Las noches de charlas.

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El joven Guzmán llegó a casa un poco más tarde de lo usual. A las diez y media, para ser exactos. Cansado física y mentalmente, puesto que Camilo no lo había dejado en paz todo el día. Lanzándole sus miradas dramáticas de corazón roto sin dejar de mencionar a la "esposa" de la que tanto le suplicaban hablar.

-Me traicionaste, Mariano -le había dicho su compañero de trabajo-. Prometimos que seríamos padrinos y amigos al precio de dos por uno. ¡Pero ni al bodorrio me invitaste! Me siento ofendido, hermano...

-¿Lastimado? -probó Félix, divertido.

-Herido, hermano -le subrayó Camilo.

A pesar de haber tratado de ignorar su drama, no pudo soportar mucho tiempo cuando Camilo comenzó a lanzarle aviones de papel desde el otro lado de la tienda, que al desdoblarlos decía en letras azules: Traidor.

Con un suspiro, subió las escaleras de camino a la habitación, abrió la puerta con mucho cuidado de no despertar a Bruno y cerro con la misma delicadeza de siempre.

Aunque era noche, las luces de la calle se encargaron de alumbrarle un poco en el cuarto.

Comenzó a desabrocharse la camisa, tranquilamente, hasta que se dio cuenta, por mirar de reojo a la cama, de que Bruno estaba despierto y lo estaba observando, en silencio.

-Bienvenido a casa -le susurró, con voz tan suave como la tela de las sábanas.

Mariano apartó la mirada, con desdén.

-¿No deberías estar dormido? -le pregunto.

-Te estaba esperando...

-No es necesario que lo hagas -terció el joven Guzmán.

Siempre que hablaba con él tenía ese tono cortante y serio que solía tener con su tía o su madre. No es que lo hiciera por maldad, más bien era un reflejo involuntario que había adquirido a lo largo de su vida cuando hablaba con sus parientes. Y ahora que Bruno era parte de la familia, aplicaba para él también, inconciente o conscientemente.

Pero esto no pareció molestarle al menor de los trillizas Madrigal. De hecho, sus motivos de espera apuntaban a otro lado.

-¿Puedo preguntar... cómo te fue en el trabajo? -musitó Bruno, aferrando sus manos a las sábanas, con timidez.

Mariano dejó salir algo parecido a un gruñido, un poco fastidiado, al recordar a la mitad de personas que tuvo que atender y escuchar sus preguntas respecto al compromiso ya que, tanto Camilo como Lola, se habían encargado de que todo el barrio se enterara.

-Cansado... -respondió, solamente, y esta vez sí volteó a ver a Bruno con la expresión de seriedad que solía poner nerviosos a muchos, pero a pesar de eso, el tono que le dirigió fue un poco más suave, casi como un pequeño regaño a un niño-. Deberías dormir. Mi madre se despertará si escucha que estamos hablando...

-No lo hará -le aseguró Bruno-. Las paredes son lo bastante anchas y ella tiene el sueño pesado, me lo dijo una vez.

Mariano ya lo sabía, solo que no le apetecía hablar más tiempo con él. Estaba cansado, con algo de sueño, y no se le daba muy bien las pláticas con... personas que casi no conocía.

Le estaba agradecido por haber guardado su secreto, pero aún no le tomaba la confianza necesaria que muchos creían que tenía con su "esposa".

No quería ser descortés, pero simplemente no tenía los animos de seguir hablando.

-Ven aquí -le dijo Bruno. Y antes de que Mariano pudiera reaccionar, su esposo lo tomó de la camisa casi desabotonada y lo jaló a la cama, dejando que se acostara en su almohada, viéndolo directo a los ojos-. ¿Cuántos clientes tuviste en la tienda?

La esposa de Mariano Guzmán. (Mariano X Bruno Madrigal)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora