Cap. 19

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Desperté y sentía un calor confortable, miré a mi alrededor y tenía a dos hermosas mujeres durmiendo a mi lado, en eso, recuerdos vagos pasan por mi mente.

Recuerdo cómo Amanda y la enfermera terminaron su trabajo, me besaron ambas en los labios y todo se volvió borroso después de ahí.

Intenté pararme pero todo, absolutamente todo me dolía como si hubiera hecho ejercicio toda la noche. Con dificultad logré pararme de la cama y ponerme mi ropa, caminé hasta la puerta y salí en dirección a mi habitación, me metí a la ducha y me relajé un poco. Rato después salí para ir a tomar el desayuno pero escuché mucho escándalo en alguna parte del convento. Corrí en esa misma dirección y me sorprendió ver lo que pasaba.

Amanda y la enfermera estaban en el patio sin ropa y las monjas les aventaban baldes de agua fría gritando que eran unas pecadoras. Corrí y detuve a las monjas pero me fulminaron con la mirada al instante que aparecí.

—Ni creas que te vamos hacer caso, tú fuiste la que hizo pecar a la pobre Amanda.— dijo una monja contra mí.

—No es así, yo ya era lesbiana antes de entrar a este convento.— gritó Amanda tratando de taparse.

Entonces una de las monjas le soltó una bofetada y todo quedó en silencio.

—Hoy mismo las queremos ver fuera de aquí a todas ustedes, ya les llamamos a los choferes para que las lleven de vuelta a dónde vinieron, pecadoras.— habló la monja más vieja y se fue.

Todas las monjas se retiraron y llevé a las chicas al cuarto más cercano para que se secaran y se cambiaran.

—¿Y ahora qué?.— preguntó Amanda con preocupación.

—Tranquila, tu vendrás con nosotras. No te dejaremos sola.— habló la enfermera consolando a la pequeña.

Miré preocupada el asunto y me fuí hasta mi habitación para empacar. Ya en la tarde, todas estábamos listas, salimos a la puerta a esperar el carruaje hasta que por fin llegó uno. Todas estábamos por subirnos hasta que el chófer nos interrumpió.

—Sólo llevo dos.— dijo amargo.

—¿Cómo?.— preguntó la enfermera.

—A mí me dieron la indicación de sólo llevarme a las dos, a ella no.— dijo nuevamente el chófer señalándome.

—¿Qué?, ¿Por qué?.— preguntó Amanda.

—Al parecer los padres de la pequeña se avergonzaron de saber lo que hizo y no quieren volver a verla, las llevaré al lugar de donde vienes enfermera.— explicó el señor de mala pinta.

Amanda se puso a llorar y con mucha razón, sus padres la habían rechazado por ser lo que ella es.

—Amanda, tranquila. Allá tengo mi casa y podrás seguir con tu vida junto a mí.— la abrazó la enfermera.

—Y ¿Qué pasará conmigo?.— le pregunté al chofer.

—Tengo entendido que otra carroza vendrá por ti, pero es todo lo que sé.— dijo y se dispuso a guardar las maletas de Amanda y la enfermera.

Mientras tanto, las chicas se despidieron de mí y me agradecieron muchas cosas, después de que todo estaba listo me despedí y se marcharon, cada vez la carroza se alejaba más y más... Y más.

Pasaron aproximadamente cuarenta minutos cuando por fin llegó una carroza por mí, pero está se veía muy diferente, pues era mucho más grande, con un color oscuro y unas letras que decían 'manicomio del sombrero'. En cuanto leí eso, sentí que el alma se me iba, sabía perfectamente que ese carruaje no era para ni una de las monjas del convento. Traté de convencerme que tal vez estaban perdidos, pero en cuanto ví que varios hombres se bajaron con distintos tipos de sombreros, me asusté demasiado y comencé a correr.

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