Prólogo.

1.5K 123 26
                                    

Una tarde calurosa, los hombres trabajaban construyendo una casa para la señora Magali. Iba a ser una enorme casa de dos pisos y trece habitaciones con una cocina con azulejos.
Unos preparaban el colado mientras otros ajustaban las tablas de madera para la base.

Bajo el ardiente y fiero sol, los trabajadores fantaseaban con el sabor del agua fresca y la sombra de una palmera. Pues, aunque habían traido cada uno una botella de agua, ésta se había calentado al estar todo el día afuera siendo tocada por los rayos de sol.

-Aaah... ¡Cómo me gustaría ir al mar para poder ocultarme del sol bajo el agua! -dijo el señor José, apoyandose sobre el mango de su pala al tiempo que suspiraba.

-¡Pues a mí me gustaría tirarme en la arena después de haber tomado algo fresco! -declaró el señor Marcos, limpeandose el sudor de la frente con la manga de su camisa-. Rodeado de mujeres hermosas.

-A mi me encantaría descansar mi cabeza sobre el regazo de una mujer. Y que me alimente con platanos y uvas y todo lo que yo le pida -dijo Luis, un muchacho de dieciséis años y el más joven de los trabajadores y el más risueño.

El señor José soltó una carcajada.

-¡Vaya que tienes imaginación, muchacho! -exclamó, y a continuación, miró a su compañero de palas, Mariano-. ¿Qué hay de ti, Guzmán? ¿Algún deseo en esta época abrasadora de verano?

Mariano detuvó su labor por un momento para poder secarse el sudor, también.

-Ninguno -respondió.

Los demás se sorprendieron y ahogaron gritos casi ofendidos.

-¡En confianza, hombre! -dijo el señor Marcos, dandole unas fuertes palmadas en la espalda-. Puedes decir tu más anhelado deseo, no nos burlaremos ni lo divulgaremos. ¡Te lo garantizamos!

Los demás asintieron con energía.

Mariano se puso a pensar y después de un largo rato de suspenso para sus compañeros, él contestó:

-Me gustaría llegar a casa hoy lo más temprano posible

El señor José se pegó en la frente.

-¡Eso no es a lo que nos referiamos! -explotó.

-¿Qué tiene de interesante tu casa, Mariano? -le preguntó el señor Marcos-. Bueno, lo admito, es agradable sentarse y no hacer nada, pero si eres como yo, debe ser muy aburrido pasar las últimas tres horas del días antes de dormir.

-No lo es -le aseguró Mariano, volviendo a escarbar el cemento.

-¡Ah! ¡Ya lo tengo! -dijo el señor José, formando una sonrisa picarona-. ¿Acaso alguien te está esperando?

Los demás comenzaron a hacer los clasicos: "Uuuuuh" que Mariano siempre creyó que solo los niños podían hacer.

-¡Caramba lo tenías bien escondido, travieso! -el señor Marcos siguió con sus palmadas.

-¿Es bonita? -preguntó Luis con curiosidad evidente en los ojos.

Mariano apartó la vista a una de las flores que crecían debajo de un arbol seco, aún seguían abiertos los capullos debido a la poca, pero suficiente, sombra que le proporcionaban las ramas. Eran pequeñas y de color morado. A simple vista muy silvestres y normales, pero a él le hicieron formar una pequeña sonrisa en los labios.

-Es la personas más hermosa que he conocido -susurró.

Todos intercambiaron miradas. Y después se rieron.

-Pues debe de serlo si la recuerdas con esa miradita soñadora -dijo el señor José juntando ambas manos y poniendo cara de doncella enamorada.

-Debe de ser la mujer más encantadora del pueblo para tener a nuestro Mariano tan deseoso de verla -asintió el señor Marcos. Y le dio unos codazos amistosos a Mariano-. ¿De casualidad tiene una hermana?

-Tiene dos -respondió Mariano-. Pero ya están casadas

-¡Diablos! -maldijo el hombre y los demás se rieron.

Mientras ellos seguían en sus charlas y discusiones de si era mejor una mujer de cara bonita y de personalidad dulce a una de mucha energía y cuerpo bien proporcionado; Mariano siguió trabajando en lo suyo, esperando a que el reloj diera las seis para poder ir a casa.

Al terminar la larga jornada y despedirse de sus compañeros, Mariano caminó a su casa con la espalda adolorida y los hombros cansados. A cada paso que daba sentía que estaba caminando sobre una cama de clavos, los pies le punzaban de manera dolorosa encima de las sandalias.

Otro día agotador había sido pospuesto para la mañana siguiente.

Aunque el sol ya estaba bajando, el calor solo había disminuido un poco. Una ligera pero caliente brisa sopló, arrastrando las hojas y el polvo enfrnete de él. Siempre le desagrado ese tipo de viento.

Llegó hasta una pequeña casa color gris con un enorme patio lleno de cinco palmeras, un árbol de flores rojas y una mesita de madera con una figura de un animalito también hecho de madera.

El aroma a lo que posiblemente era la cena, hizo que su estomago rugiera. Se preguntaba que platillo habría preparado. Bueno, lo que sea que hubiera hecho de seguro sería delicioso.

Apresuró un poco el paso apesar del dolor en los pies y en todo el cuerpo. Llegó hasta la entrada y abrió la puerta.

Afuera aún estaba un poco claro, pero dentro de la casa ya se estaba tornando oscuro. Estaba teñido de un color morado debido a las nubes del cielo. Aún no aprendía las luces. Tal vez comerían afuera de nuevo. Le gustaba mucho comer al aire libre.

Dio un par de pasos por el pasillo hasta que una figura se asomó a verlo al final del corredor. Una figura delgada que hizo que su corazón latiera con fuerza.

-¿Cariño? -escuchó la voz, llamandolo.

-Hola... -musitó él. Pero antes de que pudiera decir algo más, la persona se acercó a él con rapidez y lo cubrió de besos y abrazos.

-¡Bienvenido a casa! -le dijo.

Mariano se apartó un poco para poder contemplarlo. Llevaba puesta una camiseta verde algo holgada, con unos pantalones grises. El pelo amarrado en una coleta con un par de risos rebeldes sobre su rostro.

Sin duda alguna, Bruno Madrigal era la persona más hermosa que Mariano hubiera conocido jamás.

-¿Cómo te fue en el trabajo? -le preguntó, dulcemente-. ¿Quieres comer algo? Ya está lista la cena. Preparé ajiaco. ¿O prefieres darte una ducha primero? Hoy hizo mucho calor, ¿verdad? Puedo prepararte una tina de agua para que te refresques y puedas limpiarte. Sí quieres... podemos ducharnos juntos...

Mariano sonrió con ternura. Le encantaba escuchar la voz de Bruno. Era tan suave, tan amable y le proporcionaba una paz tan agradable que podría escucharlo el resto del día.

Se acercó y le dio un beso. Adoraba el sabor de sus labios, dulce y adictivo como un caramelo y tan suave como las palabras que siempre le regalaba.

-Ya estoy en casa -susurró.

Bruno tardo un poco en reaccionar ante el beso que lo había dejado con las mejillas calientes. Apesar de haberlo hecho ya varias veces, siempre actuaba como si fuera la primera vez.

Al final, le dedicó una gentil sonrisa y lo rodeó con los brazos para atraerlo hacía él.

-Bienvenido, mi amor... -respondió, depositando un beso en su mejilla.

Apesar de casi caerse en pedazos de tan cansado que estaba, Mariano sentía que después de un largo día de trabajo; nada le cargaba la energía tanto como el ver a su amado Bruno.






Continuará...

La esposa de Mariano Guzmán. (Mariano X Bruno Madrigal)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora