El día que las estrellas brillaron.

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Los siguientes días transcurrieron con normalidad. O algo así, puesto que Bruno le había pasado algo extraño.

Había sido un martes. Cuatro días después después de que sus hermanas ya se habían establecido en sus respectivos trabajos. Mientras él estaba peinando los risos de una clienta, Sabina le llamó la atención con un ademán para que se acercara. Afuera del salón se encontraban tres niños y dos niñas mirándolo. Bruno les preguntó si necesitaban algo. Las dos niñas se rieron y le dieron un golpecito en la espalda a uno de los niños, quién dio un paso adelante y le extendió una carta. Bruno la tomó y ellos salieron corriendo hacía el mercado, perdiendose entre la multitud.

Extrañado, abrió la carta. Y se encontró con una preciosa letra y hermosas palabras que hicieron latir su corazón a tal grado de tener que apoyarse en el escritorio de Sabina para que sus piernas no lo traicionaran.

"Pobre corazón que no atrapa su cordura, perdido en las estrellas de tus ojos y en la inocencia de tus risas..."

Bruno buscó, con nervios, alguna firma, marca o algo. Pero no había nada.

-¿Qué traes ahí? -le preguntó Pepa, apartando la vista de las uñas que estaba pintando de violeta.

-¡Nada! -se apresuró a contestar, escondiendo la carta detrás de él.

Pero sin darse cuenta, Lola pasó, desapercibida, y le arrebató la carta con un rápido movimiento.

-¡Madre mía! ¡Brunito tiene un admirador secreto! -exclamó, y todo el salón volteó a verlos, diciendo al unísono: "no me diga", provocando que Bruno se encogiera como un ratoncito-. ¡Pero mira nada más! No, no, no. Si que le pegó fuerte. ¿Tienes idea de el valor que tiene que juntar un hombre para mandar algo como esto?

-¡Yo también quiero ver! -dijo Rubí. Y pronto, todas las mujeres se juntaron a leer y llenarse de suspiros y risitas, como si de quinceañeras se trataran.

Primera regla del salón: si quieres ocultar algo, debes de hacerlo bien. De otra manera, todo el vecindario terminaría enterándose.

-¡Pero que romántico! -suspiró Rubí-. ¡A mí también me encantaría recibir poemas de alguien! ¡Que envidia!

-Ya ni mi gordo se anima a tanto -murmuró Anita, haciendo reír las demás.

-Nada mal, hermanito -Pepa le dio un codazo-. Eres todo un galán.

Bruno se sonrojó.

-No debería de aceptarlo. Ni siquiera dice quién lo mando. Además... - añadió, rascándose el cuello-, se supone que estoy casado...

-Brunito -le dijo Vicky, sacandose a medias las gafas de sol-. Si no lo quieres tú, me lo quedo yo.

Y las demás estallaron en carcajadas. El ambiente incluso se volvió más caluroso, el cielo parecía querer nublarse y eso lo hacía aún peor.

****

Mariano jamás se había enamorado de alguien. Se suponía que las personas tenían ligeros amores de niños o en la adolescencia. Pero él jamás se fijó en ninguna de las chicas que a veces trataban de acercarse a él en las fiestas que organizaba su tía Vianey.

Ella siempre le insistía en mantener una conversación con alguna de ellas, con la esperanza de que lograra surgir algo entre ambos.

La esposa de Mariano Guzmán. (Mariano X Bruno Madrigal)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora