Bruno decide esforzarse.

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Sus manos acariciaban los risos de la peluca, tratando de que tomara forma.

A pesar de lo que había ocurrido ayer, Bruno hizo un esfuerzo por levantarse de la cama e ir al trabajo. Aunque ese día no se despertó más temprano para prepararle el almuerzo al joven Guzmán, puesto que se encontraba muy cansado y sin ganas de abrir los ojos.

Tenía que hacerlo mejor.... Debía hacerlo.

-¿Qué es lo que te está mortificando, Brunito? -le preguntó Lola, provocando que Bruno diera un respingo ante la sorpresa.

-N-Nada... -murmuró, tratando de ponerse serio ante el peine y las tijeras.

Lola se acercó a echarle un vistazo a la peluca y soltó una pequeña risa al verla.

-Sea lo que sea, te está consumiendo la cabeza -le dijo-. Escucha bien, no importa si eres un artista, un cocinero o un fotógrafo, tú mente siempre tiene que estar limpia de esos pensamientos negros.

Le extendió la mano para que le diera el peine y le enseñó como se hacía.

-No te está saliendo bien porque lo piensas demasiado. Esto de peinar es como con el amor. ¡No se avisa, no se piensa, solo se hace! -le explicó, rociando un poco de agua en la peluca-. Debes de amar tu trabajo. Sí solo haces algo por obligación o por dinero, te va a ir mal siempre.

Bruno ladeó la cabeza, dejando de prestarle atención a las manos de Lola, que ya habían empezado acortar los risos de la peluca, y comenzó a observarla a ella y la manera en la que su mirada se volvía cálida y dulce ante el trabajo que estaba haciendo.

-¿Sabes? Yo no abrí este negocio por falta de dinero -continuó ella-. Lo abrí porque me encanta cortar el pelo. Sentir la textura. Todos los cabellos son dijerentes, algunos son más fragiles, otros resistentes y algunos más maltratados que otros. ¡Es maravilloso!

Acomodó un riso con el peine y le dio textura a las puntas de abajo.

-Cuando era niña, los demás decían que yo era muy fea. Los dientes chuecos y el pelo quebradizo y con puntas abiertas -le contó-. Siempre se estaban burlando de mí. Es una sensación horrible que te llamen por apodos porque los nombres tienen poder y te lo empiezas a creer. Te miras al espejo y piensas: "quizas si tienen razón, quizas si soy lo que ellos dicen."

Bruno se encorvó con un poco de verguenza ante estas palabras, recordando las veces que su abuela lo había hecho sentir menos. Recordando lo que los demás niños y señoras del barrio en dónde vivía siempre decían a sus espaldas.

"Que niño tan horrible", o "Ese de seguro le va a traer mal augurio a Alejandra", "Me compadezco de su madre, pero debe de ser el precio de tener dos hermosas hijas, no todo tenía que salirle perfecto". Y más y más palabras. Justo como las que le había dicho la señora Vianey.

Lola lo miró de reojo y después sonrió al hacer el corte de un pelo rebelde.

-Sí -susurró-. Eso fue de lo que me di cuenta. Hay muchas más personas en el mundo que también se creen lo peor. Tienen el autoestima tan baja que se creeran todo lo que los demás digan... Así que un día me levanté, me miré al espejo y peiné mi cabello -Lola volteó a verlo directo a los ojos-. Y descubrí que los demás eran unos mentirosos, y que la única opinion que importaba era la mía.

La esposa de Mariano Guzmán. (Mariano X Bruno Madrigal)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora