Cuando lo niegas, lo admites.

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A pesar de llevar un par de semanas casados, Pepa no le había tomado ni un poco de cariño al hombre con el cuál vivía en esa enorme casa al lado del mar. Además de que muy pocas veces lo veía, los días que se quedaba en casa, solo quería que ella hiciera lo que él dijera. Y Pepa tuvo que callar durante esas largas horas, porque después de todo no había otro lugar al cuál volver.

Pero ahora que su hermano la había encontrado, junto con su hijo, le importó una almeja lo que fuera de su matrimonio, y se encargó de dejarselo bien en claro a su marido. O mejor dicho: ex marido. Después de haber roto el acta de matrimonio y tirarle el anillo en la cara, era más que seguro que el jefe de la empresa de hilos no se atrevería ni a buscarla.

Camilo hasta se rió por el temperamento de su madre, bromeando con que jamás se atrevería a hacerla enojar. Y ella le revolvió el pelo, riendo a carcajadas también.

Tal vez correrían chismes por las calles de ese lugar respecto a eso. Pero a Pepa no le importó. Lo único que importaba es que ya era libre. Ella, Bruno y Julieta oficialmente eran libres.

En cuanto a Félix, el dueño de la tienda más famosa en el barrio no lograba quitarle los ojos de encima a la mujer de la que se había enamorado hace años, y a quién seguí amando con la misma intensidad.

Bruno se hizo a la vista gorda de las miraditas de enamorados que se lanzaban de vez en cuando durante el camino. Hubo un momento en el que Félix se distrajo y casi se sale del camino, así que Mariano tuvo que tomar su lugar al volante. Y debido a que ni Bruno quería quedarse en medio de esa parejita acaramelada que no hacía más que soltar risitas como si de adolecentes se trataran, decidió pasarse al asiento de copiloto. Pudo haberse ido a la parte de atrás de la camioneta, al aire libre, junto a su Julieta y Camilo. Pero los vio hablando y riendose que no quiso interrumpir. Camilo tenía que pasar tiempo con su tía también.

Así que fue un poco incómodo escuchar murmullos detrás de ellos, ni si quiera con el viento que entraba por la ventana lograba ocultar las palabras, no del todo.

El sol ya casi se estaba ocultando, mientras el cielo se tenía de un color rosado con tintes amarillos gracias a los últimos rayos de sol. No podía creer que les tomó todo un día el viaje de ida y de regreso. Habían pasado tantas cosas que Bruno pensó que debía de sentirse cansado, y aun así, fueron Félix y Pepa quienes se durmieron primero, tomados de la mano, apenas y salió la primera estrella.

Julieta y Camilo, al parecer también se habían acomodado en un rincón de atrás a observar el cielo, y en algún momento dejó de escuchar sus voces. Tan solo quedaban él y el joven Guzmán.

Aunque apoyó la cabeza sobre el asiento, con la esperanza de poder dormir, pero simplemente no logro hacerlo, se sentía tan lleno de energía. Dormido había estado por mucho tiempo, ahora sus parpados se negaban a cerrarse.

-¿No logras dormir? -le preguntó el joven Guzmán.

Su voz profunda hizo que Bruno se estremeciera, aunque pensó que fue por el viento que ya estaba entrando un poco frío. Y subió la ventana.

-No, yo... -se rascó detrás de la cabeza-. Es solo que... ha pasado tanto. No creí que fuera a lograr reunirlos.

Una ligera sonrisa se formó en los labios del joven Guzmán, sin apartar la vista del camino, comentó:

-Lo hiciste bastante bien, me siento muy orgulloso... -aunque no era de mucha habla: un pequeño defecto, o así lo llamaba su tía, era que cuando quería decir algo lo decía sin rodeos y sin pensarlo mucho. Bruno volteó a verlo, con esos ojos tan enormes y brillantes que hicieron que Mariano se pusiera un poco nervioso, pero trató de recobrar la compostura. Carraspeó-. Quiero decir... todos lo estamos. Félix nunca va a dejar de agradecertelo. Te apuesto a que va a darte café gratis de por vida.

La esposa de Mariano Guzmán. (Mariano X Bruno Madrigal)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora