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—¡Aahhhgg! —Mordió su labio sin notarlo haciendo que gotas de sangre bajen por su mentón.

—¿Puedes mover los dedos de tus pies?

Superando el dolor Ezer respira profundo y mueve los dedos de sus pies lentamente.

—Si, puedo moverlos ¿Por qué preguntas?

—Porque existía la posibilidad de que te quedaras paralítico al reacomodar tu espalda, si lo hacía mal claro, pero tuviste suerte. —Con una pequeña risa vuelve a sentarse en el mismo lugar y comienza su tallado.

Estupefacto, Ezer comprueba nuevamente si puede mover sus pies al notar la terrible posibilidad de no usarlos nunca más.

—¿Cuánto tiempo tengo que estar así? —Pregunta mientras permanece colgado pareciendo un animal recién despellejado.

—Hasta que te cures.

—¿Y cuándo es eso?

—Hasta que vuelvas a caminar sin ayuda.

En los siguientes días, Ezer intentaba caminar con y sin ayuda moviéndose unos pocos metros para después volver a la soga. En ese tiempo llego a conocer un poco más a la persona excéntrica que lo ayudó y supo que su nombre era Rel.

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—¡De nuevo! —Aturdido por el grito de Rel cerca de su oído, Ezer vuelve a colocar una flecha en el arco y tensar la cuerda.

Libera la flecha y esta viaja recto hasta el blanco, pero impacta a bastante distancia del centro. Ezer deja escapar un suspiro de cansancio y frota sus dedos adoloridos.

La primavera está en su punto máximo y la vegetación lo demuestra con sus claras hojas verdes y nuevos brotes cada día. La brisa cálida acaricia la piel subiendo la autoestima de toda persona que sufrió un largo invierno.

Ezer, ahora con catorce años, se recuperó completamente luego de un mes y unos pocos días comenzado a pagar su deuda con diversas labores, en especial cazando, cortando leña y trayendo agua a casi un kilómetro de distancia.

Con la habilidad que poseía apenas lograba la cuota para alimentar a ambos, así que Rel no tuvo otro opción más que enseñarle en lo que tenía mucha experiencia, usar el arco.

—Tienes mal posicionado tus hombros y codos otra vez. Disparar un arco es fácil, pero hacerlo bien es un arte. —Estaba claro que su humor mejoraba cuando se trataba de cualquier cosa referida a los arcos o flechas. —La posición de tu cuerpo, respiración e incluso tu determinación para soltar la cuerda influye en el resultado. —Por quinta vez lo repite.

—Lo sé... lo sé, pero mis dedos duelen y no puedo sujetarla bien. —Ezer ya había practicado cuando estaba con la manada, pero nunca lo hizo seriamente como ahora entrenando toda la mañana y tarde hasta que casi no pudiera ver el blanco por la oscuridad.

—Trabajaras para mi hasta que no puedas agarrar nada con tus manos por la sangre que escurre de tus dedos ¿Recuerdas? —No lo olvidó, pero tampoco pensó que sería literalmente.

—No tendrás almuerzo a menos que des en el blanco seis de diez tiros a 100 metros y estoy siendo considerado contigo niño. Si no lo logras, caza tu propia comida. —Dándole la espalda, entra en la cabaña y cierra la puerta.

—Ahhh.... —Suspira, pero vuelve a la práctica con resolución. Muchos se rendirían estando en su posición, pero él al sobrevivir por su cuenta sabía lo importante que era aprender a usar el arco correctamente.

—Si pudiera usar magia otra vez... —Libera otra flecha que falla a dar en el centro.

Intentó preguntar a Rel acerca de ello, pero no obtuvo ninguna información más que el consejo de buscar a un mago para que responda su pregunta. Pero los magos eran muy escasos y Ezer no podía merodear por las ciudades libremente.

—Primero recuperaré mi daga, después decidiré que hacer. —Liberó la flecha, esta vez dando en el blanco.

Las horas pasaron y Ezer no logro superar la marca necesaria para conseguir su almuerzo, y no podía mentir a Rel, quien ya lo había castigado severamente una vez por ello, así que decidió salir a cazar.

Los árboles recuperaron todas sus hojas y la hierba crecía rápidamente en los claros, Ezer se encontraba en cuclillas con el arco ligeramente tensado y una flecha en ella. Tenía la vista un pequeño conejo blanco manchado con tierra por haber salido recientemente de su madriguera.

El conejo es una presa pequeña y ágil, Ezer no tenía la confianza en asestar un tiro a cincuenta metros así que lo reduce a veinte tensando la cuerda haciendo que el arco adquiera la forma de una media luna, al soltarla transmite toda esa fuerza a la flecha creando un impacto devastador en un costado del pequeño animal.

Ezer se acerca a para recuperar su presa, pero esta es robada repentinamente por un pequeño zorro, que arrebata el cuerpo en frente de sus ojos. Unos segundos pasan hasta que Ezer reacciona y remueve la cara de incredulidad al comenzar a correr detrás de él.

El claro va dando lugar a una colina con varias rocas esparcidas por el suelo dificultando el avance. Ezer apenas que puede seguir el paso al zorro que pierde de vista cada vez que cambia de dirección usando las piedras para ocultarse.

Sin notarlo, cada vez hay más rocas y el zorro lo lleva por caminos peligrosos. Varias veces estuvo a punto de resbalarse y caer creando una avalancha de piedras sobre su cabeza.

Cuando casi desiste de su persecución, el zorro se oculta entre medio de dos grandes rocas, pero con perfecto ángulo de tiro para una flecha. Ezer recupera el aliento y con una gran sonrisa prepara su arco.

La Leyenda del NorteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora