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Ezer esquiva el ataque lento pero brutal, si llegase a golpearlo solo una vez lo partiría en dos. Or sabía esto y por ello controlaba la fuerza que ponía sobre el lado sin filo del hacha.

Inmediatamente después un cuchillo roza su hombro y rasga parte de su abrigo, los ataques continúan uno tras otro de manera irregular y frenética, Ezer esquiva los ataques y algunas veces los refleja con su daga. Pero ante el hacha no puede hacer nada más que esquivar.

Se turnaban para atacar ya que el terreno y su coordinación no eran la mejor, hubo varias veces en que se entorpecieron unos a otros.

—Claramente no tienen ninguna técnica, tengo que encontrar el momento indicado. — En ningún momento atacó, simplemente esperaba hasta que su oponente se canse más de lo que ya estaba.

Su paciencia mostro resultados, el hombre de cabello largo ataca con su cuchillo de forma muy lenta y con el brazo excesivamente extendido. Ezer inmediatamente coloca su mano izquierda sobre el borde interior del codo de su enemigo inmovilizando el brazo que portaba el arma.

Tal vez por el fervor de la batalla o porque nuca pensó seriamente, solo entiende lo que acaba de hacer al sentir la sangre caliente escurrirse de la daga hasta sus dedos.

Levanta la vista y mira al hombre directamente a los ojos, puede ver como su vida se extingue dejando de respirar. Muere de pie y todo su peso se transfiere cuando su mentón se apoya en el hombro de Ezer.

Ezer no tiene tiempo para seguir pensando ya que el filo del hacha se acerca a su cabeza sin misericordia. Lo esquiva tirándose al suelo junto con el cuerpo y ya en el suelo, rueda separándose del peso muerto que lo retrasaba, se levanta con la guardia en alta.

Las pupilas de Ezer se encontraban completamente dilatadas y parte de su mente sigue recordado el momento, junto con la sensación, de la daga al penetrar en el estómago del hombre y como la vida dejaba su cuerpo. Mientras que la otra parte debía concentrarse y mantenerlo vivo.

Aquella vez que apuñalo a Erk por la espalda no sintió mucho remordimiento ya que no lo vio morir con sus propios ojos, e incluso puede que haya sobrevivido, al menos esa es la excusa de Ezer para poder dormir en las noches.

Pero en esta ocasión es diferente, cada segundo recuerda la misma imagen una y otra vez, al mismo tiempo que mueve su cuerpo a la derecha esquivando otro hachazo que termina incrustándose en el suelo levantando tierra y hojas.

—¡No me importa! ¡No me importa! ¡No me importa! ¡Ahora no voy a tener que dividir la recompensa! —Lo dice mientras blande el hacha de derecha a izquierda, de arriba abajo sin siquiera acercase.

El remordimiento de Ezer es olvidado cuando escucha las palabras de Or

—¡No me importa... No... fue su culpa... su culpa! —La avaricia es remplazada por completo por la demencia. Hasta ahora los ataques seguían un patrón, aunque cambian a ser frenéticos y desesperados a la vez que peligrosos.

—¿Su compañero fue asesinado y no le importa? —Ira emerge desde el centro de Ezer al notar esto. Inconscientemente quería enmendar su pecado dándole justicia al hombre que asesinó, quien depositó su confianza en un traidor, aunque la forma en que lo haría solo serviría para profundizar la oscuridad de su corazón.

Ezer se une a Or en un baile frenético olvidando por completo la razón y las tácticas, solo los instintos prevalecen. Esquivar, atacar, retroceder, estos eran los pasos que seguían guiados por la sed de sangre.

—¡Su culpa! ¡Su culpa! ¡Si no fuera por este niño... Si no fuera! —Or gritaba en su mente con cada ataque.

Personas como él, personas que no le importan la vida de sus compañeros... Esas personas merecen morir. —Ezer gritaba en su mente con cada ataque.

Or tenía cortes por todo su cuerpo, ligeros pero desgastantes, mientras que Ezer seguía intacto pero cansado. Un error se presenta cuando un ataque de Or que termina incrustando el hacha en el árbol cercano, Ezer aprovecha el retraso y lanza una estocada directo al estómago.

Or no se queda inmóvil y esquiva el ataque, pero de todas formas el filo logra atravesar su piel y la capa de grasa llegando hasta los músculos, pero no órganos.

En ese momento un instinto básico se apodera de Or, uno primitivo y arraigado hasta lo más profundo de nuestros genes. El instinto de supervivencia.

—No quiero morir... ¡no quiero! —Olvida el hacha incrustada en el árbol y corre con todas sus fuerzas intentando alejarse de Ezer.

—¿Piensas que voy a dejarte escapar de esta manera? —Un peligroso brillo se puede notar en los ojos de Ezer.

Busca en el suelo su arco y una de sus flechas esparcidas en el momento de impacto del tronco.

Cuando la encuentra, toma su tiempo y respira profundo mientras apunta a su objetivo.

—¿Llegó tan lejos en tan poco tiempo? No hay que subestimar a un hombre moribundo. —Or se encontraba a más de cien metros de distancia y Ezer no estaba completamente seguro de que sería capaz de dar en el banco.

Respira profundo e intenta recordar la sensación que tuvo al ver el flujo de la magia y el momento en el que la indujo a su flecha. Intenta recrear lo mismo sin importarle el dolor que siente en su cabeza y que se extiende por su columna.

Su mente se divide en tres partes, el recuerdo al matar al hombre, su objetivo y la imagen de la mujer que le sonríe con amor. Lo soporta con su determinación que es diferente a la que tuvo en el pasado, ahora prevalece la determinación de matar.

La sed de sangre y la imagen de la mujer sonriéndole con amor se oponen entre si partiéndole la cabeza en el proceso. De alguna manera logra concentrarse y preparar su disparo.

Suelta la flecha que adquiera una fuerza y velocidad alarmante a medida que rota impulsada por el viento de la magia. Llega a su destino y cumple con su objetivo.

Or no tiene tiempo de siquiera llevar sus manos a su cuello y sentir la flecha que lo atravesó. La sangre escurre por su boca al igual que las lágrimas, no puede poner en palabras sus pensamientos al tener destrozado el cuello.

Amigo... hermano, perdóname. Todo fue mi culpa... si pudiera...

Recuerda los temores de su compañero al entrar al bosque, si le hubiera hecho caso en ese momento...

La ira que sentía no era dirigida solo a Ezer, sino que también se culpaba a sí mismo. El momento en el que lo perdió se di cuenta de que había perdido a un hermano.

Nada de eso importa ahora... Quisiera una tumba para ambos... no quiero... terminar en el estómago... de una bestia. —Sus ojos se cierran y su cuerpo se enfría.

Ezer guarda su arco y vuelve a respirar profundamente mirando al cielo.

—No sé si podré cumplir con mi promesa madre.Este mundo es muy oscuro y mi luz apenas llega hasta mis pies. —Ezer parecíahaber madurado varios años en ese momento, algo cambio dentro de él.

La Leyenda del NorteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora