Un día en el mercado.

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Después de esa noche, la cual nunca mencionaron detalles a la señora Guzmán del por qué desaparecieron en la fiesta, Bruno comenzó a esquivar la mirada de su marido con más frecuencia.

Además de que le avergonzaba el hecho de que lo haya visto en un momento de vulnerabilidad, por alguna extraña razón, sostenerle la mirada o incluso hablar fuerte se le dificultaba desde esa noche.

El joven Guzmán por su parte, no había cambiado en absoluto su comportamiento, ni mucho menos sus horarios. Horarios de los cuales, siempre que preguntaba, su suegra trataba de evitar el tema.

Ese día, después de desayunar, la señora Guzmán le pidió a Bruno que la acompañara al mercado. Era miércoles, el día en el que había más variedad de alimentos y otro tipo de cosas en los puestos. El día favorito de su suegra.

Dejando a Carmen a cargo de la casa, ambos salieron "rumbo a la aventura", como solía decir Renata. A pie, por supuesto, a pesar de tener suficiente dinero para tomar un taxi, a la señora Guzmán le pareció mejor hacer pierna y asegurarse de que no estaba envejeciendo y que todavía podía pararse sobre sus piernas.

De igual manera, se aferró al brazo de Bruno, con suavidad, alegando que era para que nadie se lo fuera a robar.

-Eres demasiado adorable, querido -le dijo-. ¿De verdad crees que no habrá alguna mujer que se te acerque al salir? Con esa tierna expresión que tienes...

Bruno solo sonrió, nervioso por el comentario. Realmente, las unicas mujeres que alguna vez le cruzaron palabra fueron unas prostitutas, en su antigua calle, en busca de un par de monedas, pero al ver que tenía los bolsillos vacíos, jamás volvieron a acercarse.

No conocía bien esa zona de la ciudad. Jamás pasó más allá de la esquina a donde su abuela siempre lo mandaba a comprar más cigarrillos o a traer un boleto para la loteria.

Jamás le atinó a un solo número, pero de igual manera seguía mandando a comprar más.

"¿Será cosa de paciencia y fé?", se había preguntado Bruno a sus seis años mientras caminaba con sus sandalias rotas por la calle llena de agua sucia y basura.

El mercado de esa zona era muy grande, estaba llenó de colores llamativos. Desde el rojo, el amarillo, el azul y un magenta brillante tiñiendo las lonas que protegían los puestos del sol.

En esos ultimos días había estado arrasando una tremenda ola de calor. Por las noches, era insoportable y Bruno olvidaba taparse con las sábanas aproposito pues ya no soportaba más despertar sudando a la mitad de la noche.

Ese día tampoco era la excepción. La señora Guzmán se había puesto un sombrero con un listón verde manzana con unas perlas carmín de adorno. Le había ofrecido a Bruno que usara el viejo sombrero de su esposo, pero éste se negó pensando que sería de mala educación aceptar algo del difunto señor de la casa. Así que la señora Guzmán le dijo que en el mercado le compraría uno.

Y así lo hizo. De hecho, le estaba comprando más cosas que ni siquiera estaban en la lista. Desde un par de sandalias nuevas para que estuviera más a gisto por la casa en vez de esos zapatos negros que lo lastimaban.

También le pidió que tomara algo en el puesto de ropa. Aunque terminó siendo ella la que le escogió seis camisas.

Al pasar por los puestos de frutas, los aromas se entrelazaron he invadieron a Bruno. Había pencas enormes de platano, guayabas, mangos, papayas y piñas. La señora Guzmán se entretuvo con los cocos y optó por llevarse dos frascos de aceite de coco.

La esposa de Mariano Guzmán. (Mariano X Bruno Madrigal)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora