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25 de Julio de 1995, Al anochecer.

Sala de ir y venir.





Harry quería llorar, pero también estaba furioso ¡Era tan contradictorio!. Estaba furioso con sus llamados amigos, no era la primera vez que lo abandonaban, no se sorprendía por éso realmente, pero que fueran tan ciegos a los designios de ése viejo de mierda realmente lo molestaba. Creían que el sol salía por el culo de Dumbledore, entonces, si el maldito les decía que vendería como esclavo a Snape, obviamente le harían caso. Ovejas sin la capacidad de pensar, éso es lo que eran. Y Harry no podía detener el odio que comenzaba a surgir dentro suyo cada vez que pensaba en Ron y Hermione aquella noche en el despacho del director, tan dispuestos como cachorros ante su amo a obedecer cada una de las órdenes de aquél maldito viejo desgraciado.  Ni siquiera quería pensar en su padrino o Remus, o incluso el resto de la orden, le daba náuseas de sólo recordar como malditamente nadie había hecho nada, ni una sola persona que se opuso a ellos, ni una palabra dicha en contra del tan aclamado Líder de la Luz, sus ojos transmitían inseguridad, pero no eran ellos quienes se casaría con Snape ¿Qué importaba sacrificar a un mocoso si el resto del mundo mágico era salvado?






Cobardes.







Ni siquiera el idiota grasiento se Snape se había opuesto, y Harry había esperado al menos su habitual sarcasmo o insultos, algo, cualquier cosa que le diera a Harry la esperanza de que no estaba sólo en ésto, de que no era el único que creía que todo el asunto era una maldita locura, pero el hombre sólo se veía resignado, como si ya no tuviera la capacidad de luchar contra Dumbledore, él tampoco tenía ganas de hacerlo, pero si Harry no luchaba por sí mismo, nadie más lo haría.





La gran sala que había aparecido de la nada al amanecer del día anterior, le había proporcionado toda la información disponible acerca de los enlaces matrimoniales mágicos que había en el castillo, desde la propia biblioteca de Hogwarts, la sección prohibida y el montón de libros olvidados por estudiantes a lo largo de los años; si aquellos diferentes nombres en las primeras hojas de ellos decían algo, incluso podría ofrecerle pociones de los estantes de la enfermería o el aula de pociones, incluso cosas del despacho del directo si la sala consciente creía que lo necesitaba, sin embargo las respuestas no eran las que buscaba. Ni de cerca.



Dumbledore prácticamente lo ofrecía como un esclavo y sacrificio a Snape, el contrato era simple y hermético según los libros y se usaban en tiempos de guerra, pues básicamente unía la magia de los esponsales, es decir, si la parte "protectora" necesitaba de más magia durante la batalla, el "protegido" cedería la suya a su esposo en pos de su protección. 




Y sí, podía ver el valor en un contrato mágico así, lo horrible de todo era qué, teniendo Snape el papel de protector, podía atar su magia cuando quisiera, básicamente tenía una correa que inhibía su magia y era Snape, de todas las personas quien decidiría qué le ocurriría a su magia, ¿y si el pocionista amanecía de malas? Podría incluso negarle realizar el más simple encantamiento Lumos con su varita del puro enfado y egoísmo, era así de simple. No podría luchar contra ello porque el dolor sería insoportable, en algunos de los libros que leyó lo comparaban con la maldición cruciatus, otros daban una inquietante descripción del dolor, como dónde iniciaba, cuánto aumentaba, y en qué circunstancias era peor, incluso había pasos para que el "protector" pudiera usar ése tipo de tortura en casos de desobediencia o pararlo para ayudar a su "protegido" en caso de que éste se estuviera resistiendo a la correa mágica, y Harry odiaba sentir dolor, preferiría morir a volver a sentir tal dolor como el que se describía en los libros, con una vez sintiendo la maldición cruciatus era más que suficiente, muchas gracias.





Y todos los libros señalaban éso, el poder que tenía la parte dominante del matrimonio era colosal y debía haber una profunda confianza para realizar éste tipo de unión matrimonial pues, en caso de una traición, el dominante podría matar al sumiso de la relación al arrebatarle la magia de un solo tirón. 
Y éso era algo que probablemente pasaría, Harry no se hacía ilusiones de que Snape fuera un marido comprensivo y, aunque odiara admitirlo, era obvio que era la parte protegida y sumisa de la unión. 





Lo odiaba. Odiaba todo de la situación en la que se encontraba.







Se recostó sobre el sofá que la sala había conjurado y miró con tristeza hacia el techo, la desesperación lo corroía desde adentro y la desesperanza le impedía ver más allá en busca de una solución pues, estaba demasiado cansado para luchar. Las ganas de avanzar se habían desvanecido y con lágrimas en los ojos se acurrucó aún más en el sofá. Solo quería que todo se acabara, la escuela, la guerra, su maldita vida de ser posible. No quería luchar, no por un mundo que era capaz de sacrificar a un niño porque eran demasiado cobardes como para luchar por sí mismos, incluso ahora, todo parecía tan claro; la muerte de sus padres y su posterior abandono en los Dursley, cada prueba en cada año que estuvo en Hogwarts hasta que Voldemort revivió, era demasiado obvio que lo habían preparado para ello, lo estaban convirtiendo en un mártir y ésta sólo era otra prueba más de si estaba o no dispuesto a sacrificarse por éste mundo; y no es que tuviera mucha opción, Dumbledore prácticamente lo estaba obligando, y los haría pagar, no sabía cómo, pero todas esas personas de la orden, todas aquellas que parecían absolutamente de acuerdo con las palabras dichas por el viejo, pagarían, y aquellas que no, las que tenían dudas sobre la situación, ellos también lo pagarían caro, por ser demasiado cobardes.





-Dime salita que me da información- murmuró con voz quebrada -¿Hay alguna forma de evitar el matrimonio?- preguntó, y entonces un par de libros aparecieron en la mesita ratonera de vidrio frente al sofá.



Y Harry miró con aburrimiento los tres libros frente a él, el primero se veía como un diario, era viejo y de pasta dura color marrón con reflejos dorados, el segundo era un libro sobre cómo hacer testamentos, y el último era un libro sobre teoría de las pociones.



-El suicidio no es la respuesta a todo- volvió a hablar Harry, entendiendo lo que la sala trataba de decir al ver el libro de pociones y otro sobre testamentos. Cuando apareció un trozo de pergamino con la palabra "asesinato", Harry no lo aguantó y resopló en una risilla -Eres bastante violenta para ser un castillo, ¿No crees?- volvió a hablar, sintiéndose cada vez más loco al saberse hablando con una sala vacía -Además ¿qué se supone que haga? ¿Asesinar a mi futuro marido? ¿Asesinarlo cuando ya sea mi esposo?- volvió a preguntar  -Ciertamente no me importaría morir en el intento si me llevo a todos esos traidores conmigo-




El diario desapareció de la superficie de la mesa de vidrio sólo para reaparecer en el aire sobre su cabeza, cayendo con fuerza sobre él y obligándolo  a levantarse para agarrar dicho diario.




-Estás siendo muy grosera- murmuró, tocando el lugar donde el diario impactó sobre su frente, un gran hematoma comenzaría a formarse en el lugar -Pero ya que insistes, veamos.... Giulia Tofana, ¿Por qué me suena tanto ésta mujer?- se preguntó al ver en la primer hoja ése nombre escrito en letras cursivas y elegantes. Otro libro apareció al lado suyo, éste era el de "Grandes Pocionistas Oscuros a través de la Historia", tenía un pasador en la página 394 y en él comenzaba un capítulo entero que hablaba sobre Giulia Tofana.





Sin pereza, totalmente curioso por lo que la salita mágica quería mostrarle, empezó a leer, maravillándose ante su contenido.




Su pequeño corazón maltratado y resignado lo veía como su única salida, justo como en el siglo XV, Giulia lo ayudaría con esa horrible excusa de matrimonio.

Esperanza PerdidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora