La familia Guzmán.

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Los siguientes días de la semana transcurrieron con el mismo tiempo que tarda en quemarse una flor en las llamas de un ardiente fuego. Tal vez era porque a Bruno le aterraba lo que sucedería ese sábado.

Era una mala jugada que sufría desde niño. Cuando menos deseaba que pasara algo, más rápido caminaba la aguja del reloj.

Durante su estadía en la casa de los Guzmán, Bruno ayudó en todo lo que pudo a su querida suegra, siempre preguntando si estaba bien la forma en la que terminaba de hacer el trabajo, con el temor de haberlo hecho con torpeza. Pero la señora Guzmán siempre le decía que había hecho un buen trabajo y le regalaba una sonrisa, orgullosa.

Renata era una mujer con una enorme paciencia y bondad. Sin mencionar la manera en la que consentía a Bruno, con tanto amor como si de su hijo se tratase.

En cuanto al joven Guzmán... Bruno no solía verlo seguido. Todas las mañanas salía a quién sabe dónde, a quién sabe qué. Llegaba a las diez de la noche, cuando Bruno ya se había dormido, y volvía a salir a las seis de la madrugada, antes de que su esposo despertara.

Sospechaba que la señora Guzmán sabía a dónde se marchaba. Pero no quería decírselo.

Hubo un día que se le pasó por la cabeza la posibilidad de que el joven Guzmán se estuviera encontrando con una mujer. Tal vez... un viejo amor que no pudo ser, gracias a él.

Aunque eso sonaba un poco triste, no pudo culparlo, de ser cierto. Cualquier mujer sería mucho mejor que él...

Eran en esos momentos que la señora Guzmán lo llamaba para romper la burbuja de pensamientos que se inflaba en su cabeza, y traerlo de regreso a la realidad, provocando que Bruno se disculpara una infinidad de veces, reprochandose a sí mismo por ser tan despistado.

Cuando el día sábado llegó, Renata se encargó de la vestimenta de su yerno y de todo lo demás para que asistiera lo más galante posible.

Ordenó a Carmelita que le preparara un baño cálido y perfumado, con el cual pudo relajarse un rato. Después, le dio una camisa blanca de preciosos peces y mariposas bordadas en el borde de las mangas, un saco y pantalones teñidos de un color negro lo bastante oscuro para que no se notara en caso de si lograba mancharse de polvo, y ella misma le cepilló el cabello con un peine de madera que le había regalado el martes pasado.

-Tienes el cabello muy bonito -le comentó, con amabilidad-. Me encantan tus risos rebeldes.

Bruno agradeció el cumplido, encogiendose un poco de hombros. Las manos de su suegra eran muy gentiles y trataban de no lastimarlo.

Le ató el pelo en una coleta con un listón amarillo. Y también le dio una corbata. Al terminar, ni siquiera Bruno se reconoció en el espejo.

-¡Que guapo quedaste, hijo! -exclamó la señora Guzmán, juntando las palmas de sus manos-. ¿Verdad que sí, Carmelita?

-Sin duda alguna se robara toda la atención de los imvitados -asintió la sirvienta-. Solo esperemos que no vaya a opacar a la cumpleañera.

Después de asegurarse de cerrar las ventanas y la puerta con seguro, se dirigieron al coche que ya los estaba esperando.

-¿El joven Guzmán no nos acompañara? -preguntó Bruno, tímidamente.

-Prometió vernos en la casa de su tía. Pero llegará un poco tarde -respondió ella, asomandose a ver por la ventana-. Solo espero que no se pierda toda la fiesta...

Decir "casa" era muy humilde de su parte. A Bruno le pareció más bien una mansión. Con un patio incluso más grande, repleto de jacarandas y bugambilias. Los sirvientes y mayordomos iban de un lado a otro, llevando los utensilios y platos a las mesas cubiertas de manteles color rosa.

La esposa de Mariano Guzmán. (Mariano X Bruno Madrigal)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora