El matrimonio forzado.

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Cuando Bruno se enteró de que su abuela había organizado una propuesta de matrimonio, creyo que sería para una de sus hermanas. Y casi se desmayó al saber que era para él.

-¿Por qué tengo que casarme? -preguntó, sentado en un banquito en medio de la habitación, con un ratoncito encima de su cabeza.

-Porque ya estás en edad de hacerlo -respondio su madre, sencillamente, mientras buscaba algo decente en el ropero de su hijo para que pudiera asistir a la pedida de mano.

-Pero... no quiero casarme... -comenzó Bruno, con timidez.

-Pues vas a tener que hacerlo -le dijo ella, con voz dura-. La señora Guzmán es dueña de un enorme negocio de café. Tiene más de cuarenta terrenos sembrados únicamente con café.

Desde que su esposo había muerto, Alma se había visto obligada a volver a la casa de su madre para poder darles un techo a sus hijos. Pero la abuela de Bruno, Alejandra, era una mujer estricta e interesada. Tan pronto como supo que tendría nietos, comenzó a buscar a las esposas embarazadas de los dueños de negocios de caña, mazorcas e incluso pescadores. Siempre rezando porque su hija pariera a tres hermosas niñas.

El problema llegó cuando Alma solo dio a luz a dos niñas y un varón.

Nunca antes había visto a su abuela tan furiosa. Casi estuvo a punto de tirar al bebé al mar de no ser porque Alma se tiró de rodillas y le rogó que no lo hiciera. Al final, doña Alejandra terminó por "aceptar" al niño, a regañadientes, con la esperanza de que le sirviera en el futuro.

Y finalmente el día había llegado.

-No sabía que la señora Guzmán tuviera una hija -murmuró Bruno.

Su madre se quedó en silencio por un largo rato, después se giró para acercarse a él y medirle una de las camisas que había sacado.

-No tiene ninguna hija -dijo casi en un susurro.

-¿Eh? -Bruno ladeo la cabeza.

Su madre suspiró, cansada.

-Creo que éste te quedará bien -dijo, haciendo caso omiso a la expresión de su hijo.

De repente, la puerta se abrió y doña Alejandra entró. Tanto Bruno como su madre se quedaron quietos, como estatuas, para esperar ser supervisados por la mujer. Era un reflejo que habían aprendido a lo largo de su estadía en esa casa.

Doña Alejandra se acercó para ver a su nieto, con desdén. La mujer tenía la cara casi como una máscara que poco a poco se desprendía. Era regordeta y de pelo largo amarrado en una trenza. Siempre olía a humo por los cigarrillos que solía fumar y los cuales trataba de ocultar con un perfume de chocolate que siempre mareaba a Bruno.

Miró a su nieto, buscando un solo error en él. Y después de un rato, lo señaló con su bastón.

-Estás muy delgado -le dijo, con voz ronca-. Pareces muerto de hambre. Y también tienes ojeras, ¿es que acaso no duermes?

Bruno solo se agachó, como era su costumbre, y esperó a que ella terminara.

-Solo espero que no se arrepientan tan pronto como te vean -masculló-. Será un milagro que logres ponerte precentable para esta tarde.

Bruno asintió, con los ojos perdidos en el suelo. Doña Alejandra salió de la habitación, no sin antes añadir:

-Esta tarde todo tiene que salir perfecto. Si ocurre tan solo un mínimo error, tendrás que buscarte otra casa Brunito, porque yo no pienso mantenerte más tiempo. Y, por Dios santo, quitate esa rata de la cabeza. No quiero ver ratas en la merienda, ¿entendido?

Bruno asintió. Y ella cerró la puerta.

Alma se acercó para preparar a su hijo.

-¿Mamá? -la llamó Bruno, inseguro-. ¿A qué te referías con que no tiene ninguna hija...?

-Escuchame bien, Bruno -dijo ella, sin atreverse a mirarlo-. Este matrimonio es muy importante para ella. Por favor, no hagas nada que no te ordene. Con suerte... podrás adaptarte.

Tomó al ratoncito de su cabeza y lo dejó encima de la cama con delicadeza, su madre sabía lo mucho que le importaban esos animalitos a su hijo.

Lo vistió con una camisa color café claro junto con unos pantalones negros y le cepilló el pelo. También agregó un poco de pomada con olor a violetas, detrás de sus orejas. Le escogió unos zapatos y se aseguró de no hacerle daño a la hora de amarrar su pelo en una

Era más que obvio que el matrimonio lo había arreglado para deshacerse de su nieto y sacarle provecho al mismo tiempo. Claro, doña Alejandra jamás gastaba dinero si no iba a haber triple ganancia en ello. Pero solo para asegurarce de ganar del todo, también hizo que sus dos nietas asistieran a la cena, solo en caso de que rechazaran a Bruno; doña Alejandra debía tener un as bajo la manga.

No por nada tenía fama de ser la ganadora número uno en las apuestas. Siempre tirando a ganar.

Incluso había rentado un coche para poder ir a la casa de los Guzmán luciendose.

Cuando el reloj dio las cinco, ellos ya se encontraban, puntuales, esperando a que los recibieran en la entrada de la enorme casa. Una sirvienta de la casa los guió por los jardines llenos de flores y palmeras hasta el lugar en dónde tendrían la merienda.

Ahí ya los estaba esperando la señora Guzmán, quien les sonrió en cuanto los vio. Bruno sintió la mano de su abuela en su brazo.

-No hagas nada que me avergüenze, ¿entendiste, muchacho? -le susurró, mientras apretaba su brazo con sus largas uñas-. Sonríe -le ordenó-. Pero no demasiado, no quiero asustarlos con esa expresión.

Apesar de que sus piernas temblaban, Bruno se enderezó y sonrió.






Continuará...

La esposa de Mariano Guzmán. (Mariano X Bruno Madrigal)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora