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—El norte... a las montañas, la frontera. —Con picos negros, tan angulados que ni la nieve puede asentarse en ellos, unos al lado de otros como formando una muralla titánica que separaba dos mundos. Solo existe un paso a través de ellos, y ese paso es el que guarda la familia Inmerlan. Pero siempre existen las excepciones.
El sol marcaba el mediodía cuando Ezer presencio un acto increíble. Los lobos se separaron en dos comenzaron a rodear a un venado, no había viento así que no tenían que preocuparse por que su aroma se desparramase por el lugar. Ezer estaba agachado muy por detrás de ellos, apenas pudiendo ver al venado gracias a sus grandes astas.
El alfa lideraba a la manada, cuando llegan al sitio perfecto todos se agazapan a la vez a la espera. Sin previo aviso, y con una coordinación que casi parecía que se hablaran mentalmente, quienes estaban en la derecha corren repentinamente olvidando por completo el sigilo. Esto hace que el venado responda de la forma más obvia y comience a correr en la dirección opuesta, la cual esperaba la otra parte de la manada.
El terreno se elevaba un poco lo cual hizo que al venado le costase cambiar de dirección repentinamente al notar a los demás lobos, pero de todas formas los evita y corre en diagonal. Aunque pierde unos segundos, los cuales los lobos aprovechan y cierran la distancia.
Con la vista casi completamente bloqueada, Ezer ve como el Alfa se abalanza sobre el venado logrando que este pierda el balance y caiga al suelo rodando al igual que el lobo.
La caza se transforma en un baile de muerte. Si el venado se levanta antes, puede que escape, pero si lo hace el lobo, su destino está asegurado. Presintiendo esto el venado se levanta a la vez que lanza sus pesuñas en un ataque desesperado.
La visión de Ezer esta ahora completamente bloqueada por árboles, solo logra oír un fuerte chillido, que no sabe si fue emitido por el lobo alfa o el venado. Dejando su escondite se apresura a conocer el resultado.
Detrás de la línea de árboles yace la manada rodeando dos cuerpos que respiran forzadamente. La sangre mancha la nieve del mismo color que las pesuñas del venado, el alfa tiene su mandíbula en el cuello y las gotas de sangre llegan hasta las pesuñas del venado.
El lobo aplica más presión produciendo un distintivo sonido a algo rompiéndose, la respiración del venado termina después de una ligera convulsión y no vuelve a moverse.
Ezer presencia la cruel, pero a la vez bella muerte en su forma más pura, los lobos no mataron al venado por venganza, envidia o por el simple asqueroso deseo de hacerlo sin razón. En cambio, lo hicieron por necesidad, por hambre, para vivir.
Una forma de muerte la cual los humanos olvidaron y la retorcieron para su conveniencia, la verdadera esencia de la vida y la muerte que solo la naturaleza respeta.
La manada comienza a darse un festín, y Ezer se les une.
Luego de limpiarse la sangre en la nieve, y con en estomago repleto, Ezer avanza hacia el norte junto a la manada, a paso constante y sorteando los obstáculos del bosque. Su condición física no era la mejor, pero de todas formas lograba apañárselas para seguir a los lobos.
Sin embargo, su marcha se dificulta repentinamente debido a los constantes martilleos que sentía en su cabeza debido a las visiones. Veía cosas irrelevantes, borrosas o sin sentido que olvidaba a los pocos segundos como si fuese un sueño. Aunque había excepciones, en especial con la sonrisa que esa mujer tenía en su rostro.
El día estaba a punto de terminarse y la manada al notar esto se detiene. Tal vez faltase una hora para la completa oscuridad, y Ezer no iba a desaprovecharla. Reúne varios palitos y yesca para intentar encender un fuego, toma dos piedras y las golpea entre sí.
Luego de diez minutos y cortes en los dedos, lo único que consigue son unas pequeñas chispas que se apagan en el aire. Cada vez hay menos luz y Ezer comienza a desesperarse, además de los dolores de cabeza que volvieron justo en el momento menos oportuno.
—¡Este maldito dolor no me deja pensar! ¡Si tan solo...! —Una idea emerge en su mente, como si fuera un destello fugaz de algo que siempre estuvo guardado y esperando a salir.
Sin dudar un momento, Ezer quita de su bota el largo cordón que usaba para atarla y la coloca en un palo levemente curvado, de tal forma que pareciese un arco en miniatura. Coloca un palo más pequeño, como si fuera una flecha, y envuelve un extremo con la cuerda tensa. Con un pedazo de corteza, a modo de guante, sujeta la "flecha" y la hace rotar moviente el arco rápidamente sobre un trozo de madera.
La fricción taladra la madera, la madera se convierte en polvo y esta se calienta produciendo brasas. Rápidamente, y con manos temblorosas, Ezer traslada las brasas a la yesca para después soplarlas suavemente creando, de repente, una llama.
Emocionado y estupefacto, Ezer reacciona y alimenta lentamente al fuego con más palos pequeños y cortezas. Después de unos pocos minutos de usar el nuevo método, se sienta y disfruta del reconfortante calor que emana la fogata.
Observando sus manos llenas de cortes y ampollas, Ezer no puede evitar sonreír. El sentimiento de realización lo inunda y parece que pudiera dominar al mundo, pero es devuelto a la realidad cuando la loba se sienta junto a él.
—No le tienes miedo al fuego. —Al igual que ella, los demás lobos que también se aproximaron, pero no tan cercanamente.
—No puedo agradecerte lo suficiente. Por salvarme y también por la comida. —La loba levanta la cabeza y lo mira reconociendo sus palabras.
—Me es difícil hablarte sin un nombre, que tal... —Luego de unos momentos, Ezer se decide. —Lia... Si, Lia. A partir de ahora te llamaré Lia, espero que no te moleste. —Sonríe, como orgulloso de su sentido de nombramiento.
Los ojos de Lia se abren ligeramente impresionados, luego baja la cabeza una vez más sonriendo, o al menos lo equivalente para un lobo. Ezer no lo nota, estaba muy ocupado rascando las heridas de sus manos que comenzaban a molestarle.
Ezer siguió intentando entablar una conversación, pero que no te respondan es un poco raro y no estaba acostumbrado al sentimiento. Aunque al menos sabía que Lia entendía lo que decía, lo veía en sus ojos azules que reflejaban las llamas rojas dándoles un aspecto único.
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La Leyenda del Norte
FantasiTraicionado por su familia, Ezer no tiene más opción que dirigirse hacia las frías tierras del Norte donde reinan las bestias. Perseguido por hombres a su espalda y por bestias delante, debe valerse de sus instintos para sobrevivir aceptando ayudas...