apolo [H.S]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora