E L L A
Harry.
El Olimpo.
Las leyendas lo describen como el lugar en el que se originó la vida humana. El lugar donde los dioses reinan y guían el curso del mundo terrenal, un espacio sagrado y de culto que debe respetarse e idolatrar por cada persona que exista en este universo.
El Olimpo, era mi hogar.
—¡Atrápalo!
Ares lanzó un rayo y con una velocidad descomunal corrimos a atraparlo.
—¡Joder! —susurré tomando mi mejilla, Artemis había impactado sobre ella.
—¡Lanza otro, Ares!
—¡No me llamen Ares! Soy Zayn.
Ares, digo Zayn, empezó a respirar fuerte por la nariz enojado mientras Dionisio solo lo miraba riendo y preparaba su flecha para impactar contra nuestro hermano en cualquier momento ¿Pelear contra el Dios de la Guerra? Definitivamente paso, el cielo comienza a oscurecerse, el ambiente perfecto para una buena discusión, pero cuando estaba por hacerlo, mamá apareció. Hera y su aura sagrada bañaban el campo abierto de nubes en el que nos encontrábamos. Todos corrimos e hicimos un pequeño círculo, Afrodita sonrió al ver que estaríamos castigados.
—¿Alguno de ustedes me podría explicar porque están jugando con rayos? —susurró calmadamente. —Los humanos están teniendo una tormenta ahí abajo por sus juegos.
—Lo siento, madre, fue una pésima idea —Ateneo fue el primero en hablar, mostrándose arrepentido.
—Que va, madre, un poco de lluvia les vendría bien para que se bañen, así dejen de ensuciar los ríos —respondí para estirar mis grandes músculos y mostrar mis bíceps definidos.
—Apolo, debes dejar de ser tan arrogante con ellos, hijo.
—Mamá, soy Harry, no Apolo —odiaba que me llamara por mi nombre real, eso solo significaba que ella estaba enojada conmigo realmente.
A Hera, la diosa de la familia, le empezó a brotar un brillo inusual en ella, el brillo que nos advertía que se encontraba enojada y nosotros en graves problemas. Mamá, alzó los brazos y un viento nos acorraló dejándonos callados ante ella, al fin y al cabo, además de ser nuestra madre, era nuestra reina.
—Los humanos son la perfecta creación de tu padre y es la última palabra aquí. De castigo, ayudarán a las ninfas a recolectar frutos para Zeus y para mí, los quiero listos para cenar.
La señora del Olimpo tomó su vestido de seda y salió por algún pasillo perdiéndose en el enorme palacio.
—Joder, es tu maldita culpa, Harry —Louis apareció su copa de vino para embrigarse, siempre tan temprano.
—Es correcto ayudarlas.
Sin el afán de discutir con mis hermanos, decidí quedarme callado.
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.
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—¡Hey, Adrastea!
Las ninfas eran creación de mi madre para ser protectoras de lugares naturales. Ellas eran nuestras amigas, jugaban con nosotros cuando éramos apenas bebés y siempre nos cuidaban por órdenes de Hera.
—¿Los niñitos del Olimpo han venido a ayudarnos? ¡No lo puedo creer! —se burla ella mientras mueve sus manos en dirección a la canasta que tiene a sus pies para que los frutos floten hasta ella.
Habían muchas ninfas repartidas en esta pradera realizando distintas actividades.
—Iré de cacería para llevar algún antílope o quizá algo más pequeño a la mesa de nuestra madre —Niall salió con su arco y se perdió en algún sitio.
Los demás se repartieron por aquí y por allá.
Nosotros deberíamos estar salvando al mundo, no recolectando putos frutos para la puta cena. Mientras veía como todos hacían el trabajo, me recosté debajo de un árbol, había trabajado mucho ya. La brisa hizo bailar a los árboles, las nubes se movieron, y el mundo terrenal se pudo ver desde aquí arriba.
Los humanos eran seres realmente complicados y estúpidos, se hacían problema por todo, no entiendo como papá creó algo así, pero que los critiquen delante de él, nos desaparece con un rayo.
Miré por minutos sus quehaceres, sus actividades cotidianas eran aburridas. Sin embargo, lo aburrido se me quitó para que una sonrisa hiciera que el sol brillara en su punto más alto.
Ariadne.
Saludaba a los aldeanos mientras caminaba con una batea entre sus manos, ella iría a lavar al río. Sonreí y, echando una mirada para que nadie se diera cuenta, rompí la primera y esencial regla del Olimpo.
No bajar nunca al mundo terrenal.
Sentado en la copa de un gran árbol la veía arrodillarse y empezar a mojar sus prendas en el río. Tarareaba alguna canción, el sol ayudaba a que su cabello pareciera oro, su piel brillaba y sus ojos azules resplandecían como si fueran dos zafiros. Ella era preciosa, cualquiera diría que es digna de ser una diosa más del Olimpo.
—Ya sal de ahí —escuché que mencionó entre risas.
—¿Cómo siempre sientes mi presencia? —bufé desde aquí arriba y luego aparecí al lado de ella, haciendo que se sobresaltara solo un poco.
—Porque eres tú, Harry, siempre te siento llegar —ríe mientras lleva sus delicadas manos al agua.
—Intentaré ser más discreto —la veo negar para escuchar un susurro con un no lo lograrás jamás.
Ella tiene razón, siempre la tiene.
El paisaje delante de mis ojos era bonito, realmente no se compara en absoluto a la maravilla de mi hogar, sin embargo, Zeus había sido bueno al regalarles este intento de paraíso a sus humanos.
—Hay mucho sol hoy ¿No crees? —levanta la vista y cierra sus ojos por tanta luz.
—Cuando salgo yo, aparece el sol —sonrió para levantarme y echar un vistazo.
—Además de ser el Dios de la belleza, eres el Dios del narcisismo —ella me lanza agua, la miró ofendido.
—Listo, jovencita, no hay más sol por hoy.
Muevo mis manos hacía el cielo de arriba hacia abajo y automáticamente el día se torna gris, el sol se esconde y las nubes amenazan con una tormenta. La miro y mi hoyuelo aparece, ella me mira como si fuera un maldito arrogante.
Si, yo manejo los cambios de clima, Zeus me encargó esa tarea, y vaya que tan mal no lo hago.
—El clima no debería estar a cargo de un Dios tan bipolar —rueda los ojos y me regaña.
—Oh vamos, es una broma —muevo mi mano hacia arriba nuevamente, haciendo que todo se despeje, el sol brille y ella sonría agradeciendo.
Paso la tarde con Ariadne en el río, el tiempo vuela y realmente no soy consciente de cuántas horas llevo aquí, pero no me importa. Ella lava cuantas prendas sean necesarias para no volver rápido a su hogar y yo me mantengo a su lado pues es la promesa que le hice cuando teníamos apenas doce años.
Una promesa que no pienso romper.
—Listo, terminé —exclama satisfecha.
—Tengo que subir —digo irónicamente.
Me pongo de pie y le doy una última mirada antes de guiñarle el ojo.
—Claro, ve a salvar al mundo —menciona algo triste.
Le sonrió y le regalo un beso en la mejilla, ella me devuelve el gesto para luego desaparecer de mi vista. Pero cuando menos lo pienso, ella se encuentra en su mundo y yo en el mío.
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Apolo [H.S]
FanfictionApolo, el Dios de la belleza y del Sol, una deidad inmortal, dotado de grandes dones que lo hacían convertirse en el olímpico más amado por los mortales. Los Dioses eran protectores del mundo, incapaces de crear caos y miedo entre la más preciada cr...