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Pájaros que no emigraron antes de la llegada del invierno se alzaron en vuelo al sentir el grito desgarrador. Ezer se detiene un momento, intentando recuperar el aliento que el día más agotador de su vida había consumido.

¿Qué fue eso? ¿Un grito? ¿Seguirán buscándome? —Mirando al cielo teñido de anaranjado que anuncia el final del día, Ezer se realiza preguntas a sí mismo. Desvía la mirada hacia la loba que cambian delante de él, bastante rápido a pesar de su herida. Ella se detiene, lo mira y lo urge a seguir con un leve movimiento de la cabeza.

A pesar de su intenso dolor de pies, Ezer continúa avanzado detrás de ella si dudar. No siente miedo o inseguridad, tal vez el agotamiento mental forme parte de ello, simplemente continua con una confianza ciega en la loba.

El atardecer sede su paso a la noche ocultando el sol detrás del horizonte. Se hace más difícil ver y caminar, sumado la baja temperatura que continua disminuyendo a paso alarmante. La distancia entre la loba y Ezer aumenta, ella al notarlo comienza a caminar más despacio intentando de no perder al niño.

Esta tan oscuro que casi no veo por donde voy... ¿Cuánto más? ¿cuánto tiempo más? Ya no puedo seguir, estoy cansado. ¿No puedo tumbarme y dormir?

Con la cabeza gacha y con pasos cada vez más débiles Ezer sigue caminando, simplemente siguiendo las huellas de la loba. Aunque se detiene al notar que ella también lo hizo, alza la vista y ve a cinco lobos alineados en forma de media luna, casi rodeándolo.

Todos están mirando directo a él, parecía como si pudiesen ver hasta los latidos de su corazón. Después de un tiempo todos vuelven la mirada, al mismo tiempo, a la loba que está en frente de él.

Están hablando entre sí. —Ezer tenía ese presentimiento.

Pasaron varios minutos de esta forma, las estrellas brillaban en los claros dejados por las nubes. Repentinamente, los cuatro que estaban en formación se alejan dejando a un lobo gris en el centro. Este tenía una mirada firme y profunda, el Alfa, no fue difícil distinguirlo.

Sus ojos y los de Ezer se cruzaron. Ezer inclino su cabeza provocando una pequeña reacción de sorpresa en el lobo. Su expresión parecía decir —Sabes los mínimos modales.

Ni siquiera Ezer sabia porque lo hizo, solo sentía que era lo correcto y eso le decían sus instintos.

El alfa da media vuelta y camina por el oscuro bosques al igual que la loba blanca y por ende Ezer también. Tropieza varias veces debido a que la luz de la luna y estrellas no podía atravesar las nubes que cubrieron el cielo de forma repentina. Sin notarlo, debido al cansancio extremo, Ezer coloca una mano sobre el blanco lomo de la loba para guiarse con sus pasos, a ella parece no importarle.

La manada por fin se detiene en la base de una colina muy empinada como para escalarla, una pequeña cueva soportada por raíces de árboles generaba un refugio precario pero perfecto para evitar el viento.

Ezer encuentra un espacio desocupado y se desploma sin importarle nada más. Pero cuando intenta conciliar el sueño, el frío entra hasta su columna e hiela su sangre. Ahora que dejo de moverse no genera el calor suficiente y comenzaba a congelarse. Su cuerpo comienza a temblar buscando generar calor a través de las contracciones.

Pero en ese momento siente algo suave y cálido que se desliza en su espalda. Lentamente deja de temblar y sus parpados comienzan a cerrarse.

—Gracias. —Es todo lo que puede decirle a la loba blanca, antes de dormirse, que se acercó a compartir su calor y salvarle la vida más de una vez.

La loba asiente reconociendo su agradecimiento y lo observa por unos segundos antes de dormir ella también.

Y así la noche se transforma en día, uno que no será sencillo para Ezer.

Una densa neblina cubría todo el terreno ocultando las grandes rocas que casi parecían estar colocadas deliberadamente para crear un escenario único. Esto sumado a que al sol todavía le faltaban algunos minutos para ser visible, creaban un ambiente un tanto depresivo haciendo que a Ezer le costase despertarse.

Cada fibra de sus músculos le dolían, fue la primera vez que camino tanto en su vida. Logró dormir sin congelarse gracias a la loba, pero de todas formas sufrió bastante con el duro suelo. Estiró su cuerpo al mismo tiempo que su estómago rugía.

—Tengo tanta hambre que me comería las cortezas de los árboles. —Lo dijo mientras miraba de forma peligrosa al árbol más cercano.

Observaba su alrededor buscando algo que comer, un ave, ardilla lo que sea. Aunque no tuviese idea de cómo cazarla, eso no lo desalentaba, el hambre no lo permitía. Estaba a punto de caminar en su búsqueda cuando nota el silencio.

Los lobos, que hace unos minutos estaban detrás de él, se habían ido dejando solo sus huellas. En pánico Ezer corre siguiéndolas intentando encontrar a su única posibilidad de sobrevivir, los lobos.

Diez minutos después los divisa y deja escapar un suspiro de alivio. El pánico termina dejando su lugar al cansancio, ahora caminar le costaba el doble y su respiración no era la regular.

Los lobos avanzan sin misericordia y nunca mirando hacia atrás, nadie prestaba atención a Ezer, nadie salvo una cierta loba blanca. Los sonidos del estómago de Ezer aumentan, sus pasos se hacen más débiles y su mente grita por un descanso.

—Si me detengo ahora, me dejarán atrás. —Su experiencia previa le sirvió de lección

La loba blanca, que era la que caminaba más cerca de Ezer, se aleja de la manada y adentrándose en los bosques con pasos ligeros y silenciosos. Si Ezer no hubiera visto como se alejaba, puede que no notase que se fue.

Media hora después, cuando el sol comenzó a despejar la niebla, la manada por fin se detiene en la rivera de pequeño río. Ezer se sienta en el suelo con la espalda apoyada en un tronco muerto, sin importarle las incomodas rocas que están en el suelo. Sus piernas están exhaustas y su cuerpo reclama energía.

De repente, una masa blanca con marcas rojas en el cuello cae al lado de Ezer. Un conejo blanco, de un tamaño considerable yace inmóvil a su lado. La loba lo mira con ojos penetrantes y luego se recuesta en un sitio cercano.

Ezer entiende perfectamente lo que quiso decir con la mirada, con una pizca de inseguridad, toma al conejo y lo acerca a su boca. Unos segundos después de mentalizarse, sus dientes comienzan a estirar la dura piel intentando separarla de la carne.

Un fuerte sabor magro y a hierro inunda su boca, sin importarle continúa comiendo y saciando su hambre, cuando su estómago esta los suficientemente lleno como para que su cerebro comience a reaccionar, recuerda su daga y la utiliza para quitar la carne más fácilmente.

Era la primera vez que probaba carne cruda, la cocinaría si tuviese las herramientas o el tiempo suficiente. Sin embargo, no tenia ninguna de las dos cosas y su hambre le urgía que comiese de inmediato.

Su apariencia parece la de un salvaje que no comió por días, con sangre en las manos, boca e incluso en la punta de su nariz, por supuesto, a Ezer le importaba poco.

Sorprendentemente el conejo basto para llenarlo, ya que era más pelaje que carne, aunque su estómago sufría un poco al digerir la carne cruda.

Se lava y toma agua en el río, la cual parecen agujas heladas en vez de agua en sus dedos. Su cansancio disminuyó y su autoestima se elevó, ahora pareciera que pudiese continuar.

La manada se mueve poco tiempo después, descienden por la ladera de una loma que casi se podría llamar montaña. Observando la posición del sol y del paisaje que tiene en frente, Ezer nota la dirección a la que se dirigen. 

La Leyenda del NorteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora