Lola estuvo encantada con la noticia de tener a Bruno trabajando en el salón con ella.
-¿Así que Reinita te soltó a tu merced en una jaula de lobas? -se carcajeó la mujer-. Pero, chico, ¡podrían devorarte aquí! Menos mal que la tía Lola está contigo.
Se puso detras de él y comenzó a empujarlo como si de una silla se tratase, sentandolo frente a un espejo.
-La primera regla en un salón de belleza es que no puedes arreglar el pelo de nadie si primero no arreglas el tuyo -Lola tomó un peine y con una sonrisa cepilló los risos de Bruno-. ¡Jesucristo! Es tan suave, ¡justo como me lo imaginé!
Las demás chicas se lavantaron de sus asientos y se acercaron a ellos, con emoción.
-¡Yo también quiero peinarlo! -exclamó la más joven.
-Rubí, cielo, yo soy la del peine y las tijeras, la primera vez te pregunté en dónde te querías quedar y me dijiste que querías pintar uñas, así que te aguantas -respondió Lola, sin apartar la vista de la coleta que le estaba haciendo a Bruno.
-¿Yo sí puedo peinarlo? -preguntó otra mujer, regordeta y morena, alzando la mano como si estuviera en la escuela.
-Nop.
Bruno se sintió un poco extraño al ser recibido con tanto entusiasmo. Su abuela solía decirle que nadie en el trabajo quiere a nadie. Todos se dedican a lo suyo y si ven que el otro se ahoga, pasan por encima de él.
Sin embargo, sus futuras compañeras parecían ser muy agradables.
Lo segundo que hizo Lola fue darle un madil para hombre, de color café, con bolsillos y un parche en la parte que se acercaba a las rodillas.
-Una vez, en una borrachera, me compre este mandil a las once de la noche, creyendo que era para mujer -le confesó, mientras se lo medía-. A la mañana siguiente pensé que podría servirme para limpiar el polvo, pero me alegro de no haberlo roto.
Los colores de Bruno ese día fueron: verde por su camisa, café por el mandil y gris por los pantalones. A Lola le pareció que él se trataba de una pequeña flor verde en un prado de rosas.
Lo tercero que hizo, fue darle un recorrido por el salón entero. Y Bruno miró con atención cada detalle del lugar.
Las paredes era de madera, brillante y hermosa, por alguna razón combinaba con las enormes cortinas fucsia.
Había estantes de metal repletos de shampoos y otros hechos de madera con barnices de uñas de muchos colores. Otros con pelucas distintos tipos de peinados y cortes.
Varios cuadros con fotos de las chicas del salón. Las cinco mesas donde se pintaban las uñas con varias cosas amontonadas por un lado y lámparas color arenca con un curioso diseño, que se usaban para ver mejor a la hora de pintar.
También estaba el sitio dónde se encargaban de lavar el pelo. Y secadores de pelo de los antiguos en donde las señoritas se sentaban sobre los comodos sillones a esperar mientras leían una revista.
El lugar en donde se arrancaban las cejas, al cuál Anita, una de las empleadas, había apodado "El lugar de los gritos", como sí de una feria embrujada se tratase, era el sitio con tres camillas rosas separadas por tres cortinas con estampados de flores.
Bruno tenía que admitir que el salón era más grande de lo que pensó la primera vez que lo vio.
La recepcionista era una mujer de setenta y ocho años de edad, piel morena y pelo extremadamente corto. Se llamaba Sabina, pero las demás le decían Sabrinita, además de que Lola le aconsejó a Bruno que jamás le dijera "señora", puesto que eso era lo que más le desagradaba.
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La esposa de Mariano Guzmán. (Mariano X Bruno Madrigal)
FanfictionMariano siempre habla sobre una persona maravillosa que lo espera en casa con los brazos abiertos y la comida lista. Sobre lo mucho que ama a esa persona y lo felíz que lo hace todos los días el solo ver su sonrisa. Tanto así que sus compañeros de t...