La noche era fresca, el cielo penumbroso en lo que la ciudad dormitaba con los ronquidos de las bocinas, de la vida nocturna que cobraba vida más tarde.
Mingyu estaba vivo en esa vida nocturna. Porque no podía dejar de pensar en Wonwoo, en lo desesperado que estaba Jeonghan de que le contara detalles, de sentir y buscar entre sus recuerdos los labios del azabache, de su toque en la sudadera que se traspasaba hacia sus capas de ropa.
Eran las dos de la mañana, sentado en el sofá de su sala porque Wonwoo había conquistado su mente, y de algún modo no saldría hasta que saciara su manera de besarlo, de tenerlo entre sus manos, sus brazos, estrecharlo o siquiera escucharlo un rato.
Sabía que seguro estaría durmiendo leyendo el libro que le contó antes de la exposición, y que resultaba interesante. Se preguntaba si también no podía dormir y para acaparar el aburrimiento y frustración se ponía a leer.
Mingyu estaba desesperado. Porque hace mucho no sentía, y aunque lo anheló tanto, llegó tan de pronto que su mundo parecía convulsionado. Como si el tablero del ajedrez se hubiese volteado, o el mundo estuviese patas arriba. Todo tenía sentido para los demás menos para él.
Quería identificar lo que sentía, porque su sexualidad también se veía incluida. Su sexualidad jugaba un papel importante, sus gustos, su manera de ver al artista.
Suspira ante esa lluvia de ideas, mirando los canales aburridos que no eran suficientemente aburridos para darle sueño.
Termina por levantarse, apagando el dispositivos y viajando hasta la habitación, recogió su móvil de la mesita y le deja un mensaje a Wonwoo. Porque había pasado sólo un día desde lo acontecido y no quería que las cosas se volvieran raras. No quería perder todo lo que tenía y tiene con él, no quería mantenerlo lejos. Quería volver a abrazarlo sin miedo de que un paso en falso los haga caer en pedazos.
Abre el chat, la última conversación que tuvo con él fue antes de juntarse en la exposición, la dirección y una canción que le había mandado. Era una que habían escuchado juntos uno de esos días bebiendo y bailando con el mundo a sus pies. La escucha. Como si eso le diera el mínimo alivio de toda esa presión... Con toda la valentía de su vida, le escribe:
«¿Podemos hablar? Lo siento, no quiero que todo se vuelta incómodo».
Y lo odia, porque en verdad no quería que se volviera incómodo. Apaga el celular, debía dormir o mañana sí o sí levantarse sería un martirio aparte de todo lo que sus sentimientos le estaban condenando.
Escucha el sonido de su celular sonando. La alarma lo despertó con una amargura que pocas veces siente.
Irónico era ver las nubes grises y un calor único ese día. Porque no era un día normal, por supuesto.
Extrañaba trabajar, porque al menos eso estaba tan automatizado que le salía bien sin pensarlo mucho. Porque era bueno en él sin necesidad de buscarle más trasfondo. Hacía un trabajo, lo terminaba, lo revisaban y si algo salía mal lo corregía o lo admitían. Todo eso sabía hacerlo, sabía manejar lo lógico, lo que le enseñaron en la escuela y le metieron en el cerebro de que era lo fundamental para ser humano, para ser útil.
Que sistema de mierda.
Porque ahora no sabía como estar con Wonwoo sin sentir que todos los observaban, o que todos supieran de ellos. No quería ser juzgado pero tampoco ser indiferente. No quería producir extrañeza, así como tampoco confianza. Quería a Wonwoo, y Wonwoo era un mundo de posibilidades que ahora no podía dimensionar. Quería amarlo como él lo amaba en sus pinturas, que con orgullo mostraba.
El celular suena de nuevo mientras se colocaba el traje del trabajo. Contesta y escucha una voz ronca y profunda.
—¿Mingyu?—escucha su nombre, y susurra una afirmación casi inaudible—. ¿Qué es lo que hay que hablar?
—Dios, ¿tenemos que hacer esto por teléfono?
—No puedo verte hoy.
Mingyu enmudece, y pensó que el artista estaba pensando en alguna excusa para evitar su encuentro. Algo que lo salvara del calvario que era enfrentar eso en esos momentos. Le dolió el pecho al entender que eso que sentía podía ser unilateral, o peor aún, algo que sería mal visto.
—¿Por qué no?
—Tengo mi exposición, ¿recuerdas?
—Oh, cierto... Lo lamento —murmura el moreno, sentándose en el borde de su cama con desánimo—. ¿Y cuándo podríamos hablar?
—No lo sé. Te mandaré mi agenda.
—¿Tú agenda?—escucha un suspiro al otro lado y él simplemente aprieta sus labios—. Lo siento, no quiero molestarte.
—No me molestas, sólo no me siento bien hoy.
—¿Qué sucede?
—Nada, sólo cansancio. No he podido dormir bien —responde el azabache con cierta indiferencia—. No quería ser grosero, lo lamento. ¿Qué tal si voy a tu departamento? He estado sólo en la entrada y me parece feo que no me hayas hecho un tour.
A Kim se le hace una sonrisa en los labios, porque Wonwoo era el de siempre, sí, el de siempre, el muchacho que pintaba y le sonreía cuando recibía preguntas obvias o respuestas ingeniosas. El mismo que le sostuvo la sudadera el día anterior, y el mismo que le sonreía cuando detrás del caballete hacía de su propia magia.
—Genial. Te prepararé comida.
—¿Comida? Guau.
—Sé cocinar bien, ya sabes —parlotea Mingyu, con la intención de quizá sorprender un poco—. Nos vemos, suerte en la exposición.
—Suerte hoy también, ya que vuelves a trabajar.
—Recuerdas eso...
—Recuerdo todo lo importante, y lo tuyo siempre será de mis prioridades —su voz sonaba serena—. Adiós.
Y corta. Así de sencillo, porque quizá los dos estaban demasiados desesperados en apurar las manecillas del reloj hasta que pudiesen juntarse.
Mingyu finalmente va al trabajo con alegría, a hacer eso que sabía hacer bien, a contar números y hacer informes largos. A amar el arte y esperar que el príncipe creador de esculturas abstractas le tocara la puerta y algo más que sólo eso.
Sí, Mingyu debía estirar sus dedos hasta arriesgarse y alcanzar a aquel hombre tan auténtico.
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Out of my league (for now) / [Meanie // Minwon]
FanficEl arte surge de las cosas más pequeñas. Desde el roce hasta el escenario más impresionante. ¿Qué será el arte para Mingyu, y cómo inspirará a Wonwoo? "Estoy justo al alcance de tus dedos, espero sí los estires para que me acerques hacia ti, Ming...