Ahora y por siempre.

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El joven Guzmán se acercó a donde estaba ella, pasando entre la multitud que seguía disfrutando de la pequeña fiesta de improviso que estaban festejando. Bruno lo vio irse. Pero al notar la presencia de Vianey, decidió no seguirlo, aunque de lejos le mandó animos y penso en ir a verlo un poco después. Para apoyarlo de ser necesario.

Mariano guió a su tía hasta la tienda. Tan pronto como entró, Vianey comenzó a inspeccionar el lugar con la mirada. Pasó uno de sus dedos por la mesa en dónde atendían, y la tela del guante se ensució con polvo.

-Así que aquí es donde has estado todo este tiempo -murmuró, con ese tono frío habitual-. Te ofrecí una vida llena de lujos, sobrino. Tenías la universidad. Tenías un legado. Lo tenías todo.

-Un legado que jamás quise -replicó Mariano.

-Un legado familiar -repuso ella, con firmeza-. Todo lo que hice durante tu crecimiento, fue para que pudieras mantener la mente en blanco ante el mundo al que te ibas a enfrentar. Te preparé para todo lo que la vida te iba a arrojar.

-¿Callandome al hablar? ¿Privandome de mis propias decisiones? -el joven Guzmán no apartó la vista de su tía-. ¿Qué hay de preparación en eso? Querias que fuera tu viva imagen proyectada en aquello que siempre quisiste ser.

-Mi hermana, mi querida Renata tuvo el privilegio de tener un hijo. El problema era que te parecías mucho a tu padre, siempre comportandote como los de clase baja...

-Escuchame bien, tía -Mariano habló con voz dura-. Jamás voy a entender tu desprecio hacia los demás. Pero yo he visto cosas las cuáles tú ignoras por completo.

-¿Cómo qué? -los ojos de la mujer tenían un brillo retador pero también algo de desesperación y... tristeza.

-Todas esas personas son como nosotros -el joven Guzmán se acercó a ver a las personas a través del vidrio de la entrada. Varios hombres y mujeres iban y venían a toda prisa. Tratando de sobrevivir, soportando los pequeños o grandes traspiés que la vida les lanzaba-. Sin importar cuánto dinero tenemos o como nos veamos, todos compartimos la alegría de tener un sueño.

Vianey se acercó a dónde estaba él, con pasos lentos, algo asustados, pero perfectamente escondidos por la arrogancia que desprendía en su porte.

Observo a las personas de las que su sobrino hablaba. Y vio a cinco niños correr a donde estaba el piraguero, un carro de helados se había descompuesto por el calor y ahora el señor piraguero estaba teniendo buenas ventas. Incluso le invitó una piragua a su competencia. Sin rencores.

En una esquina, había tres hombres y una mujer jugando al domino en una mesita. Con la radio a todo volumen.

Se escuchaban los gritos de los pocos vendedores que quedaban bajo el ardiente calor, a pesar de estar nublado.

-¿Qué hay de tí? -le preguntó Mariano-. ¿Jamás sentiste crecer ese sueño?

Vianey sintió el corazón estrijarse al recordar las tardes en las que tomó la mano del hombre que creyó que la amaba, sintiendo la calidez y el ritmo de las calles que parecian estar vivas. Y las cuales perdieron color en cuánto la realidad la golpeó.

-Ese sueño del que hablas... fue uno solamente, y despedazado tan pronto como empezó a formarse.

-¿Y por qué no intentas con uno nuevo?

-Es imposible. Tú mismo lo dijiste una vez. Mi vida es miserable y triste -musito ella, sin apartar la vista de la gente-. ¿Por qué habría de nacer un sueñito en una tierra tan dura y seca como la mía?

-Porque... -pensó en Bruno. En su sonrisa, en su mirada, en todo lo que amaba-... incluso en las tierras más frías y cubiertas de nieve, el sol logra brillar y dar luz al pequeño sueño que está por nacer -repondió, con sinceridad.

La esposa de Mariano Guzmán. (Mariano X Bruno Madrigal)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora