El secreto del joven Guzmán.

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Esa mañana se encontró con que uno de los refrigeradores se descompuso. La leche se había echado a perder junto con cinco paquetes de queso y un recipiente con hielo enbolsado ahora hecho agua.

El día anterior, por la tarde, antes de irse, escuchó que hacía ruidos extraños pero ya no pudo hecharle un vistazo puesto que el camión que pasaba por la calle de su casa ya se había ido y tenía un largo camino que recorrer como para entretenerse un poco más.

Así que, después de darle una pasada con un trapo humedo a la mesa, vacío la leche en el lavadero.

La tremenda ola de calor finalmente llegó hasta la tienda. Y debían de esforzarse más y luchar contra ella.

El primer cliente del día fue doña María, quién le aconsejó que usara una lata de leche condensada para el café. Ella siempre compraba una bolsa de tostadas todos los miércoles y variaba la receta para sus nietos, desde camarones, pollo e incluso atún con mayonesa. Su creatividad no tenía límites. Ese día se llevó un boleto de lotería con la esperanza de ganar. Besando el boleto y alzandolo al cielo con fé.

Mariano salió afuera de la tienda a quitar la manta bermellón de las fritas y verduras que estaban en las cajas. Afortunadamente, solo sacó un par de cada caja que ya se habían podrido, todo lo demás estaba de maravilla.

Una pareja se acercó a pedir instrucciones sobre como llegar a la calle 96. Y después de atender su duda, les regalo una naranja a ambos, quienes le sonrieron, agradecidos, y al final optaron por entrar a la tienda por unos panecillos rellenos de crema.

Tres mujeres chismeaban mientras bebían su café, con el dulce sabor de la leche condensada en sus labios rojo carmín, riendo a carcajadas sobre las bromas subidas de tono que compartían.

A la tienda venían muchas personas con todo tipo de problemas o buenas noticias. Mariano los observaba a todos, y a veces intercambiaba un par de palabras con ellos más allá de un "aquí está su cambio" o "que pase un buen día".

Siempre le sorprendía la variedad de gente que llegaba a atender desde las siete de la mañana hasta las nueve.

Podía tratarse de una madre joven y soltera buscando jitomates para el desayuno de sus hijos, un taxista en busca de unos dados para adornar su nave, con la noticia de que estaba de suerte pues alguien le dejó propina extra. Una pareja joven peleándose por quién debía de pagar las cosas, un obrero en busca de un refresco de naranja, dos hermanas llevandose una piña y un paquete de pañales, una siendo el soporte de la otra, pues el novio la había abandonado semanas antes de dar a luz.

Casi todo el mundo tenía estrés, pero seguían adelante.

A las nueve y media llegó el compañero de Mariano, Camilo. Tarde, como siempre, apesar de ser el hijo del dueño de la tienda, jamás llegaba a tiempo. Su padre, el señor Félix, ya lo había reprendido millones de veces, pero Camilo solo asentía, diciendo: "Sí, apá, es la última vez..."

Con sus audífonos descansando sobre sus hombros, junto con una mochila con estampas y vistiendo una camisa y unos shorts cortos con unos tennis deportivos, caminando al son de la música grabada en su cabeza.

-Llegas tarde -le dijo Mariano, cruzando los brazos y fingiendo estar molesto.

-Relájate -Camilo le hizo un ademán-. Sabes que me quieres.

-Te querré cuando le pongas las etiquetas de precio a todas esas latas.

-Usted manda, jefe -el muchachito le lanzó su mochila y Mariano le empujó la caja con las latas.

La esposa de Mariano Guzmán. (Mariano X Bruno Madrigal)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora